Mi corazón, hogar de Cristo

En el pulpito

Sean todos nuestros hermanos y hermanas bienvenidos.

"Mi corazón, hogar de Cristo "

Mi corazón, hogar de Cristo – Por Roberto Boyd Munger

Jamás olvidare la noche cuando invité a Cristo en mi corazón. ¡Qué entrada! Nada espectacular, ni emocional; solo muy real, en el centro mismo de mi alma. Trajo luz a mi oscuridad. Encendió fogata en la chimenea de mi vida y despidió el frio. Puso música donde solo había silencio, armonía donde había discordia. Su amante comunión lleno el vacío. ¡Nunca me arrepentiré de haber abierto mi puerta a Cristo!

Así fue el primer paso hacer de mi corazón hogar para Cristo. “Aquí estoy a la puerta llamando” dijo; “si alguno me abre, entrare y cenare con él, y el conmigo” (Apocalipsis 3:20). Si quieres conocer la realidad de Dios y la presencia de Jesucristo en lo íntimo de tu ser, ábrele tu puerta e invítale a entrar como tu salvador y Señor. Después que Cristo entro en mi corazón, en el gozo de nuestra nueva relación le dije: “Señor, este corazón es tuyo. Quiero que te acomodes en él y lo hagas tu casa. Voy a mostrarle algunos de sus detalles para que estés más cómodo. Quiero que goces nuestro tiempo juntos.” Él se mostró contento de tener lugar en mi corazón tan pequeño y ordinario.

LA BIBLIOTECA

Fuimos primero a mi biblioteca – el estudio de la mente- un cuarto pequeño, con paredes muy gruesas. Es un cuarto muy importante, el centro de control de toda la casa, se puede decir. Jesús entro conmigo y miro alrededor a los libros en los anaqueles, las revistas en el escritorio y los cuadros en las paredes. Siguiendo su mirada me sentí incomodo. Nunca me había sentido así, pero cuando el miraba esas cosas sentí vergüenza. Había libros que sus puros ojos no debían mirar, y revistas que ningún cristiano debiera leer. Y los cuadros en las paredes – mis imaginaciones y pensamientos – algunos eran vergonzoso de verdad. Ruborizado, le dije, “Maestro, sé que este estudio necesita una verdadera limpieza y arreglo. ¿Me ayudaras a ponerlo en orden? “Claro que sí”, replico, “con gusto. Para ayudarte es que he venido. ¡Recoge, pues, toda la literatura que no es ni veraz, ni buena, ni pura, ni para tu bien, y échala!

“Entonces, coloca en los anaqueles los libros de la biblia; llena la biblioteca de las escrituras y medítalas día y noche. ¿Y los cuadros? Sera difícil controlar esas imágenes, pero esto te ayudara.” Me dio un retrato suyo en tamaño natural. “Colócalo céntricamente en las paredes de la mente,” me dijo.

Lo hice, y he descubierto que cuando concentro mi pensamiento en Cristo la conciencia de su presencia, pureza y poder hacer huir a los pensamientos malos e impuros. Así el me ayudo a controlar mis pensamientos; sin embargo, la lucha sigue.

Si este pequeño cuarto de la mente te da problemas, te aconsejo llevar a Cristo allí. Llénalo de la palabra de Dios, medítala y ten siempre en mente la presencia del Señor Jesús.

EL COMEDOR

Fuimos luego al comedor, grande e importante lugar de mis apetitos y deseos. Yo gastaba mucho tiempo y energía en la satisfacción de mis deseos. Dije al Señor, “Este es mi lugar favorito; seguro que te va a gustar lo que servimos aquí.” Se sentó a la mesa y pregunto, “¿Qué hay para cenar?” “¡Ah, mis platos favoritos! Dinero, grados académicos, libertad política, poder, deportes, el respeto de los compañeros, además revistas y recortes de prensa sobre fama, fortuna y placeres” -puramente mundano, pero me gustaba. Nada hay de malo en ello, pero tampoco alimenta el alma ni satisface al verdadero hambre espiritual.

Lo puse delante de mí nuevo amigo y el no dijo nada. Pero vi que no comió. Perturbado, le pregunte, “Salvador, ¿no te gusta esta comida? ¿Qué te preocupa?”

“Tengo comida que comer que tu no conoces: hacer la voluntad del que me envió” (vea Juan 4:31-34). Me miro de nuevo: “Si quieres la verdadera satisfacción, haz la voluntad de tu padre celestial; procura complacerle a él antes que a ti mismo. Déjate de tus propios deseos y ambiciones y busca complacerle a él. Esa comida, si, satisface. ¡Prueba un poco!”

Me hizo probar un bocado de la voluntad de Dios. ¡Qué sabor exquisito! Nada en el mundo puede compararse. Satisface únicamente; todo lo demás deja a uno con hambre.

¿Qué del menú de nuestros deseos? ¿Qué comidas le ponemos delante a nuestro divino compañero, y a nosotros mismo? “Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16) – ¿nuestros deseos egoístas? O, ¿hallamos en la voluntad de Dios comida y bebidas que satisfacen?

LA SALA

Después fuimos a la sala, lugar quieto, cómodo e íntimo que me gustaba. Tenía chimenea, un sofá, unos cómodos sillones, libros y un ambiente tranquilo.

Parecía gustarle a él también. Dijo, “es un lugar apartado y tranquilo – placentero de verdad. Encontrémonos aquí a menudo para conversación y compañerismo”

Como nuevo cristiano, ¡estuve encantado! No podía pensar en nada que me gustara más que unos momentos a solas en íntima compañía con Cristo. Me prometió, “Estaré aquí todas las mañanas desde temprano. Encuéntrame aquí para comenzar cada día juntos.”

Y así, todas las mañanas yo bajaba a la sala. El abría algún libro de la biblia y la leíamos juntos. El explicaba la maravillosa verdad salvadora de Dios escrita allí, y hacia cantar mi corazón al contar todo lo que él hizo por mí, y lo que sería para mí. ¡Qué tiempos pasábamos juntos! Mediante la biblia y su espíritu él me hablaba; en la oración yo le respondía. Y así, en tal quietud y conversación personal nuestra amistad se hizo fuerte y profunda.

Pero entre las presiones de muchas responsabilidades, poco a poco aquellos tiempos iban acortándose. De alguna manera, yo me creía   demasiado ocupado   como   para reservar un tiempo especial y a diario para estar con Cristo. No fue una decisión consciente pero así sucedió. Luego, no solo los tiempos se acortaron, sino empecé a faltar una y otra vez, como en tiempo de exámenes o algo así. Asuntos de urgencia que requerían mi atención surgían siempre para tomar el lugar de mis tiempos de quieta conversación con Jesús. Con frecuencia yo faltaba dos días corridos, o más.

Un día bajando a prisa para una cita importante, vi entreabierta la puerta de la sala, y dentro, una fogata y Jesús sentado allí. Avergonzado, me choco el pensamiento, “¡Él es mi invitado! Vino como salvador y amigo a vivir conmigo, ¡y le he olvidado!”

Me detuve y entre cabizbajo: “Maestro, ¡disculpa! ¿Has estado aquí cada día?”

“Si,” respondió, “dije que te encontraría aquí”

¡Me avergoncé aún más! Él había permanecido fiel a pesar de mi infidelidad. Le pedí perdón, y me perdonó como siempre hace cuando confesamos nuestras faltas y deseamos hacer lo correcto.

Me dijo, “Es que tú ves nuestro tiempo devocional, el estudio bíblico y la oración, como medio para tu crecimiento espiritual, pero te olvidas que me es importante a mí también. Recuerda que te amo; a gran costo te redimí. Aprecio tu compañía. Con solo mirarme de cara haces que mi corazón arda. No descuides este tiempo, aunque sea solo por mí. Aun si tú no lo deseas, yo quiero estar contigo. ¡Te amo de verdad!” ¿Sabes? La verdad es que Cristo desea mi compañía – que me ama y quiere que este con él, y que me espera – ha influido más que nada para transformar mi tiempo devocional con Dios. No permitas que Cristo te espere solo en la sala de tu corazón. Busca, cada día, tiempo y lugar para estar junto a él con la palabra de Dios y en oración.

EL TALLER

Poco después Jesús me pregunto, “¿No tienes algún lugar para obras manuales en tu casa?” Pues, yo tenía en un cobertizo de mi corazón un banco y unas herramientas, y a veces jugaba haciendo alguna tontería, pero no producía gran cosa. Le lleve allí. El miro al banco y a mis pocos talentos y habilidades y dijo, “Esto está bastante bien equipado. ¿Qué produce tu vida para el reino de Dios?” Miro a algunos pequeños ‘juguetes’ que había armado, y tomo uno en sus manos. “¿Cosas así haces por otros en tu vida cristiana?” ¡Me sentí horrible! “Señor, es todo lo que puedo. Sé que es poco. Avergonzado te confieso que soy bruto y poco capacitado, y no creo jamás poder hacer nada mejor.”

“¿Quieres hacer mejor?” pregunto él.

“¡Bien sabes que sí!” respondí.

“Bueno. Recuerda lo que te enseñe: ‘Sin mí nada podrás hacer’ (Juan 15:5). Ven, repósate en mí y deja que mi espíritu obre por ti. Te falta destreza y capacidad, sí, pero el espíritu es el obrero maestro. Si el controla tu corazón y tus manos, el obrara por medio de ti. Ahora, da media vuelta hacia adelante.

Puso sus fuertes brazos alrededor de mí, y sus manos sobre las mías. Tomo las herramientas y se puso a trabajar a través de mí. “Repósate. Estas demasiado tenso. ¡Deja que yo obre!”

Me sorprende lo que sus diestras manos logran mediante las mías cuando tan solo confió y le dejo obrar a su manera. Aún falta mucho para estar satisfecho con el producto; aun le obstaculizo a veces, y me falta mucho por aprender. Pero sé que lo que se ha producido para Dios es por sus fuerzas y mediante su espíritu en mí.

No te desalientes de no poder hacer mucho para Dios. No es nuestra capacidad la que vale, sino estar dispuestos para con él. Entrega a Cristo lo que eres. Se sensible y dispuesto a lo que él quiere. Confía en él. ¡Te sorprenderás de lo que el haga atreves de ti!

EL SALON DE RECREOS

Recuerdo el día cuando Jesús pregunto sobre mi salón de juegos, lugar de diversiones y amistades. Yo no quería que me preguntara, pues quería retener para mi ciertas asociaciones y actividades; no creía que él ni las disfrutaría ni aprobaría. Cuando preguntó, no le respondí.

Sin embargo, una noche cuando yo salía con algunos compañeros a rondar la ciudad, él estuvo en la puerta y su mirada me hizo parar. “¿Vas a salir?”

“Si, respondí.

“Bien,” dijo él, “quiero acompañarte.”

“Ah, …pues,” balbucee, “ah…no creo que te va a gustar donde vamos. Vamos tú y yo mañana a un estudio bíblico o a la iglesia. Hoy tengo otro compromiso.”

“Pues, si así lo quieres,” dijo él. “Pero yo creía cuando entre en tu casa que lo íbamos a hacer todo juntos – ¡ser íntimos compañeros! Solo quiero que sepas ¡que estoy dispuesto a acompañarte!”

“Bien,” le dije, “Saldremos juntos mañana.” Esa salida la pase todo turbado. ¡Me sentí horrible! ¿Qué clase de amigo era yo? A propósito, excluí a Jesús de una parte de mi vida para ir a lugares y hacer cosas que bien sabia no le gustaría.

Cuando regresé esa noche, hubo luz en su habitación. Subí y le confesé, “Señor, ya aprendí mi lección. No puedo gozarme sin ti. ¡Desde ya todo lo haremos juntos!”

Entonces bajamos al salón de juegos y él lo transformó. Trajo nuevas amistades, nueva emoción, nuevos goces; alegría y música llenan la casa ahora. Con brillo en sus ojos, Jesús sonrió: “Pensabas que no te divertirías conmigo en casa, ¿verdad? Pues, recuerda que vine para que mi gozo este en ti, y tu gozo sea cumplido (Juan 15:11).

EL DORMITORIO

Un día me pregunto por el cuadro sobre mi cama. “Es mi novia” dije. Yo sabía que mi relación con ella era buena, pero me sentí molesto al hablar de ella con él. Ella y yo luchábamos con cuestiones que no quería comentarle. Trate de cambiar el tema. Tal parece que Jesús conocía mi pensamiento. “Cuestionas mi enseñanza sobre el sexo, ¿sí? – que las relaciones sexuales solo son para los que están vinculados en el matrimonio. Piensas que yo exijo algo antinatural, o imposible; temes que, en esto, mi voluntad limita el pleno disfrute de la vida y del amor. ¿No es cierto?”

“Pues …si,” le confesé.

“Entonces, escucha bien: yo prohibí el adulterio y las relaciones sexuales fuera del matrimonio, no porque el sexo sea malo, sino porque es bueno. Más allá del placer físico, es un medio de fundir en uno dos vidas enlazadas por un amor que crece. Tiene el poder creador de engendrar vidas humanas. El sexo es poderoso. Usado correctamente ofrece tremenda promesa de bien; incorrectamente, destruye el bien. Por eso, Dios lo hizo para expresarse únicamente dentro del compromiso de una asociación amante de por vida. El amor encierra mucho más que el sexo.

“Déjame ayudarte en tu relación con el otro sexo. Si fracasas y sientes culpa y vergüenza, sabes que te amo aún, y permaneceré contigo.  Háblame, confiesa tu pecado. Da pasos para evitar que se repita. Confía en mí poder para guardarte de caídas y llevarte al amor en un matrimonio donde los dos son verdaderamente uno en mí.”

AQUEL ARMARIO

Queda un asunto muy importante que contar.

Un día el Señor me esperaba en la puerta con un ojo como acusando. Cuando entre, dijo, “hay un olor feo en la casa. Debe haber algo muerto por ahí, en la planta alta, creo que en aquel armario.”  Tan pronto lo dijo yo sabía que era.  Es   cierto   que   había   un pequeño armario arriba de la escalera, solo un par de metros cuadrados. Allí, bajo llave, yo guardaba una o dos cositas personales que no quería que nadie supiera, sobre todo, Cristo. Eran cosas muertas, podridas, sobrantes de la vida vieja – cosas no de verdad malas, pero tampoco rectas ni buenas como para un cristiano. Sin embargo, las quería para mí, y no quise admitir que estaban allí. Apesadumbrado subí las escaleras, el olor era más fuerte cada vez. El señalo la puerta: “¡Esta allí! ¡Algo muerto!” 

¡Me enoje! No hay otra forma de decirlo. Le había cedido acceso a la biblioteca, el comedor, la sala, el taller, el salón de juegos, el dormitorio, y ahora me presionaba por dos metros de armario. Dije para conmigo, “¡Es demasiado! ¡No le doy la llave!”  “Bueno”, respondió, leyendo mi pensamiento, “te equivocas si crees que voy a quedarme donde semejante olor. ¡Ni un momento más! Llevare mi cama al balcón” Y se fue escalera abajo.

Cuando uno ha llegado a conocer y amar a Jesucristo, lo peor que se puede sentir es que su presencia y compañerismo se retiren. Me rendí. “Te doy la llave,” le dije triste, “pero tendrás tú que abrir el armario y limpiarlo. Yo no tengo la fuerza.”

“Sé que no la tienes,” dijo, “Solo dame la llave. Autorízame a encargarme del armario y lo hare.” Así, con mano temblante, le di la llave. Abrió la puerta, saco toda la podredumbre a la basura. Luego limpio el armario, lo pinto y arreglo – todo en un momento. Al instante una brisa fresca y fragante pasaba por la casa. Todo el ambiente cambio. ¡Qué alivio, y que victoria, salirme de aquella cosa muerta! No importa el pecado o el dolor de mi pasado, Jesús está dispuesto a perdonar y sanar.

TRASPASANDO EL TITULO

Se me ocurrió algo: Yo he tratado de guardar este corazón limpio y disponible para Cristo, pero es difícil. Comienzo en un cuarto y cuando termino ya hay otro sucio. Empiezo con el segundo y ya el primero tiene polvo de nuevo. Me canso del esfuerzo por mantener un corazón limpio y una vida obediente. ¡No puedo! De repente le dije, “Señor, ¿será posible que tu manejes toda la casa en mi lugar, así como hiciste con el armario? ¿Podría darte la responsabilidad de guardar mi corazón en las condiciones propias y mantenerme en las actividades debidas?”

Vi como su cara se ilumino: “¡Claro que sí! Precisamente para eso vine. Tú no puedes vivir la vida cristiana en tu propia fuerza. Es imposible. Permite que yo lo haga por ti. Es la única manera. Pero, agrego pausadamente, “Yo no soy dueño de la casa. Recuerda que estoy como invitado; no tengo autoridad para hacerme cargo; no es propiedad mía”.

¡Al instante todo se me ilumino! Emocionado exclame, “Señor, tú has sido mi invitado, y yo el anfitrión. ¡Desde ahora eres tú dueño y Señor de la casa! ¡Yo soy tu sirviente!” Corrí a la caja fuerte, saqué el título de propiedad que describía la casa y sus pertenencias y defectos. Corrí donde él y firme el traspaso, dándoles todos los derechos de dueño por el tiempo y por la eternidad. Cayendo de rodillas se lo presente, “Aquí te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo para siempre. Ahora, encárgate tú de la casa. Solo permite que me quede aquí como ayudante y amigo tuyo, Señor.”

El tomo mi vida desde ese día, y doy mi palabra que no hay mejor manera de vivir la vida cristiana. Él sabe guardarla y utilizarla. Una profunda paz descendió sobre mi alma, y ha permanecido. ¡Yo soy suyo y él es mío para siempre!

Que Cristo se acomode y se sienta en casa como Señor de tu corazón también.