Sean todos nuestros hermanos y hermanas bienvenidos.
EL BESO
(Desconocemos al autor, pero cuando recibimos el articulo nos pareció bueno e interesante)
El besarse era y es una forma común de saludos, entre parientes y amigos. Es una de las expresiones exteriorizada más significativa entre dos personas. Sabemos que también se usa para demostrar devoción a los que están en eminencia. Un beso conlleva una carga de pensamientos y sentimientos, cuya culminación se haya en este acto físico, realizado por los labios.
El Beso de Orpha
En el libro de Rut 1:1-22, se nos presenta a través de tres mujeres, tres historias: de bendición (gracia), de restauración y de perdición (lo cual lamentablemente representa la vida de muchos). En nuestro capitulo Noemí lleva una condición a cuestas verdaderamente triste. Ella nada tiene ya, se encuentra despojada de todo. Bien nos narra la Escritura, cuando da la evaluación de la condición de ella, pues estaba desamparada de sus dos hijos y su marido. Ellos como familia habían ido a vivir temporalmente a Moab. Pero a los que son de Dios la trampa de lo temporal resulta ser una experiencia demasiado fatigadora y dolorosa, que a menudo acarrea una gran pérdida.
Para los creyentes lo temporal en el mundo no es otra cosa sino la ruina y el fracaso. No en vano Dios nos da todo eternamente, salvo nuestra estadía en este mundo. Podemos pensar en Lot, viviendo en medio de una ciudad, a la cual se le acerco lentamente. Una vez en medio de esta él afligía su alma justa (2 Pedro 2:7-8) al ser testigo de tal maldad y perversión moral. No vemos nada distinto entre Lot y Noemí en su condición de perdida, cuando este sale de la ciudad y sale de lo temporal. En igual condición vemos al hijo prodigo, sale de la casa de su padre con las manos llenas, se va rumbo a una región lejana. ¿Quién puede definir qué lugar es este? Una región lejana, es eso, muy lejos y desconocido. Porque al alejarnos de Dios no nos puede conducir a otro lugar, sino que a lo muy lejos y a lo muy extraño. Definitivamente nada hay de Dios allí. Pero cuán frecuente el mal y la debilidad nos hacen visitar esos lugares. Mas nuestra vergüenza nos impide hablar de ello. Estando en este lugar el hijo prodigo lo ha desperdiciado todo, prontamente se encontró apacentando puercos, deseando la comida inmunda de estos. Más la Palabra siempre clara y verdadera nos muestra con exactitud, la condición de los ciudadanos de esta región “nadie le daba nada” (Lucas 15:16 V.M.), por tanto, su estado era de desposeimiento total. El mundo para los hijos de Dios, tiene dos condiciones: una región lejana y el mal. ¿Es necesario pasar por esta experiencia para conocer del amor y la misericordia del Padre? Rotundamente decimos que no. Quién piense que una asociación temporal con el mundo no ha de tener consecuencias, está cayendo en la trampa de Satanás. Porque no hay otro fin que el de Lot, el hijo prodigo y Noemí. El desamparo. Bien dice el canto:
¿Si yo gano el mundo y pierdo a Cristo, que premio el mundo me dará?
Ahí va Noemí con sus dos nueras. Ella había oído, que Jehová había visitado a su pueblo. Se levanta y marcha por el camino correcto. Después de muchos años dirige sus pasos hacia el bien y la misericordia. Sus pasos del retorno llevan cicatrices de una perdida enorme. Bien lo dice ella: “…yo llena salí y con las manos vacías me ha hecho volver Jehová” (vers.21 V.M.). Más ahora Noemí no vuelve sola, viene con sus dos nueras. Las dos van por el camino que las conducirá a la tierra de Judá. Para ellas un camino nuevo, un pueblo nuevo, con nuevas esperanzas, con una fe nueva. Por tanto, una vida nueva. Aquí ambas nueras son invitadas a ir en pos de la misericordia de Dios. ¡Que sublime invitación! Más no vemos a Noemí invitándolas, sino más bien señalando con su andar el camino correcto.
Evidentemente esta invitación está considerada en la oportunidad que se le concede a Orpha y a Rut de ser alcanzadas por la gracia de Dios. Cuán distinto y contrario resulta al leer en Números 25:1-2, donde las hijas de Moab son las que extienden una invitación a los hijos de Israel. Nada podremos encontrar con relación a Dios, solo fornicación e idolatría. ¿Qué de nuevo nos puede mostrar, aquel que no ha conocido de la gracia salvadora, de Dios en Cristo Jesús? Nada que esté en relación con el pensamiento Divino. Más bien nos hará descender por los escalones hacia el mal y la injusticia, dejando atrás el bien, la misericordia y la justicia, que son las propias del Señor Jesucristo. En resumen, tal condición solo nos hará perder el temor a Dios y la dependencia. En cuanto a estas dos mujeres moabitas son sorprendidas con este nuevo andar y son puestas frente a lo nuevo, lo que para ellas es desconocido. Resulta maravilloso oír esta respuesta “…nosotras volveremos contigo a tu pueblo” (vers. 10 V.M.). Muchas veces nos sorprende la rapidez con la cual muchos expresan el deseo de seguir al Señor, de la mano con muchas promesas.
¿Cómo es posible ver en Noemí al Señor? Lo vemos a ÉL en un camino de humillación y rechazo de este mundo, caminando siempre hacia lo mejor y sabe el Señor que siempre lo mejor es su Padre. Por tanto, en medio de un mundo bajo las condiciones en que se encuentra, Él nos conduce con toda su gracia a lo mejor. Qué magnifica posición vemos al Señor antes de su venida a la tierra, gozando plenamente del amor del Padre y de su derecho más pleno de gozar siempre de su presencia (Juan 3:35), más su despojo comienza con su venida a este mundo impenitente (Filipenses 2:6-8 V.M.) “Y siendo hallado en condición como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente, hasta la muerte y muerte de cruz”. Esto mismo vemos en Noemí (Rut 1:20), solo Jesús es llevado hasta el extremo de la amargura. Todo esto necesario para señalar la gracia, la misericordia y el perdón de Dios dados gratuitamente a todo ser humano.
Orpha no odia a Noemí, más le reconoce y no le discute. Pero ante la prueba puesta por su suegra, ella ha de claudicar. ¿Dónde estaba el corazón de Orpha? En la casa de su propia madre. Donde esté nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón. Podemos pensar en aquellas grandes multitudes que iban con Jesús, más Él tiene que probar sus corazones diciéndoles: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:25-26).
Orpha besa a su suegra y se marcha, con esto ha despreciado el camino de Noemí, aunque manifestó aprecio por ella, decide no seguirle. Esto no hace más que reflejar la actitud de muchos hoy en día. Aquellos que saben de la persona del Señor, pero no desean seguirle. Saber de Él y reconocerle no es suficiente. Debemos seguirle como una necesidad nuestra. El camino que el Señor señala siempre será de bendición para nosotros. Pero lejos de El solo hay tristeza y desamparo. Podemos ahora leer (Jeremías 15:6-7). Orpha besa a su suegra antes de partir, este es un beso sin valor. Cuando hay abandono, un beso como este no representa el futuro, sino el pasado. Es un beso por lo vivido, no por lo que ha de venir. Representa el ayer de las pasiones terrenales y no el gozo glorioso del porvenir. “Tú me dejaste, dice Jehová; te volviste atrás…” (vers:6). Que tristeza resulta al ver a Orpha sin una actitud por aquel mañana que siempre de parte de Dios se ha de cumplir. Que contraste con Rut, no vemos que ella le bese, sino que echa a un lado los brazos de Noemí y se aferra a ella, tomando así la mejor parte. Vemos a Rut echando raíces en el corazón de su suegra.
Cuán grande y perfecta posición ha tomado Rut, sintiendo cada uno de los latidos del corazón de Noemí. Cuán grande posición podemos tener nosotros en Cristo Jesús (1Corintios 6:17) apegados a su pecho, sintiendo en él los latidos paternales de Dios. Porque ambos uno son. ¿Somos conscientes de la necesidad que tenemos de Cristo Jesús?
El beso de Judas
En Mateo 26:47-50, veremos el deplorable lugar que ha tomado este Judas Iscariote. Objeto de la utilización y propósitos satánicos. Un lugar de enemistad, un lugar donde la carne no puede discernir el maravilloso don dado del cielo, un lugar donde los ojos naturales no pueden apreciar a aquel ser tan precioso que tienen enfrente, es el lugar que han tomado a los que acompañan a Judas para apresar al Señor.
Nos resulta aberrante leer que la mucha gente, los principales sacerdotes (parte de ellos) y de los ancianos, estén expectantes ante la señal de Judas, asidos de espadas y garrotes. ¿A quién van a prender, que sea de tal cuidado que justifique tales armas? Sólo al enemigo que está en sus corazones y en sus mentes. A este que les acusó en su conciencia del mal que había en ellos. Más Cristo está distante de lo que ellos se habían formado como motivo de enemistad. ¡Que espectáculo podemos observar lleno de malicia, engaño, hipocresía, injusticia, etc.! Si utilizamos las expresiones de Job, podremos medir con ello la incredulidad y lejanía de Israel, respecto al Mesías. “…Me presento, y no me atiendes. Te has vuelto cruel para mí; Con el poder de tu mano me persigues.” (Job 30:20-21).
Cristo que da de su gracia y poder, que sana a los enfermos, que da a los que tienen hambre, que perdona los pecados y vuelve la vida al que no la tiene ya. Recibe la respuesta de estos favorecidos con su amor, en odio. Tal es la violencia en sus corazones que se encuentran frente a El armados. Que gran contraste con el hombre perfecto que camina con una mansedumbre preciosa. Queda de manifiesto nuestro carácter natural de violentos y soberbios, capaces de hacer daño al ser más bueno sobre la tierra. No hay paz en los corazones y aún la razón se ve arrastrada por estas emociones erradas.
¿Qué podemos aprender de Cristo? Sin dudar, de su carácter maravilloso: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Son circunstancias como estas las que sacan a la luz el real estado del hombre, podemos asombrarnos por el comportamiento de esta turba, pero el mal que los llevó a tener tal actitud está sin duda en todos los hombres. Viles, arruinados y mucho peor sin siquiera reconocer el don de Dios. En esta situación no merecemos otra cosa más que la perdición y aún esta misma sería justa para nosotros los hombres. Así no podemos agradar a Dios, jamás. La criatura en oposición al Creador. Más Jesús en la condición de hombre y sin pecado, nos vindica absolutamente en las razones de Dios en nuestra creación.
Cada ser humano existe sobre la tierra y tiene su oportunidad de salvación, exclusivamente porque Jesús se hizo hombre y así fue a la cruz, para ocupar el lugar nuestro. A El que le debemos absolutamente todo, le han salido con espadas y garrotes. Con toda la paciencia de Dios puesta a prueba, Él quiere hacernos partícipes de la bendición otorgada a través de su propio Hijo.
“Ved, se acerca el que me entrega” (Vers. 46), ha sido señalado este hombre de Queriot, que siguió al Señor por intereses materiales que vislumbraba poder obtener en el establecimiento del Reino Mesiánico. Se acerca aquel que está a cargo del dinero. Más la avaricia ha llenado su corazón y a todas las cosas, aún a las más sublimes él les dio su precio. Pero al Señor no le es desconocido el corazón del que le entrega y tampoco desconoce el valor de las treinta monedas de plata, que le fueron cancelados a Judas por entregarle. ¿Cuán profundo daño le puede hacer el materialismo a alguien, en cuanto a la fe? Nunca ambos marcharan de buen acuerdo, ni habrá trato posible: “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). Ahí está Judas, de pie delante de la turba, sostenido en su propia mentira, calculando su propia ganancia. Esta particular posición de Judas, deja al descubierto lo que en realidad buscaba y eso no estaba en Cristo. Puesto que, en Él, no encontraremos el lucro, la opulencia, la posición, la vanagloria del poder, etc. Pero sí hallaremos la respuesta de nuestra vida, el amor de Dios, su deseo de llevarnos como frutos benditos recogidos de la obra de la cruz, para la eternidad. Los valores materiales y las glorias de este mundo, solo son pasajeras. Judas se encuentra enfrentado a la raíz misma de sus intereses, en desmedro de la vida eterna y su salvación. Queriot, ciudad de Judas, nos representa los valores del poder, el descanso en lo material, la felicidad obtenida por el dinero, el refugio en medio de los bienes. Ante todas estas cosas reservadas en el corazón, este Judas no puede, ni podría mirar a los ojos al Señor y ¿Quién sí?
“Compra la verdad y no la vendas…” (Prov. 23:23 VM). Ya hemos mencionado que este discípulo deseaba sacar ventaja, más que salvar su alma. Lo que nos parece inaudito, de quién ha sido testigo del amor, de la verdad, de la gracia (Juan 1:17) en Cristo. Más no hace otra cosa sino despreciarla y negociarla por 30 monedas de plata. Un corazón así nunca podrá entender el acto de María, la cual rompe y derrama el perfume del alabastro a los pies del Maestro, para luego enjugarlos con sus cabellos (Juan 12:1-8). Para Judas, esto es solo un motivo de enojo y la consideración de este acto como un desperdicio. Que diferencia con María, la cual usa de su perfume, este que las solteras guardaban para el día de su casamiento. Más ella lo derrama a estos benditos pies y lo prepara para la sepultura. Mas para este cuyo corazón se ha inclinado por la traición, no es más que un despilfarro y sin ningún valor (Apoc.3: 17-19), algo totalmente innecesario. Frente al Señor siempre nuestras vidas son puestas a prueba y Judas no es la excepción, más él se aleja de la oportunidad por gracia de descansar en las manos seguras del Señor, para entrar en el poder oscuro de Satanás.
Durante algún tiempo buscó la oportunidad para entregar a su Maestro y recibir así el pago de su infamia. Habiéndose apoderado de la traición en su corazón, este discípulo encontró su oportunidad, mientras Jesús y los suyos se encontraban en el Getsemaní.
“Al que yo besare, aquel es…” (Mateo 26:48 VM). Esta señal no es para los otros discípulos, sino para los enemigos del Señor. No es para los creyentes sino para el mundo. Un mundo que no quiere oírle, ni obedecerle, pero que celebra el nacimiento y la muerte del Señor o sea le besa, pero le deja, le exige, pero no le da. Cuantos pasos los de Judas convenciéndose de haber tomado la decisión más correcta de acuerdo a sus propios intereses. Un beso, un saludo adecuado para el Maestro y una señal distintiva para los perseguidores. Considerar estos momentos vividos por el Señor Jesús, produce en nosotros un dolor muy grande, de no ser que detrás de todo esto, se está realizando la obra más grande y maravillosa de gracia y salvación a favor de nuestras pobres almas. Debiéramos llorar con gran amargura y avergonzarnos de la eventualidad de llegar a ser hombres tan traidores.
“¡Dios te guarde, Rabí! y le besó” (vers. 49 V.M.).
Aquel que se acerca al Señor con un corazón dividido, se arriesga a perderlo todo, se arriesga a perder al Señor en los caminos espirituales donde Él transita. Si nuestro corazón está dividido no podremos acercarnos a él, con toda libertad y mucho menos disfrutarle. Son muchas las cosas buenas en este mundo que pueden haber atrapado nuestro corazón, pero debemos entender cabalmente que Jesús es siempre lo mejor. Judas de labios le honra más en su corazón le ha traicionado. Historia sin fin que se va repitiendo en muchos actualmente, que no logran entrar en aquel bendito amor del Señor y tienen por menos su fidelidad, su paciencia y su sacrificio.
¿Qué valor tienen esas 30 monedas de plata, que hacen posible la transacción del Hijo de Dios con toda su gracia? El valor una insignificancia. Conformarse con lo menos es ir camino a un suicidio espiritual.
(Vers. 50) “Y Jesús dijo: Amigo, ¿A qué vienes? …” Nos dice la Palabra que Judas le había besado repetidamente y de manera efusiva. Más, Jesús da su oportunidad a este hombre “¿A qué vienes?”. Este era el momento en que Judas podría haber derramado su alma y corazón delante del Señor y dejar que él enmendara todo el sentido de su vida. “Amigo”, no le es el que le traiciona un desconocido, no le es este un ser despreciable, sino que es alguien que como nosotros necesita de su gracia. Cristo es la única respuesta a todos los corazones de este mundo. Él es la puerta abierta que nos permite conocer de su amor, de su gracia, de su bondad, de su paz. Por cierto, que esta no es la primera vez que vemos unidas la expresión de amistad con el de muerte. Ya en Juan 3:16 de igual manera se habla del amor de Dios hacia nosotros los hombres, junto con la muerte de su Hijo. Es prudente considerar alguna diferencia en nuestro amor, ya que nosotros amamos con toda libertad de elección y hacemos objeto de nuestro amor a quienes nos agradan. Más para Dios ha sido alto el costo de su amor (la muerte de su Hijo) y este es dado para el ser más despreciable sobre la tierra. Nuestra inmensa necesidad nos da el derecho en su gracia de recurrir a ese amor. Acudamos prontamente a Jesús y descansemos en su persona. ¡Cuánto deseamos que ninguno tome el camino de Judas, que con su suicidio cubrió su vida con las sombras de la noche y la soledad!
El Beso de José
En Génesis 45: 1-4, 14-15. Podemos concordar con muchos escritores y con muchos creyentes que José es un hermoso, magnifico y perfecto tipo de Cristo. De igual manera creemos que sus hermanos tipifican a Israel en toda su esencia y su esposa egipcia nos habla de la Iglesia. Más ahora quisiéramos ocuparnos débilmente, solo en los besos de José a sus hermanos, como lo hace Cristo con cualquier ser humano objeto de su gracia y amor. Así como estos hermanos, cada persona que se halle frente a Jesucristo no podrá dejar de vivir el verdadero ejercicio del corazón y la conciencia. Los caminos misteriosos que Dios traza han llevado a estos hermanos a encontrarse con José, ya no como objeto de sus celos y duro corazón, sino ahora él puesto en alta autoridad. Es tal la condición de estos hombres, que nada en este distinguido varón les habla de José. ¡Inconsecuencia humana!, ¿Cuánto podríamos decir de Cristo, si no nos hubiese sido revelado por él? Muchas veces nuestra lengua es ligera y se atreve a dar opiniones del bendito Señor Jesús, sin siquiera poder distinguir un solo rasgo de su persona. Nuestra condición carnal produce ceguera espiritual, por tanto, en su estado natural de pecado, al hombre le es imposible discernir todo lo que viene de Dios. Si no fuera por el Santo Espíritu aplaudiríamos las locuras dichas por el hombre. ¿Qué podrían decir estos hermanos de José, sino temer por sus propias vidas? Una posición así solo hace perder el disfrute pleno de este que está frente a sus ojos. Es José más cercano a sus hermanos de lo que ellos son a él. Tantas son las cosas que Cristo quisiera comunicarnos, tanto que darnos, tanto que compartir, pero no somos capaces de discernir a este perfecto hombre e hijo de Dios. Más bien solo entendemos el lenguaje de nuestras propias necesidades. Mucho es el peso y la gravedad que da la Palabra de Dios al decir: “no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:11).
Afuera todos los extraños, solo los transgresores y José. No hay lugar a la curiosidad, no hay lugar a los indiferentes, no son bienvenidos los de conciencia cauterizada. La justicia está de parte de José y podría castigar severamente a sus hermanos, nadie hubiera podido argumentar nada, pero el mismo se transforma en abogado y su gran amor en gracia, le impide elevar alguna sola queja.
Ya una vez solos, él debe comunicar el precio de su amor “y lloró a gritos”. Perfecta manera de revelar el dolor. Pero es mucho más que eso, es desplegar frente a sus ojos el verdadero costo de lo que será la bendición para sus hermanos. No busca José el consuelo, sino el verdadero estremecimiento de los corazones y el arrepentimiento. No busca Cristo que nosotros sintamos pena por lo que él sufrió, en parte, por esto fue cubierta toda la escena de la crucifixión “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció…” (Lucas 23:44-45). Sentirnos conmovidos por el sufrimiento del Señor, pero no entender la razón de ese sufrimiento, de nada sirve. ¿A que apelan los miles de crucifijos que están repartidos por el mundo entero, mostrando a un Cristo, delgado y enfermo? Solo a conmovernos, frente a una imagen patética, que en nada representa el verdadero sufrimiento de Cristo. ¡Cuánta locura!, ¿Cómo escarbar en el dolor del Señor?, Sería una osadía nuestra entrar en aquello que es insondable, aquello que solo es conocido por Dios y Cristo. Cuán precisas resultan las palabras de Jeremías atribuibles perfectamente al Señor “… mi llaga es muy dolorosa. Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla”. (10:19). No es cuanto sufrió Cristo, sino por quien sufrió tanto. El llanto de José no representa otra cosa, sino al duro camino y a los sufrimientos que debió padecer, para que en aquella oportunidad pudiese socorrer a sus hermanos. Con tan particular llanto son valorados verdaderamente los hermanos de José y el sufrimiento de Cristo, nos da el preciso costo que tenemos para Dios. El puro evangelio retrata a Cristo, realizando una gran obra, y también llevando sobre sus hombros el sacrificio. Cualquier otro agregado a esta magna obra, resulta impropio, inadecuado y sin valor alguno. Llorar con gritos, ¿Qué gritos? “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46)”; Dios lo ha desamparado; Perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre” (Salmos 71:11).
“Acercaos ahora a mí…” (vers.4). Nos es posible ver la intención más profunda del corazón de José. Una revelación del Señor en relación con su persona no será realizada, si estamos lejos y distantes. José en su pleno derecho de mantener la distancia debido a su alta posición, más bien efectúa un acto, que sorprende a sus hermanos. Un acto que representan las nobles intenciones deseo del corazón de José. Cuanto quisiera él abrazar a sus hermanos, más esta espera no hace otra cosa que preparar el alma de aquellos que han pecado. Habrán de recordar aquel mal que hicieron hace tantos años ya, habrán de sacudir las conciencias que se habían adormecido frente a ese hecho y habrán de sentir en el alma su propia injusticia.
Frente a Cristo un llamado así, cuanta bendición y cuanta responsabilidad, cuanto gozo y cuanta tristeza, cuanta tranquilidad y cuanta perturbación. Responder al llamado de alguien puesto en tal autoridad nos hace sentir el peso de nuestra culpa y del hecho innegable de estar perdidos, solo así podrá ser apreciada verdaderamente la gracia y la salvación, solo así nos será a nuestro favor. Muchos somos los que hemos sido llamados por este Señor que ha resucitado y está a la diestra de Dios. Marchamos de a uno y con toda nuestra vergüenza y temor a cuestas. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. (Isaías 1:18). Venir luego nos revelan los afectos del corazón del Señor, su santo deseo de querer revelarse a nosotros, pero cuantas cosas interponemos para no responder a su llamado. ¿Por qué a cuenta? Porque somos más que deudores en nuestros pecados al Señor.
¿Qué hace el orgullo humano? Nos convence de lo innecesario de este arreglo de la situación del alma con el Señor. ¿Porque los pecados son grana o rojos? Porque nos habla de la sangre de Cristo, la cual sin ella sería imposible llegar a estar a cuentas con Dios. Cristo fue y es el sustituto en el castigo que Dios ejecutó. Su sangre se derramó en pro de la humanidad. Así esta sangre ha avanzado hacia nosotros y hace lo que para nosotros resulta imposible. En cuanto a la salvación solo cuenta esta preciosa sangre, solo ella puede producir esta pureza y dejarnos sin la más mínima vergüenza delante de Dios. Estos versículos no hacen más que indicarnos que el corazón de Dios desde siempre ha estado inclinado a la misericordia y por tanto darnos libertad, cuando nada de lo que hagamos nos la daría, y darnos vida cuando somos muertos ya. “Una sola gota de tu sangre, es un precio muy alto por lo que soy, más es el valor justo que me diste para ti y no hace más que hablarme de tu inmenso amor. Sobre valuado, eso es lo que soy, un sobre valuado”. Es tal la grandeza de esta invitación a acercarse a EL, que no comprendemos como hay muchos que no desean responder, perdiendo la única oportunidad de estar a cuenta con Dios.
“…y estarás cerca de mí, tú y tus hijos… y todo lo que tienes” (vers. 10). Cuán bendito deseo el de José, cuanta prosperidad para aquellos que nada tenían. Para él sus hermanos siempre fueron eso, sus hermanos. Ellos han de quedar en tierra de Gosén, que significa “dibujar cerca” y podemos pensar en el Señor Jesús (Juan 7:6-11), escribiendo directamente en la tierra con su dedo. Una tierra que les había sido otorgada para realizar un andar como nación de acuerdo al carácter de Dios o sea en santidad y el pueblo ha fracasado en esto. José mismo para sus hermanos solo fue digno del odio y menosprecio. Estos sus parientes dejan ver con este hecho el estado deplorable de sus almas y con el mal corrompiendo aún sus propias mentes, solo hace falta una víctima, para sacar en una mala obra todo lo que se lleva por dentro. Así José como el Señor Jesús son expulsados, el primero hacia una cisterna oscura y vacía, más Cristo a las profundidades solitarias de la muerte. Con todo esto José necesita ganar a sus hermanos y lo hace con amor, aunque él mismo fue vendido por dinero. Un corazón tan grande no puede ofrecer otra cosa “cerca de mí”. ¿Quién soy yo para estar tan cerca de alguien con tanta gracia, amor y bondad? Nada, porque este amor no tiene su fundamento en mí, sino en Cristo y su amplio corazón me ha hecho el objeto de su amor. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
También los creyentes nacidos de Dios, tenemos nuestro “gozo”, prosperidad para nosotros y para todo lo que tenemos. Pero no debemos olvidar que somos un pueblo espiritual y celestial, por tanto, esto tiene un alcance mucho más excelente, que estando en esta tierra gozando por Cristo los beneficios de sus cuidados y realizando nuestras responsabilidades como “santos”, dejando en evidencia el amor con que fuimos amados. En esta condición nos identificamos plenamente con nuestro Señor y caminamos en obediencia, y conocimiento de su bendita persona. José quería tener cerca a esta su familia para hacerlos objeto de sus cuidados y de su protección, mientras estuvieran en esa tierra, buena tierra, pero no era la tierra que les pertenecía. En tiempo de tanta escasez y dificultad, el alimento estaba asegurado, como asegurado estaba la presencia de José para los suyos. En un mundo con tanta hambre espiritual, para los creyentes está también asegurado este alimento y este nos es dado por la mano misma del Señor, asegurándonos así de su presencia.
“Y besó a todos sus hermanos…” Este beso representa en expresión y en significado a la gracia. Vemos también un doble sentir en José: primeramente, en la conmoción de saber la debilidad de sus hermanos y que sin él ellos estarían perdidos. Las consecuencias del pecado no hacen más que sacar en José el dolor más profundo que le había tocado vivir. Pero seguidamente podemos palpar la bendita tranquilidad de tener a sus hermanos y por ende a sus familias recuperadas, restauradas y aseguradas en él. Ahora sus hermanos tendrán la oportunidad de gozarse en las glorias de aquel en quién no habían creído. El beso representa el verdadero perdón y más que eso, toda la paz que puede traer a los deudores cuando la deuda ha sido saldada ya. Poco importa lo que nosotros hayamos hecho ofendiendo a Dios, el punto está en que lo ofendimos. Más lo verdaderamente importante radica en la redención y en el Redentor. Cuanto nos duele ver como se ha enredado por los muchos que hablan del Señor, sin siquiera haber vivido estos momentos, el limpio, sencillo y dulce instante de estar frente al Señor Jesús, para ser objeto de su gracia, la cual nos fue dada sin poseer nosotros ningún mérito y mucho más aun estando ya condenados. Para Cristo nuestro José, le es un gozo sublime besarnos en su gracia “No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Una bendición así a favor nuestro, debiera producir en nosotros un sentir igual al de aquella mujer pecadora, mencionada anteriormente, la cual con lágrimas regaba sus pies, los enjugaba con sus cabellos y no cesaba de besarlos.
Cada día expresamos con todo nuestro corazón, aquellos que disfrutamos y postramos toda nuestra existencia a sus pies. Como los que gozan siempre de su gracia, única y eterna.
“¡Oh, si él me besara con besos de su boca!” (C. Cantares 1:2)