Sean todos nuestros hermanos y hermanas bienvenidos.
Comentario sobre la Epístola de San Pablo a Tito
Por Martín Lutero
Capítulo Uno
Todos los pasajes son la traducción de Lutero, directamente del alemán al español.
Tito 1:1 “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, …”
Pablo. Para una epístola tan corta, la salutación es bastante larga, casi igual a la que figura en la epístola a los Romanos. Por otra parte, en las demás no tiene por costumbre añadirles salutaciones tan largas como las que preceden a las de los Romanos y a las de los Gálatas. El apóstol destinaba ésta únicamente a la Iglesia de Dios. Ya la misma salutación empieza por impartir enseñanza de la fe. Estructura sus palabras de tal modo que «sirven como armas de justicia para la mano derecha y para la izquierda» (2 Co. 6:7). Todo en ello brilla con fuerza y énfasis. Lo primero que destaca es que se denomina a sí mismo ministro. Cada ministro debería gloriarse de ser un instrumento de Dios a través del cual el Señor imparte sus enseñanzas, y no tener la certeza de estar predicando la Palabra de Dios. Pedro dice (1 P. 4:11): «Si alguno habla que hable como si fuesen palabras de Dios». Si ignora que imparte la Palabra de Dios, es mejor que guarde silencio; porque «Dios ha hablado en su santuario» (Sal. 60:6). Por tanto, los herejes, a causa de su enorme ignorancia, deben guardar silencio. Quienquiera que se halle en la certeza de ser oráculo de Dios, sabe que complace al Señor porque dice lo que Dios mismo le transmite desde los cielos a través del Espíritu Santo. Pablo nos lo asegura.
Siervo de Dios es más genérico que ser un «apóstol». No es un siervo de la Ley; no es un siervo de los hombres en cuando concierne a la seguridad y a la certeza de su doctrina; ni tampoco es un siervo que intente imponer la esclavitud de la Ley. Así, cualquiera que se mantenga fiel a su propia función, es un siervo de Dios. Moisés fue un siervo de Dios. Leemos en Romanos 1:9: «A quien sirvo». «Siervo de Dios.» ¡Qué título tan magnífico y destacado! Es preciso ponderar cuidadosamente el apelativo de «siervo de Dios» porque la persona que lo ostenta tiene la responsabilidad de una tarea encomendada por el mismo Señor. Así intenta convencernos de que su palabra es la Palabra de Dios, como Moisés y los otros profetas también manifestaron: «Así dice el Señor». Fue absolutamente necesario reforzar este aspecto ya que la doctrina sobre la voluntad de Dios que Pablo traía, era muy nueva y era preciso hacer callar a los que alegaban: «Pablo era un hombre», etc… Agustín dijo: «Si alguien quiere enseñar, que se asegure de sus palabras y de su doctrina»1. En 1 Pedro 4:11 se dice: «Si alguno habla (que hable) como si fueran palabras de Dios».
Y apóstol. No sólo sirvo a Dios, sino que tengo una tarea encomendada. Aquí nos prénsenla otro tipo de certidumbre. No sólo sabe que sirve a Dios y que imparte la Palabra de Dios, sino que ha sido enviado y encargado por Él con la obligación de enseñar. Sin embargo, conocer la Palabra de Dios y enseñarla son dos cosas enteramente distintas. El poseedor de la Palabra de Dios no la enseña a menos que sea llamado a hacerlo, no debe hacerlo por cuenta propia. Con esto se demuestra lo que significa servir a Cristo y la clase de reino que es el suyo, es decir, el invisible y espiritual. Su reino no se ve; por tanto, son sus ministros los portadores de la Palabra y quienes gobiernan en nombre de ella2. Así se rige el reino de Cristo. Al decir que a Cristo sólo se le reconoce por la Palabra, anuncia la clase de ministerio que posee, el espiritual y el invisible. Pero ¿con qué propósito eres un apóstol? ¿Qué es lo que traes?
No es sin motivo que añade las palabras «apóstol de Jesucristo», ya que también leemos en Hebreos 3:5, que Moisés y los profetas se titulaban siervos de Dios, incluso el mismo David (1 S. 16:12-13). Moisés tuvo una misión y así la enseñó, tal como se cuenta en Éxodo 19 y 20; 2 Corintios 3:7 y Hebreos 12:21. «Estoy aterrorizado y tiemblo.» No sólo era el pueblo el que tenía miedo de lo que enseñaba, también a él le dominaba el temor. No tuvo fe en medio de las aguas de la rencilla (Nm. 20:12-13) y murió antes de entrar en la Tierra Prometida (Dt. 34:5). Sin embargo, Pablo no es la clase de siervo que fueron Moisés y los profetas. Como dice en 2 Corintios 3:7-11, trae algo mucho mejor. Por eso cita «un apóstol de Jesucristo» en 2 Corintios 5:20; y añade «para proclamar la fe», una frase que debería emocionarnos, como asimismo debería hacerlo el título del Evangelio (Mt. 1:1) «Libro de la genealogía de Jesucristo», lo cual significa que asistimos a la presentación del Unigénito y de los reyes y profetas que lo esperaban anhelantes. Por designio, sirvió en primer lugar a los judíos que odiaban el nombre de «Jesús», le llamaban «Thola»3. Así lo cuentan los Hechos en 17:5 y en 25:24; los gentiles, específicamente Festo, lo corroboran. El siervo del Señor, empero, fue una excepción tal como se evidencia en sus epístolas: «Aunque me odiéis, sigo siendo el apóstol de Aquel que fue prometido a nuestros padres» y «el que me desecha a mí, desecha al que me envió» (Le. 10:16).
Conforme a la fe: palabras extraordinariamente excepcionales y rebosantes de doctrina. De ellas puede derivarse la suma total de la vida cristiana. Contradicen los falsos dogmas. El apóstol suele unir fe y verdad, como en 1 Timoteo 4:12 y en Efesios 4:13-15 en que afirma que, al alcanzar la unidad en la fe y por el conocimiento del Hijo de Dios, conseguimos llegar a la Verdad; nuevamente en (Tito. 1:15) «Todas las cosas son puras para los puros». La fe es aquella por medio de la cual creemos en el Señor Jesucristo a través de la palabra de los apóstoles. Por ello, a través de Cristo, obtenemos la justicia y el perdón de los pecados como dice el canto de Zacarías (Le. 1:77) «Para dar conocimiento». La primera parte de nuestra doctrina es saber que a través de Cristo obtenemos el perdón de los pecados; dice en 1 Corintios 1:30: «Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios, sabiduría». A partir de esta fe, evidentemente se obtiene el conocimiento de la verdad. Y si poseo el conocimiento, vivo en el reino de la misericordia. Si resbalo y caigo, puedo volver a levantarme. También se deduce que las cosas exteriores no contribuyen en nada a la justicia, cosas como el lugar donde vivo y el traje que llevo encima, etc… En Calatas 2:21, concluye: «Pues si por medio de la ley se obtuviese la justicia, entonces Cristo hubiera muerto en vano». Por tanto «la circuncisión es nada y la incircuncisión es nada» (1 Co. 7:19); ni los votos monásticos, ni las misas, ni las cosas denominadas «espíritus elementales del universo». Saber esto es conocer la verdad. Así, de la fe surge el conocimiento que es la verdad, y cualquier cosa aparte de la fe no justifica. Se instituyeron tantas formas de orar entre los judíos y entre nosotros que son incontables. «Id y aprended lo que significa» (Mt. 9:13) es lo más importante y la única cosa que cuenta. Por ello, se equivocan aquellos que esperan complacer a Dios a través del sacrificio. Y de los discípulos que estaban arrancando espigas en sábado, Cristo dijo (Mr. 2:27); «El sábado fue instituido para el hombre». En este caso, se rechaza lo correcto del momento que consistía en la observancia de cada día, incluido el sábado. «Pues os digo que aquí hay alguien mayor que el templo» (Mt. 12:6). Es decir que la justificación no reside en el sábado, sino en la fe en Cristo. Creer en la justificación del sábado es creer en algo contrario a la verdad. Pero ¿y la luna nueva? Tampoco cuenta, dice Pablo (Col. 2:16). Es cierto. ¿Por qué ayunamos con tanta frecuencia? Somos «hijos del matrimonio» dice (Mt. 9:15). Existe un ayuno bueno y auténtico, no como el mencionado por Mt. 6:16 que por ello rechaza. El ayuno no es la justificación, sino la fe en Cristo que, si se posee, se es grato a los ojos de Dios, tanto si se ayuna como si no. Comed todo lo que Dios os ha dado. «Nada es de desecharse», afirma Pablo en 1 Timoteo 4:4. ¿Y por qué David comió los panes de la Proposición? (Mt. 12:3-4). Nada es puro o santo salvo la fe. Para nosotros todas las cosas son sagradas, incluso los pecados cometidos contra las tradiciones humanas. Así tocar el cáliz o quitarse la quipa que resultan ser grandes pecados, justamente se tornan sus opuestos. No existe ni condena ni salvación en los objetos exteriores, sólo en la creencia. Por ello, de acuerdo con Cristo, afirmamos que nada justifica salvo creer en Cristo. De ahí que todo cuanto se haya instituido a los fines de cualquier justificación, constituye un error. Por ello, los decretos del Papa y las normas de los padres también constituyen error a causa del carácter exterior de las ceremonias impuestas por motivos alimentarios. Son un error porque entran en conflicto con la doctrina que dice: «El cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra salvación» Romanos 4:25. Así, con una palabra, quedan borradas toda pompa y toda tradición, y la fe y la verdad reinan por doquier. Yo no predico la necesidad del ayuno o de respetar el sábado; no soy un apóstol que busque altares, misas o vigilias. Por tanto, nada que no sea la fe y el conocimiento, conduce a la rectitud. Como ya se ha dicho anteriormente, quien se entrega a Cristo, posee su conocimiento. Esta es la auténtica iluminación tal como nos enseña el ejemplo de Cristo en el Evangelio cuando rechaza todo cuanto le presentan sobre la Ley de Dios o las tradiciones de los hombres: «Mas en vano me rinden culto» (Mt. 15:9); como hemos dicho, Pablo expresa lo mismo incluso con una energía mucho más contundente. Conocer la verdad es saber todo aquello que nos hará libres. Es gran cosa que un infeliz como yo se vea obligado a publicar que el Papa y los clérigos están sumidos en el error y, sin embargo, es cierto, no comprenden a «un apóstol que habla de acuerdo con la fe y el conocimiento de la verdad». Sabemos que todo aquel que se halle en Cristo es libre, ya sea de la ley de Moisés o de la del Papa. Si os casáis no pecáis, ni pecáis si coméis pescado en viernes. 1 Corintios 3:21, 23: «Todo es vuestro»; con una excepción: «vosotros sois de Cristo». Lo que vosotros, los apóstoles, predicáis, lo acogeré si me place, en caso contrario lo rechazaré. En cualquier caso, el peligro para nuestras almas reside en no creer en Cristo, no en faltar a su obediencia. Por eso dice: «de acuerdo con la fe».
Los escogidos de Dios. ¿Por qué esto? Al parecer, esta epístola fue escrita hacia el final de la vida del apóstol cuando ya se hallaba gravemente enfermo. Como le ocurría al profeta Jeremías, no le hacían caso. Se le acusaba de embaucador y de hereje y de destruir a Moisés y al templo. Como cuenta en 1 Corintios 4:13, agitaban el odio de los gentiles para que el pueblo se le pusiera en contra, mientras los falsos apóstoles minaban las iglesias. ¿Qué podía hacer? «Predico y oro en medio de un gran peligro. Les brindo la mayor de las bendiciones y así es como me pagan. Así se calumnia al Evangelio, y de nuestras enseñanzas surgen las herejías. Sin embargo, todas estas calamidades no me impiden predicar el Evangelio, aunque haya judíos blasfemos, y aparezcan herejes y paganos que me persiguen. A pesar de ello, seguiré predicando porque sé que los elegidos lo aceptarán.» Con esta manifestación evidencia la tragedia que sufre la Palabra de Dios. Caerán a la cuneta. «Lo hago todo para los elegidos.» Nosotros debemos actuar de la misma manera. Los papistas nos difaman. Además, muchos de los que han trabajado y sembrado con nosotros, están creando sectas. Los anababtistas, los sacramentaristas, los del pecado original4 y demás fanáticos que han aparecido. Gracias a que Dios no me hizo saber que tropezaría con tantas herejías, de lo contrario no hubiera tenido fuerzas para empezar mi misión. Pero nos consuelan las palabras: «No empezamos por vosotros, tercos, ni por los sacramentaristas, ni tampoco abandonaremos por causa vuestra. Empezamos en atención a los que han de venir». Así, la palabra de Cristo tropieza con innumerables sectas e inconvenientes que impiden su difusión, sin embargo, a pesar de ello, la Palabra prevalece. Los enemigos del Evangelio me preguntan: «¿Para qué sirve tu evangelio? La gente degenera al nivel de las bestias. No nace nada bueno. Surgen guerras y toda suerte de malignidades. La herejía y la discordia florecen». Dejemos que ocurra. Yo predico la fe a los elegidos y no permitamos que la confusión domine a ninguno cuando asistamos a la persecución de la Palabra y a la aparición de las sectas. «Porque la fe no es de todos» (2 Ts. 3:2) es nuestro consuelo, como seguramente lo fue de Pablo. Aunque haya quien no acepte esta fe, sigue presente entre los elegidos de Dios. Dice tanto con tan pocas palabras. La fe prevalece contra todos los esfuerzos, actos, desfallecimientos de los elegidos, persecuciones, la cruz, etc.…
La fe. Pablo ataca a los falsos apóstoles. No por la Ley, ni por la circuncisión, ni por relatos como los de Moisés, las tradiciones de los antepasados, rosarios, votos, misas, vigilias, obras monásticas como las de los papistas, el abandono de las propiedades como entre los anababtistas … ¡sino por la fe! El Antiguo Testamento y todas las formas de oración y de búsqueda de la justicia, son abolidos. En 1 Corintios 1:17 vemos el tipo de predicación que merece el nombre de «apostólica»: «Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio». Es decir, a predicar la Palabra que no necesita de actos, sino de fe; la Palabra de la que se habla en Romanos 10:10, o en el sermón de Romanos 3:23: «Todos hemos pecado». Y en Hechos (1:8): «Y hasta lo último de la tierra».
La verdad que es según la piedad. Aquí nuevamente distingue entre el «ejercicio corporal» (1 Ti. 4:8) y la piedad que evita los extremos y se halla en el justo medio. La piedad significa servir a Dios y adorarle adecuadamente. Entre los cristianos, orar o adorar a Dios no es identificarse con esa serie de actos ostentosos que castigan al cuerpo como cantar por la noche, ayunar y torturarlo. Dios no conoce este tipo de adoración; sólo donde se usa su Palabra adecuadamente, se le adora con pureza. La fe y el amor de Dios eleva las almas y su obra alcanza al prójimo. Creer en Cristo, sentir compasión por el pobre y el débil, y persistir en ello, esta es nuestra religión, es decir, la religión cristiana. Y si a ello le sigue la cruz, el cristianismo se hace perfecto. La piedad es creer en Jesucristo y amar al hermano. Para conseguirla, hay que construir la fe mediante la Palabra. En este caso, se sirve a Dios porque las habitaciones del Espíritu están preparadas para Él. Para lograrlo, no se requiere castigar al cuerpo como en el caso del ayuno; lo que se precisa es una meditación diligente. Esta es la obra del alma y declararlo es el más alto ejercicio del cuerpo. La piedad6 es el sentimiento que los padres sienten por los hijos y viceversa. Quien conoce la verdad no está vacío porque «vive de acuerdo con la piedad» que no sólo es didáctica, sino que la contiene. Llama a Timoteo «un buen ministro de Cristo» (1 Ti. 4:6). Cuando yo predico que sólo la fe en Dios es sinónimo de justicia, tanto si se es siervo, célibe o casado y que todo lo demás no importa. La fe llega porque enseño a las almas el modo como deben creer. Por tanto, sólo en la fe y en la verdad es posible la justicia porque sabemos que nada ata a la conciencia, y dado que también sabemos que nos sirve para la vida presente, su propósito es redimirnos no sólo del pecado, sino de la misma muerte. La muerte es por causa del pecado y «porque la paga del pecado es la muerte» (Ro. 6:23). Nuestra doctrina se basa en que enseñamos la justicia que nos prepara para la vida eterna. Es su punto central. Los creyentes se han liberado de las tradiciones humanas aplicándose a ellos mismos los supremos beneficios de la doctrina cristiana.
Tito 1:2 “… en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos, …”
En la esperanza. La impiedad nos impide percibir la vida. Primero debemos cambiar. Nuestra vida empieza en la esperanza, en aquello que anhelamos pero que no vemos (Ro. 8:24). La esperanza y la cruz deben caminar juntas y simultáneamente, ya que donde se practica la piedad, no falta la cruz. Donde todo está condenado, no hay paz, sino cruz (Mt. 10:34). Sin embargo, al ser portadores de la Palabra, recibimos los reproches y ataques de los malignos y de los mismos hermanos, y el Diablo no cesa de acusarnos. Pero bajo esta cruz yace oculta la vida eterna, y si no lo está, significa que la gozamos en el presente; por tanto, la esperanza es nuestro alimento. Cuando soy consciente de mi pecado, a pesar de ello también lo soy de la vida, e incluso en el momento de la muerte, me digo: «Estoy vivo y viviré». Si un mártir ha de resistir el sufrimiento, ha de hacer abstracción de lo que le ocurre, de lo contarlo la desesperación lo abatirá. En lugar de ello, ha de decirse: «Aunque reconozco mi pecado, Jesucristo intercede y no nos acusa». Dicha intercesión debe sustentarse en la fe según la cual, aún conocedores de la acusación de Cristo, conservamos la esperanza en su intercesión. Para mí, en la muerte habrá vida porque Cristo es el señor de la muerte. «Aunque pase por el valle de sombra de muerte» dice el Salmo 23:4. Evidentemente se da cuenta del fin inminente, pero asegura: «no temo ningún mal». Contrariamente a las apariencias externas, aquí reina la esperanza y no cree en un Dios absurdo. También nosotros experimentamos la cruz y nos enfrentamos a la muerte, tal como nos dice en Romanos 8:38, y si no, ya se encarga Satán de inyectarlo en nuestra conciencia. La muerte y el pecado son reales, pero yo anuncio la vida y la fe esperanzadas. Por tanto, si se desea ser salvado, hay que luchar contra nuestros sentimientos. Tener esperanza significa esperar la vida en medio de la muerte y la justicia en medio del pecado, ya que nadie puede concebir una vida en la que no exista el pecado. No sirve de nada convertirse en un cartujo. En lugar de ello, hay que decirse: «Soy un pecador y jamás podré salvarme yo solo. He acogido con ingratitud las bendiciones de Dios. Pero, aún en medio del pecado, albergo la esperanza de la vida eterna». Esta es la gran proclama: «Pero la esperanza que se ve, no es esperanza» (Ro. 8:24)7.
Habréis advertido en el saludo contenido en esta epístola que Pablo exalta y alaba su ministerio, pero con una especie de orgullo sagrado que no es más que la confianza en Dios y una afirmación rotunda contra las tradiciones de los hombres que enseñan lo contrario; son «una caña sacudida por el viento» (Mt. 11:7). Es mi deber enseñar la fe a los elegidos, el conocimiento de la verdad en la que reside la auténtica justicia, provechoso no sólo para la vida presente, para el alimento del cuerpo, sino para una vida eterna basada en la esperanza. Son palabras grandes e inapreciables sólo comprensibles a través de la fe.
La cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos. También ésta es una manifestación de confianza dirigida a los débiles y tímidos en la fe, cuando dice «que no miente», ya que creer que esperamos tener una vida eterna sobrepasa cualquier comprensión (Fil. 4:7), incluso la de los piadosos. Los impíos y paganos, en cambio, la ridiculizan. Lo consideran una locura (1 Co. 1:18). Los saduceos no creían que existiera una vida más allá de la muerte y se burlaban de la idea, del mismo modo que Plinio y sus compañeros, incluido Suetonio8. Pero el hombre piadoso lo cree firmemente, porque creer en la vida eterna es la doctrina más insigne. Para animar a los débiles de fe, afirma «que no miente», que es mucho más efectivo que si hubiera dicho «el que dice la verdad». Cuando se habla, una afirmación negativa añade fuerza a la expresión de los sentimientos. «Él no me mentirá.» Así hay que animar al débil con estas palabras: «¿No crees que Él mantendrá sus promesas?» Así consuela Cristo en Lucas 12:32: «No temáis manada pequeña». Los creyentes siempre han necesitado este consuelo, porque tan pronto un hombre empieza a reflexionar sobre lo que le rodea, irremediablemente acaba tropezando con la idea de la vida eterna. Al ser nuestro convencimiento primero el hecho de que somos unos pecadores, resulta sublime creer que Dios nos ha preparado un lugar en la vida eterna. Eleva al pobre del barro y lo saca del pecado y de la muerte. Corona a los indignos. Así dice en Juan (Jn. 14:1-2): «No se turbe vuestro corazón. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Se os ha prometido la vida eterna. Es algo grande, pero no temáis. Sois un rebaño pequeño, pero debéis tener el coraje de creer porque ello complace al Padre. Además, si no estuvieran preparadas las mansiones, yo iría ahora a prepararlas».
Aquí, nuevamente, suprime la necesidad del mérito9. Nosotros no lo merecemos, somos indignos. Dios nos desea humildes y desechando la gloria y el poder, pero, a la vez, nos manifiesta su amor y su misericordia. La luz nos fue dada, pero no porque la pidiéramos, sino «siglos atrás». Así Cristo dice en Mateo 25:34: «Preparado para vosotros». Esta frase del Nuevo Testamento contradice la idea del mérito, como en los Calatas (3:18): «Porque si la herencia es a base de la ley, ya no depende de la promesa; pero Dios la otorgó a Abraham mediante la promesa». Por tanto, la promesa es una muestra íntegra de misericordia al no ser consecuencia de la petición de nadie y el mayor de los consuelos para las conciencias débiles. Él no basa la obtención de la vida eterna en nuestras virtudes o nuestros méritos. Si lo hiciera, nadie se salvaría. Somos frágiles, inestables, y en menos de una hora ya hemos caído en la impiedad y el descreimiento. Por ello, para que nuestra esperanza pueda ser sólida y segura, la vida eterna ha de basarse únicamente en la promesa de Dios que no miente. Es veraz y firme. El hombre insensato construye sobre la arena (Mt. 7:26). El término «hace siglos» también contradice la idea del mérito, y demuestra que Dios no varía. Ni la promesa ni Dios son temporales. Hizo libremente la promesa sin nadie que se la pidiera o se la mereciera. La hizo y la completó en su propio seno ya antes de la misma existencia del mundo, aunque no la manifestara en aquel momento. ¿Qué mérito hubiera tenido su promesa eterna si no nos la hubiera manifestado? Lo hizo a su debido tiempo, es decir en el momento de la llegada de Cristo, enviado para manifestarse al mundo, aunque primero lo anunciara a través de Jacob y Daniel. Contra nuestros fanáticos dice: Su Palabra a través de la predicación. Habla de la Palabra oral. A continuación, cuando dice que me fue encomendada significa que no fue obra suya. A Pablo no se le dotó de la Palabra interna que sólo predica el Espíritu Santo por inspiración. «A través» indica que el Señor le permitió que predicara.
Tito 1:3 “… y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador”
Por medio de la predicación. Aquí explica claramente la clase de siervo de Dios y apóstol de Cristo que es, no alguien que ora a Dios como hizo en un tiempo cuando observaba la Ley, según cuenta en Filipenses 3:9 y hacían los judíos y aún practican los papistas, sino «a través de la predicación» como leemos en los Hechos (10:42). ¿Qué clase de reino es el de Cristo? Uno espiritual e invisible. Él mismo está visiblemente ausente, pero a través de su Palabra gobierna y administra su reino. Sin embargo, no se trata de un reino político como creen los fanáticos; sus siervos no están armados, sino que predican en debilidad tal como se lee en Calatas 4:13 y 1 Corintios 2:3; no consta de ceremonias ni pompas externas, ni de lugares especiales para reunirse las personas, como suponen los papistas, que cuando predican, no hablan de la fe sino de sus propias suposiciones.
Y cierra el círculo llamándose nuevamente apóstol. No se refiere a ningún elemento ceremonial, sino a la Palabra relativa a la fe y a la verdad que enseña la justicia. Por delegación, es decir, algo que se ha encomendado a alguien. Se refiere a que cada heraldo debería llevar un mandato, un encargo, una orden; por tanto, ha de tener un mandato, una autoridad o un derecho para instruir y enseñar, tal como dicen los legistas: «Tengo un mandato para predicar. El Señor, el Salvador, me lo ha dado». Este hermoso saludo da a conocer en muy pocas palabras el resumen total de la doctrina cristiana, aun cuando lo sea bajo la forma de exhortación. Pablo es un apóstol no de los hombres, sino enteramente de Dios. Por ello, la palabra que lleva es la Palabra de Dios.
Tito 1:4 “… a Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo nuestro Salvador”
A Tito, verdadero hijo, continúa el saludo. «Verdadero» es decir sincero, o en alemán rechstschaffen. Este apelativo no sólo se refiere al mismo Tito, sino que Pablo lo emplea para distinguirlo de los falsos apóstoles por haber tropezado con muchos y de lo que se queja repetidamente en sus epístolas. A pesar de haber instruido a numerosos hijos, algunos de ellos se tornaron ilegítimos, degenerados y falsos, hijos sólo de nombre no de hechos. Pero de Tito dice que se esfuerza en seguir los pasos de Pablo (2 Co. 12:18), que enseña lo mismo y que en todo se expresa a imagen de Pablo tanto de palabras como de hechos. Si todos enseñan, piensan, dicen, viven y expresan lo mismo en lo que se refiere a Jesús, nunca caerán en ninguna herejía. Además, compartirán las mismas cruces y sufrimientos, los cuales favorecen la mutua compasión, con lo que sus conductas públicas y aspiraciones espirituales serán parecidas; tendrán la misma actitud y juicios, vida, cruz, sufrimientos y compasión idénticos. Con esta afirmación también señala a los falsos apóstoles que sólo imitaban a Pablo en parte, es decir en el bautismo, pero no en la predicación. Por ejemplo, enseñaban que no había resurrección de los muertos (1 Co. 15:12). En verdad, Tito se mostró íntegro y no un degenerado como los otros. Para evitar la impresión de que pudiera ser su hijo natural, añade la palabra espiritual: «Yo te he enseñado y a través de mis
enseñanzas te has regenerado en la fe. Por ello, soy tu padre espiritual y tú eres mi hijo». De la misma manera que un hijo obtiene la sustancia y la naturaleza del cuerpo de su padre, así este hijo espiritual obtiene la fe de Pablo, su maestro. Así, se parece a su padre en que posee la misma fe que vosotros y que yo. Cristo prohíbe llamar a nadie «padre» o «maestro» (Mt. 23:9-10). ¿Qué podemos decir nosotros de este «no llaméis»? Santiago declara: «No os hagáis maestros muchos de vosotros». ¿Por qué dice aquí que es el padre de Tito, y a Timoteo (1 Ti. 2:7) que es «el maestro de los gentiles»? Encontramos una expresión similar en 1 Corintios 4:15 y en 2 Pedro 3:4: «Los padres durmieron» refiriéndose a los apóstoles a los que llama «padres». Todo aquel que es un padre en Cristo no divide los padres en varios. Pablo el maestro era el vicerregente de Cristo. Arrio es un padre de índole distinta a Pablo; ambos fueron muy diferentes en sus enseñanzas y en su vida, y la forma separada de unión en Cristo. Si sólo ha de haber un padre, en ese caso Cristo es nuestro Padre en Pablo, en Juan o en Pedro. Así, todos nosotros somos hijos en Cristo porque Juan no enseña nada distinto de Pedro. Por eso pueden ser llamados padres en Cristo, pero no como personas, porque cuando oigo que me habla Cristo no lo hace con las palabras que tendría el apóstol como persona, sino que es el Señor que habla por su boca. Así, llamo «padre» a Pablo no por él mismo, sino por Cristo. Dice a los Corintios (1 Co. 11:1): «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo», es decir, no solamente «de mí», sino «de mí como», etc… Esta unión con Cristo es un ejemplo de cómo se explica la relación entre Cristo y Pablo. En este sentido, nosotros somos todos padres siempre que nuestra paternidad redunde en Cristo, nuestro Superior. A través de los apóstoles nos habla y nos gobierna. Ni el papa ni los herejes lo hacen. Ellos no dicen: «Sed imitadores de nosotros como nosotros lo somos de Cristo». Cristo no habló de los días de observancia, etc… Si el Papa dijera: «No quiero que me imitéis en la medida en que yo imito a Cristo», se le podría aplicar el texto (Jn. 10:5): «Mas al extraño no le seguirán, sino que le huirán, porque no conocen la voz de los extraños». Esto se ajusta a cualquier padre o predicador en el cual no oiga la voz de Cristo.
Gracia y Paz. En sus otras epístolas acostumbra a combinar ambas; al escribir a Timoteo coloca la «misericordia» en medio (1 Ti. 1:2). Creo que lo hizo para expresarse con mucho mayor vigor contra los falsos apóstoles. Otros le califican de obispo en batalla. Sin embargo, a pesar de que a Pablo le asalta continuamente el sentimiento de haber predicado en vano y de que la Palabra sólo permanece en unos pocos, sigue con su salutación. «Quiera Dios concederos su misericordia», dice. Aquí habla con el mismo sentimiento: «Estoy perdiendo a aquellos a los que he servido cada día y mis enemigos nacen de entre mis propios hijos. Tú eres el único que me queda». Así, refuerza su saludo a causa de la emoción que siente y de las pruebas que sufre, cada día más severas. Yo, por mi parte, haría lo mismo, y seguro que los peligros provocarían en mí emociones mucho más intensas.
La gracia es el favor de Dios por medio del cual nos son perdonados todos nuestros pecados. La misericordia es lo que le induce a tener piedad, a vigilarnos cuando somos imperfectos y caemos, y a aumentar sus dones. El tercer aspecto benéfico es la toma de conciencia. Atribuye el mismo honor a Cristo y al Padre y demuestra que Cristo es auténticamente Dios por naturaleza puesto que la concesión de estos tres dones constituye la característica distintiva de la obra de Dios. Por tanto, cuando la gracia procede de Cristo, constituye la prueba de que es Dios, ya que el Señor no entrega a nadie más la gracia de la posesión de los mencionados tres dones. Hasta aquí el saludo y el precepto.
Tito 1:5 “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; …”
Por esta causa. En este fragmento es evidente el carácter de alabanza y exhortación de la epístola, ya que la enseñanza e instrucción contenidas en ella versan sobre la moral. En cambio, en otras epístolas habría empezado a hablar de la misericordia de Dios mostrada a la raza humana a través de Cristo. Impelido por la necesidad de tener que visitar otras iglesias, había dejado a Tito en Creta donde no había podido permanecer tanto tiempo como deseaba. Por ello no le había sido posible nombrar a los ancianos que deberían enseñar la Palabra después de su partida. En realidad, había nombrado a algunos, pero no en todas las ciudades ya que se había visto obligado a partir. «Así -dice- que por esta causa te dejé aquí. De lo contrario te hubiera llevado conmigo. Debías poner orden en lo que faltaba.» Pablo indica que sólo deja algunas cosas arregladas, por lo que Tito ha de acabar las restantes que le ha sido imposible solucionar. Por tanto, le dice: «En las ciudades en las que encuentres que no hay iglesias, establece y ordena ancianos. Nombra al que tenga que ser ordenado, ya que, aunque todos son sacerdotes, no todos son ministros».
Todos los cristianos son sacerdotes como dice en 1 Pedro 2:5, 9. Jeremías 31:34 dice: «Porque todos me conocerán» e Isaías 54:13: «Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová». La misión de los sacerdotes es enseñar, orar y sacrificarse. Lo primero es conocido de sobras, lo segundo lo determina en la declaración «y cualquier cosa que me pidáis etc.…» (Jn. 14:13); el tercero se enseña en Hechos 13:5 y en Romanos 12:1. Pero no todos son ancianos, es decir ministros, como había encargado a Tito. Primero le da el encargo general de nombrar a los ancianos y a continuación le detalla la clase de hombres que hay de elegir.
Todos los cristianos poseen el sacerdocio, pero no todos desempeñan la función sacerdotal. Y a pesar de que todos pueden enseñar y exhortar, debe hacerlo sólo uno y los demás han de limitarse a escuchar, de forma que no hablen todos a la vez. Hay que señalar que la orden de Pablo era que debía seleccionar «ancianos» (en plural) en cada ciudad, calificados unos de obispos y otros de ancianos. De ahí que, en tiempo de los apóstoles, cada ciudad contara con varios obispos. En aquel tiempo ser cristiano era una condición destacada. Sin embargo, el auténtico sentido de palabra «obispo» perdió su significado, viéndose sometida a prolongadas distorsiones y abusos. Ahora se llama ordenamiento y un hombre se encarga de cinco ciudades. De ahí vemos que las tradiciones humanas nunca son inocuas por buenas que hayan sido en su principio. El obispo Alejandro, al constituirse en jefe de todos los demás10, imprimió a sus funciones y a su persona el carácter de autoridad absoluta, desapareciendo con ello la figura de antiguo episcopado. Actualmente, el apostolado no es más que un medio para adquirir propiedades y hacer ostentación de pompas diversas; no existe la doctrina, por no hablar de palabras y hechos. Sería necesario que cada ciudad tuviera más de un obispo, es decir, inspectores o visitadores. Un inspector de este tipo sería el clérigo de la parroquia junto con el capellán, de manera que compartieran los deberes y asistieran a la vida del pueblo y al modo como éste recibe la enseñanza. Si alguien era un usurero aplicaría la Palabra para corregir y redimir a la persona en cuestión. Esta clase apostólica de episcopado hace mucho tiempo que desapareció. En los Hechos 20:28, Pablo habla de los obispos de una sola iglesia: «Prestad atención… en que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores». Actualmente, sin embargo, los obispos son un ejemplo de malignidad. En ninguno de ellos hay esperanza de salvación. Se sientan en un sillón de obispo, pero ninguno de ellos es maestro. Si ellos no cumplen con su tarea de obispo, ¿quién se ocupará de alimentar al rebaño?
En cada ciudad. Es decir, muchos en cada ciudad. Los ancianos son los poseedores de la autoridad de la Palabra. Se nos llama obispos por rito apostólico y esto es lo que somos. Enseñamos a Cristo y comprobamos quién cree y quién vive de acuerdo a sus enseñanzas. Por otra parte, censuramos a los que no lo hacen y, si se niegan a cambiar, los excluimos de la comunidad cristiana y de los sacramentos. «Imita mi modo de hacer. Has visto cómo ordeno ancianos en cada ciudad. Haz lo mismo. Además, te recomiendo que no órdenes a cualquiera indiscriminadamente.» La ordenación no se hacía como lo practican los obispos en la actualidad, sino que se reunía a los ancianos y se efectuaba una imposición de manos.
Tito 1:6 “… el que fuere Irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”
El que fuere irreprensible. «Vigila de no nombrar a quienes sean ladrones ni codiciosos de ganancias deshonestas.» Jerónimo cree que sólo aquel que desde el día de su bautismo ha llevado una vida pura y sagrada puede llegar a ser obispo11. Donde haya un hombre semejante no debemos perderlo de vista. Debe ser alguien al que no pueda acusarse de nada. Según la lista que hace Pablo, no debe hacerse culpable de hechos que causen desvío en los hombres. Pablo se refiere a vicios públicos de los que cualquiera puede ser reo. ¿Acaso esto significa que existe alguien sin pecado, sin carne, sin sangre? «Puesto que él también está rodeado de debilidad» se dice en Hebreos (He. 5:2). Pero Pablo habla de los vicios públicos de los que el estado debe controlar, de los que se puede afirmar que se realizan injustamente y de los que un infractor ha de temer el castigo; es decir, ha de ser la especie de persona que no pueda ser acusada abierta y públicamente. Debe predicar «el perdón» (Le. 11:4).
Marido de una sola mujer. A pesar de todo cuanto se ha dicho acerca del celibato, un obispo elegido por Dios puede tener una esposa. ¿Si este ordenamiento divino y esta regulación apostólica no tienen más valor que las ordenanzas y las regulaciones del Papa, quien puede contradecirlas? Viene a significar que un diocesano, el sacerdote de una parroquia puede tener varios vicarios, pero sólo una parroquia y que un obispo no puede detentar dos diócesis al mismo tiempo12. ¿No son éstas unas monstruosidades evidentes? ¿Cuándo se ha oído hablar de algo semejante? Estas tradiciones humanas constituyen auténticas «tinieblas palpables» (Ex. 10:21). Conocemos hasta dónde llega el celibato. El arzobispo de Mainz tiene dos esposas incompatibles13 y el Papa tantas concubinas como el mismo Salomón. Nadie puede ser a la vez esposo y novio salvo Cristo, como dice Juan en 3:29. Sólo Cristo es una sola carne con su Iglesia y sólo Él la ha bañado con su sangre. ¡Fiémonos de sus cantos y de sus amenazas! Si alguien pregunta alguna vez: «¿A qué os referís con eso de una sola esposa?» La repuesta será que el mandato divino es de ser marido de una sola mujer14.
El hombre seleccionado para obispo debe ser íntegro y el esposo de una sola mujer. Ya he manifestado que este texto es una especie de oráculo divino contra la pretensión y los numerosos argumentos nacidos de nuestra conciencia, en especial la costumbre de tantos siglos y el ejemplo ofrecido por tantos de nuestros santos padres. Para éstos, la observancia del celibato era libre sin coerción de ninguna ley; sólo más tarde cambió. Nada podía haber ocurrido más monstruoso que el celibato. En los dominios del Papa, un obispo sólo es íntegro cuando no tiene esposa. No cuenta que a lo mejor sea reo de otros vicios. Si tiene tratos con rameras, hace penitencia y con eso basta. Y así sucesivamente. Digo esto para fortalecer las conciencias en relación con la vida de celibato que llevaban nuestros santos padres. Este punto de vista ha sido discutido a menudo y si alguien se casa, sabe que, en el Día del Juicio Final, Dios se lo aprobará gracias al apóstol Pablo. Pensad en Pafnutius y el Concilio de Nicea al que asistieron 318 obispos15. Entre los demás artículos, estaba el del celibato. La mayoría deseaban que este tema se legislara. Sólo Pafnutius se resistió y acabó convertido en un mártir. Se opuso al concilio universal. No quería dar ocasión a la lujuria, sino que deseaba «un lecho sin mancilla» como se dice en Hebreos 13:4. Tampoco se atrevía a establecer el celibato aun cuando los primeros obispos lo practicaran voluntariamente: «Si lo deseas, vive así». Por otra parte, en aquel tiempo quien deseaba casarse podía hacerlo a fin de confirmar el mandato de Dios, aunque tampoco era una obligación ni tenía que hacerse ningún voto; los monjes que pasaban temporadas en el desierto podían volver a sus casas. Así, el texto habla de «sus hijos». Sostienen: «Concedemos que se eligieron obispos entre hombres casados, pero ya no volvieron a casarse nunca más. Así ocurrió con Pedro y los obispos a quien Pablo ordenó, aunque los hubiera hallado casados». Yo les replico: Lo que antaño se permitió, es permisible siempre. Si se permite que un hombre sea casado ¿por qué no puede ordenarse a uno de ellos?» Pablo afirma y asegura que es permisible el matrimonio en un sacerdote, y no tiene importancia el hecho de que ya esté casado o lo haga más tarde. En 1 Corintios 7:7 el texto dice claramente: «Quisiera más bien que todos los hombres fueran como yo» cuando afirma que es célibe, aunque en el capítulo 9:5 dice: «¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer, como también los demás apóstoles?» Se reserva el derecho y afirma que es posible que un anciano pueda ser casado. Por tanto, los argumentos citados son pura charla de sofistas. El tema central versa sobre un estado aprobado por Dios, ya que el Evangelio no nos fue dado para destruir las obras de Dios, sino para restaurarlas, no para amputar los miembros o destruir el cuerpo. La epístola a Timoteo (1 Ti. 4:3) habla de los que «quieren prohibir el matrimonio». El Evangelio confirma y establece la creación de Dios. Y el texto afirma claramente que el matrimonio es obra de Dios, de ahí que el Evangelio lo confirme. Se dice que antes de ser obispo un hombre puede estar casado, pero no después y, sin embargo, el episcopado es una ordenanza del Evangelio, no una abolición de la creación de Dios. No está permitido establecer una tradición humana contraria a lo que ha sido ordenado por Dios. Tampoco lo está hacer unos llamados votos que sean contrarios por ejemplo al mandamiento de honrar a los padres. Lo mismo puede aplicarse a la libertad de origen divino de contraer matrimonio o mantenerse célibe. Por tanto, no está permitido profesar ningún voto contrario a esta libertad o establecer regulaciones contrarias a ella. Pablo lo llama «doctrina diabólica» y «una pretensión», una mentira, un alejamiento de la fe, una falsa apariencia, por ser directamente contrario a la ordenanza divina (1 Ti. 4:1-2). Cristo desea que un ministro de la Palabra tenga una esposa, pero el Papa no. Es fácil apercibirse de cuál de los dos se halla dominado por el espíritu diabólico. Por tanto, debemos consolar a aquellos que son tímidos y viven afligidos por escrúpulos, los que no perciben la Palabra pero que, al imitar el ejemplo y la conducta de otros, se casan. Debemos remitirnos a la autoridad, en especial a las Escrituras. Debemos decir: «Ve y discute con Pablo, y si no es suficiente, ve a Cristo. Decídelo luchando con Él» (1 Ti. 4:1; 1 Co. 9:5). «Pero el Papa lo prohíbe y con ello os oponéis al ejemplo de los santos padres y a lo que practica todo el mundo.» Y, sin embargo, no son más grandes que Cristo. Si lo son, habréis ganado, si no lo son, he ganado yo. La práctica de los santos padres era voluntaria y el Concilio de Nicea lo aprueba. Más tarde, trocaron esta libertad en obligación. Por ello hay que alentar a las conciencias débiles a fin de que puedan responder a la Palabra. Hacedlo en cada tentación. Si carecéis de la Palabra, estaréis acabados, pero si vais armados con ella, habéis vencido a Satán. Por ello, éste hace todo cuanto puede para arrancar la Palabra de vuestro corazón y transformaros en un alma indefensa de la que apoderarse. Por otra parte: «Resistid al diablo y huirá de vosotros» (Stg. 4:7). «Sus hijos son creyentes». Por ello, un obispo ha de ser el hombre que no desmaya en la vigilancia de su rebaño. ¿Qué hacen, en cambio, las monjas y los frailes? Toda esa clerecía, sacerdotes, vicarios, monjes, acólitos, y todos cuantos hay ¿quién de entre ellos enseña o lee? Y, sin embargo, todos reclaman el título de «anciano». Son ignorantes, desprecian la Palabra y a la única tarea a la que se dedican es a perseguir. Si se despojaran de sus títulos, se llamarán honestamente a sí mismos hombres de este mundo, habría esperanza para ellos, pero no la habrá mientras continúen considerándose los mejores y pretendan vivir de acuerdo con ello. Pueden afirmar «digo muchas misas», pero ni Cristo ni Pablo las instituyeron. Resulta horrible considerar lo que ocurre cuando se examinan estos textos. Ante Dios, caen todos los templos, monasterios y academias. En base a este pasaje, alguien incluso podría decir que no le es permitido a un obispo vivir en celibato16. Pablo no obliga a nadie ni a casarse ni a mantenerse célibe. En su tiempo, los ordenados como ancianos solían ser judíos a los que la ley les prohibía precisamente no casarse. Pablo se limita a establecer que la opción del matrimonio es libre. Depende de nosotros. Por poner un ejemplo, un ministro de la Palabra podría casarse a pesar del Papa. Así me comporté yo, aunque no entraba en mi manera de ser el casarme17. Si un obispo ha de ser la luz del mundo y un ejemplo para el estado, nada en su casa debe ser contrario a la fe de un no cristiano. De otra manera, ofende a ambos, gentiles y cristianos. Si no tiene hijos ¿podrá seguir siendo obispo? Se trata de una opción. Si Dios le manda hijos, los tendrá. ¿Cómo puede ser asunto decisorio el tenerlos o no? En cuanto a los no creyentes, no hace falta que hablemos de ellos. Si son creyentes, si leen la Palabra con voluntad sincera, Él los reconocerá de inmediato por sus frutos18.
Que no estén acusados de disolución. No deben estar acusados, no sólo de libertinaje sino de ser disolutos; acroma significa los que llevan una vida desordenada y de diversiones sin freno, como suelen hacer los jóvenes. Los griegos eran especialmente adictos a la ‘acama’. Bebían hasta la medianoche y se dedicaban a toda clase de inmoralidades y diversiones desenfrenadas. Considerad cómo viven y cómo beben tantos jóvenes y cuántos de ellos pueden ser acusados de acroma. Al contrario, deben estar sometidos al poder de sus padres, ser obedientes, modestos, disciplinados y obedecer al progenitor. Si no es éste el caso, alejadlos y demostradles lo que es un padre. Tenemos el ejemplo de los hijos de Eli notables por su acroma. Devoraban cualquier sacrificio presentado que les agradara y cohabitaban con mujeres. Llevaban una vida desordenada, disoluta y desvergonzada. Pero él no los corrigió, no, les dijo: «No, hijos míos» (1 S. 2:24). Un padre les hubiera apostrofado: «¡Condenados sinvergüenzas!» Por tanto, Dios nos dice que honró a sus hijos más que a Dios y, por ello, murió. Si un hijo no mejora, alejadlo. Se lee en Timoteo (1 Ti. 3:4) «Que gobierne bien su casa», no como hacen ahora el Papa y los obispos que se afanan en amontonar tesoros, adornar las iglesias y aumentar sus ingresos. Todo esto concierne a la vida física. En verdad, significa criar a los hijos, conducir a su esposa y mantener su casa en el temor de Dios de manera que sean hijos de la modestia, no de la acroma, de la «prodigalidad». Nuestros nobles son hijos de la acroma; son glotones, borrachos y libertinos. No saben cómo vestirse ni cómo comportarse. Son intratables e incorregibles y no permiten que nadie detenga su loca carrera. No vuelven al orden. No sólo son insubordinados, sino que se niegan a cambiar. Combaten el orden al que deberían volver y, en lugar de moderarse, insisten en mantener sus errores hasta el final.
Tito 1:7 “Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas”
Como administrador de Dios, un obispo debe ser irreprensible. Significa desprenderse de los adornos de Aarón y sus hijos. En el Nuevo Testamento se describen los adornos de los sacerdotes. «Si fueran vacíos»19. Nuestros vestidos son de otra especie porque somos de otra manera. Consideremos el alba: ante el mundo, debe ser pura y su portador estar más allá de todo reproche, en cambio, la adornan con multitud de piedras preciosas y el hombre que la viste recibe el nombre de obispo, antes le llamaban anciano. Los usos son contrarios a todo esto. Un obispo, al ser un ministro de la Palabra, está obligado a vestir el alba como el ministro de una familia. Cristo es el cabeza de familia y el obispo el ministro. Es el administrador a quien el Señor le ha confiado algo. Si un obispo se centra en reflexionar sobre el significado de su nombramiento, advertirá que, en primer lugar, lo es por el rito, por la revelación y por el mandamiento de Dios y en segundo porque lo que tiene en su mano es posesión y propiedad de Cristo. ¿Y qué es?: el Evangelio y los sacramentos. Para esto ha sido nombrado ministro de la Palabra, para que lo distribuya entre su familia, sus hermanos; es decir, debe predicar el Evangelio con diligencia y administrar los sacramentos, instruir al ignorante, exhortar a los no instruidos, rechazar a los que se portan mal moderándolos y templándolos mediante la Palabra, y cumplir su ministerio para con ellos a través de la plegaria y de los sacramentos. Ha de esforzarse en conseguir beneficios de manera que la propiedad de Cristo crezca y aumente.
Entonces el Evangelio llegará a miles de personas, cuando en un principio apenas llegaba a uno. Esto es lo que significa utilizar el talento del Señor. Nos sabemos poseedores de las riquezas de Cristo y las dispensamos con entera fidelidad, a la vez que luchamos contra nuestros enemigos. Profesamos el verdadero ministerio. Por tanto, esperamos que «Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiremos la corona incorruptible de gloria» (1 P. 5:4). ¡Pero ay de nosotros sí hemos seducido a la familia de Cristo, y como los fanáticos y el Papa, nos hemos dejado dominar por la glotonería! Ostentan el título de pastor y se sientan en la casa de Dios, pero no administran como se debe la comida y la bebida.
Ser iracundo significa alterar las conciencias y emitir un sinfín de leyes hasta el extremo de que nadie se halle a salvo, mientras ellos viven sumidos en la ebriedad: así es la iglesia del Papa. Disponen de las Escrituras y de los sacramentos por hallarse en el templo de Cristo, junto con el encargo de administrar la Buena Nueva, según las palabras de Pablo «se sienta en el santuario de Dios» (2 Ts. 2:4). Por ello no hay que rechazarlos por completo tal como alegan los fanáticos, a la vez que vemos que nuestros partidarios crecen y continuarán aumentando porque somos los siervos a quienes el Padre ha confiado su entera hacienda con la obligación de servir a los demás y traerlos al rebaño. Así ocurre cuando conducimos a los hombres a Cristo.
No soberbio. Estas deben ser las únicas piedras preciosas de la casulla merecedoras de todos los honores. AivfráSric; se refiere a la complacencia con uno mismo, a la actitud altanera que se la pasa mirándose al espejo y despreciando a los demás. La conducta orgullosa es la actitud de admiración a uno mismo por los dones concedidos por Dios en contraste con los que no los tienen, y en pretender ser temido y admirado. Cristo se opone a este vicio. «Se despojó a sí mismo» como se dice en Filipenses 2:7. Seguramente diría: «Yo soy el puro y tú el pecador. Yo soy el Hijo de Dios y tú del Diablo». Pero como «(se despojó de sí mismo), te compadezco y haré lo posible para que mejores». Así es como debe actuar un obispo. Al ver a un hermano ignorante, no debe pensar: «Yo soy más sabio. Este hombre no vale nada. En comparación conmigo es un pobre ignorante». Ni siquiera se comporta con el orgullo de un aristócrata, sino con el de un labriego, que cuando tiene cien florines en un baúl, se apresura a contárselo a todo el mundo. Si posees una cualidad, has de saber que no la tienes para ridiculizar o insultar a tu prójimo, sino para elevarlo. Así se comportan nuestros fanáticos. Quieren dar la impresión de que lo saben todo y que nosotros no sabemos nada. Pero si yo sé algo y soy un fiel donante de mi sabiduría, servirá para beneficio de mi hermano y lo compartiré con él; no lo utilizaré para ganar alabanzas o bienestar, ni para enorgullecerme por desear la salvación de mi hermano. Pura y simplemente, significa compartir con él lo que éste no posee; no tiene nada que ver con la auto alabanza que, según Pablo, es «aferrarse» (Fil. 2:6) a los dones de Dios. Se me dio el don para que fuera de utilidad a mi prójimo. Pero si lo único que quiero es llamar la atención, cambio lo que me fue dado en algo a lo cual me aferro. Debería distribuirlo entre los demás y compartirlo con ellos, pero me lo quedo para mí. Me entrego al placer de que me alaben y me llamen piadoso y sabio, pero, si, por otra parte, me acusan de algo, me enfurezco. Se trata de un vicio enorme e incalificable. Trae consigo la vanagloria, la envidia, el egoísmo y el aferrarse a los dones de Dios. Es «una cebolla de varias capas»20. Cuando un predicador posee un don mayor que el de alguna otra persona, debe abandonar la enseñanza21 a menos que se libere del pecado de la vanagloria, esa pestilencia. Yo mismo lo hice para librarme del orgullo que se me había instalado en el corazón. En el mismo caso, todos deberían comportarse así. Otros pecados pueden confesarse, pero éste no. Cuando el Señor escoge a un hombre sabio y le nombra a su servicio, no es para que se vanaglorie consigo mismo ni robe la gloria a Dios. Cometéis una abominación y un sacrilegio, como dice en Romanos 2:22 porque es sacrilegio utilizar los propios dones sólo para auto complacerse. A gente como ésta no le preocupa a quién sirve. Cristo nos exige que los dones y virtudes, por pequeños que sean, los usemos para servir. Un obispo es precisamente la clase de persona que no debe caer en la vanagloria, sino ponerse al servicio de los demás en el sentido de ayudarles a elevarse22.
El que es arrogante también es irritable. Se dice que las virtudes se enlazan entre sí y lo mismo ocurre con los vicios. Aquel que se complazca y se vanaglorie por los dones que ha recibido, fácilmente le ofenderán las flaquezas de otro hermano. Por ello, cuando se nombra a un obispo por ser alguien que destaca entre sus hermanos, que es firme y sabio, en contraste con la naturaleza de los demás, y cuando los lobos pululan en su rebaño y los demonios le rodean, es imposible evitar hallarse constantemente tentado por toda suerte de pruebas y enfrentarse a numerosas causas que le harán perder la serenidad. Debe poner mucho esfuerzo y cuidado en no irritarse con sus hermanos. Al contrario, debe mostrarse amable y manso para poder cargar con todas las debilidades y males de las almas de los demás. Aquel que se ensalza a sí mismo, no tarda en ofenderse cuando las cosas no van como él desea. Igual que nuestros obispos, si tropiezan con alguien que se muestra renuente, de inmediato se proponen excomulgarlo, y, sin embargo, los demás no tienen derecho a hablar ni a quejarse de su tiranía. Un obispo debe adoptar una actitud paternal y maternal a la vez. Pedro explica: «Ni como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado» (1 P. 5:3) como si fueran herencia propia, ansiando dominar la iglesia por completo de manera que todo funcione de acuerdo con vuestras locas ideas, aspirando a la gloria con cada palabra que emitáis. «Sino a Jesucristo como Señor», dice Pablo, «y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús» (2 Co. 4:5). No he sido nombrado para gobernar sobre ningún cristiano como si fuera su señor, sino para ser su siervo. Sólo Uno es el Señor. Aunque sean siervos, debemos obedecerles y humillarnos ante ellos en nombre del Señor. Por otra parte, también ellos deben servirnos y soportar nuestras enfermedades también en el nombre del Señor. Por ello, nadie dominado por la autocomplacencia puede evitar sentirse ofendido y mostrarse tiránico. Si se nombra un obispo, es preciso que sea honorable y de buena reputación. De otro modo, malograrán la Palabra. ¿Quién escuchará a alguien de mala reputación, en especial los dejados a su cargo? En un caso así, el peligro es inmediato, porque el orgullo domina la carne y la sangre y los arrastra a su propio campo. Por otra parte, si mi hermano no me alaba, él mismo peca. «Si eres alabado, estás en peligro; si no lo eres, tu hermano está en peligro», dice Agustín en su comentario al Sermón de la Montaña”. Por tanto, necesitamos la presencia del Espíritu Santo para moderarnos unos a otros, de manera que el obispo atribuya la gloria a Cristo y el oyente le honre por amor a Cristo, tal como dice en Hebreos 13:7. Por tanto, dejad que un pastor o un obispo piense: «¡Oh, profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e insondables sus caminos!» (Ro. 11:33). Puede suceder que el Señor prefiera a alguien de una posición baja desdeñando la más elevada que tú ocupas e, incluso, que el que está más abajo complazca más a Dios. «Un denario de él puede complacer más que 10.000 talentos.» Lucas dice algo sobre esto (Le. 7:36-48). Un hombre realizó hermosas acciones y trató públicamente a Cristo con gran aprecio, mientras que la mujer pecadora no hizo nada parecido. Sin embargo, Cristo rechaza las espléndidas y magníficas muestras del fariseo y alaba en gran medida lo que hace la pecadora, y atribuye al miserable fariseo la carga de sus numerosos pecados. Efectivamente, así sois vosotros. Por tanto, que todo el mundo tema, porque Él desprecia a los orgullosos y mira con afecto a los humildes; no respeta a las personas sólo por serlo. Por ello, nuestra humildad no es la del estilo monástico, orgullosa y humilde en sí misma, no en Cristo; que no es más que la humildad fingida. Los más humildes son, en realidad, los más orgullosos. La vuestra debe ser una humildad portadora de grandes dones, pero temerosa de Dios porque es un juez maravillosamente justo. Yo podría perecer con todos mis honores, fama y dones. Son aquellos que conocen a Cristo los que gozan de la adecuada relación con nosotros. Hemos de tener en muy alto aprecio el honor y el valor de los hermanos, pero hemos de comportarnos con discreción, como si no nos diéramos cuenta, aunque pensemos: «Soy un siervo y me esforzaré en servir a mis hermanos, incluso al último de ellos». Así, hay que humillarse a través de Cristo y quien comparta y se comporte de acuerdo con ello, no puede ser orgulloso porque el Espíritu Santo no tolera el orgullo. Dice: «Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme, en conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque en estas cosas me complazco, dice Jehová» (Je. 9:24). De ahí que se prohíba el orgullo.
Borracho. Escribe acerca de ello a los obispos griegos porque los naturales de Grecia tenían fama de disolutos de ahí la expresión: «hacerse el griego»24. La nación entera se había sumido en la ebriedad. Daniel los llama machos cabríos (Dn. 8:5). No un borracho. Este vicio se da simultáneamente con las tiranías; el soberano contrae el hábito de la cólera, controla todo cuanto le rodea y cree que le es permitido hacer cualquier cosa y no se preocupa «por el quebrantamiento de José»; pero como dice Amos: «E inventan instrumentos musicales, como David» (Am. 6:6, 5). Así opera la carne. Al principio, nuestros obispos eran pobres, pero más tarde recibieron tantas riquezas que ahora no hay rey que tenga más posesiones que ellos. Desde el momento que han prescindido de la espiritualidad y del temor de Jesús, así se comportarán con nosotros. Por ello indica la necesidad de que un obispo sea sobrio. Puede beber vino, pero no debe permitir que el vino le domine. Violento. Esta palabra puede interpretarse de distintas maneras25. No se refiere a la violencia cometida con las manos, sino a la de las palabras y de la conducta. «Violentáis su conciencia, de este modo la aplastáis» (1 Co. 8:12). Es evidente que no siempre se refiere al daño físico. La violencia eclesial se produce hiriendo a los hermanos con la palabra, es decir, «son mordidos» lo cual significa que son rechazados sin misericordia. Este es el enorme vicio de los predicadores que cuando están en el pulpito, claman sin cesar contra las faltas de sus oyentes y se dedican a vejar a las personas. En busca del favor de la masa, pretenden pasar por audaces. La gente los escucha de buena gana en especial cuando arremeten contra los magistrados, hombres cuyo honor ha de preservarse, como si el pueblo común se hallara libre de faltas. Por otra parte, los que atacan al pueblo común y alaban a los magistrados, no son más que unos sediciosos, en especial cuando tienen la oportunidad. Hay que evitar a ambos, al pueblo común y a los magistrados, porque si se halaga a una parte, la otra se molesta o lo contrario. Ninguna de las partes debe ridiculizar o hacer objeto de rechazo a nadie, y menos cuando el objetivo es una persona en concreto de manera que todas las miradas se centren en ella. Debe amonestarla privadamente, como dice Mateo 18:15. Esto significa que uno ha de ser sagaz en el conocimiento de las personas, incluso en los casos en que no parezca necesario. Es decir, deberá considerarlo con indulgencia en especial si es inocente. Si es culpable, deberá proceder adecuadamente tal como indica Mateo 18:15-17. El ataque en público siempre puede esperar. Juan 16:8 dice que el Espíritu Santo «los condena» pero lo hace en privado. Otra cosa es echar mano de la violencia cuando se produce un acto maligno o un escándalo, como el que cita Pablo en Corintios (1 Co. 5:1). El pueblo común asiste al espectáculo de ver a los obispos en compañía de mujerzuelas, comprueba que no cumplen en absoluto con su deber y, en cambio, ha de escuchar que le digan: «Debéis honrarnos, aunque seamos malos, porque no os cabe a vosotros pronunciar juicio alguno». Y confiados en semejante licencia, imaginan que pueden hacer lo que les plazca. Así se ofende a las conciencias y se las inclina hacia el mal. Esto no es otra cosa que practicar la violencia. Un obispo debería consolar al débil, sanar el dolorido corazón de los afligidos y amonestar «con espíritu de mansedumbre», como ordena en Gálatas 6:1.
No codicioso de ganancias deshonestas, es decir alguien que no busca el sucio lucro. ¿Dónde se refugiarían nuestros pontífices? ¿Qué clase de ganancias obtienen de sus vigilias y misas y del culto a los santos? Una conducta semejante ni siquiera puede calificarse de sucio lucro, es la usurpación más violenta, maldita y abominable que existe, porque seducen al pueblo haciéndole confiar en sus obras y sus misas y arrancándoles todas sus posesiones como tributo. El Papa no llega a la categoría de merecer el apelativo de sucio lucro. Lo que practica es la usura nacida de dedicarse al mismo trabajo que los usureros. Es un negocio escandaloso que avergüenza a la Palabra. La vida de un obispo ha de ser honesta, la especie de vida que nadie pueda impugnar. No conozco un solo sacerdote que no viva del sucio lucro. Sus riquezas exceden la corrupción. Los que poseen tierras o se ganan su salario como magistrados, cuentan con un medio que les permite obtener de forma honorable riquezas o beneficios. Pero el otro tipo de riqueza no es más que lucro sucio. Son tantas las clases de éste que no pueden ni numerarse. Por tanto, el obispo ha de cuidar que sus ingresos procedan de un origen honrado. Por ello, el apóstol imparte numerosas prescripciones la mayoría negativas.
Tito 1:8 “… sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, …”
«Hospedador», porque a un obispo se le considera como un observador que acoge con buena voluntad a los que se le acercan. En tiempo de los apóstoles, los obispos eran gente de buena posición, pero creo que los elegían exprofeso así, dado que de esta forma el obispo siempre podía estar a la disposición de cualquiera no sólo en asuntos de alma, sino y especialmente, en asuntos del cuerpo. Sucederá que falsos hermanos vendrán a llevarse aquello que el rebaño debería poseer. La palabra «hospedador», hospitalario, requiere que acepte tanto a los buenos como a los malvados. Amante de lo bueno significa que debe amar a los buenos. Según Jerónimo, ha sido nombrado para que vele celosamente por las cosas buenas, pero especialmente, por los hombres buenos26. Mucha gente acudirá a él y, frecuentemente sufrirá decepciones; sin embargo, dejemos que únicamente se preocupe de ayudar a los buenos y se aparte de los malos. Permitamos que se prepare para poner en marcha y mejorar causas como la piedad, las cartas sagradas, la paz, la armonía y la amistad con el prójimo. Que apoye buenas causas y aleje las malas. Que sea celoso en la ayuda a las buenas personas y a las buenas causas. Incluso en presencia de príncipes y altos cargos ha de cuidar que aquellos ayuden a las viudas y a los huérfanos, que aparten a los malos y ayuden a los buenos.
En Romanos 12:3 se habla del recto juicio. La palabra griega significa «un hombre modesto», razonable, no apasionado ni fanático de sus propias opiniones, porque hay algunos que avanzan llenos de imprudencia, mientras otros actúan moderadamente, con mente serena, sin prestar atención a la gloria ni a las riquezas. Esto significa que la modestia y la moderación deben presidir las actividades de cada uno. Dicha modestia ha de estar presente, no sólo en la comida y en la bebida, sino en las relaciones humanas, de manera que un hombre no enjuicie las cosas impulsado por una mente desequilibrada o un corazón impetuoso. Primero debe oír y reflexionar y sólo después actuar. Esta virtud es especialmente importante para un emperador. En los escritos de Pablo encontramos a menudo esta palabra. Así, cuando Federico habló con el pueblo, fue extremadamente 27. Algunos tienen la mente nublada, mientras la de otros es serena y reflexiva. En alemán decimos que son vernunfftig, refiriéndonos a alguien que actúa con sensatez. Pablo alaba extraordinariamente esta palabra y más adelante insiste mucho en está virtud aplicada a cada situación social, en especial en lo relacionado con la modestia.
Justo porque ha sido nombrado para gobernar las almas humanas. Se le presentan casos para que emita un dictamen. Ha de procurar no decepcionar y no dejarse dominar por sentimientos parciales, sino que ha de ser objetivo, libre de cualquier sentimiento particular. No debe temer la pérdida de su propio dinero, sino que debe seguir adelante sin dejarse influir por las personas tal como hizo Moisés (Dt. 1:17), sin hacer distinciones entre el rico y el pobre. Si es justo, no se dejará influir por la pobreza, pero tampoco decidirá el caso contra un pobre impulsado por ninguna parcialidad. Así instaurará la paz y servirá de consuelo.
Sagrado, la santidad que se aplica a las cosas sagradas. Todo cristiano es sagrado, es decir, mantenido aparte de las cosas profanas porque pertenece a Cristo y no al diablo. “Oaiog significa alguien que es celoso de las cosas sagradas, de manera que enseña, vive y ora de forma sagrada, y aplica esta cualidad a otras obras como la enseñanza y la meditación. Se abstiene de pensamientos y palabras profanos y de acciones y costumbres humanas, según se dice en Romanos 12:2. Si un sacerdote jura, se comporta como un profano. Un hombre «sagrado» es aquel que se comporta, habla, ve, oye y lleva a cabo actos sagrados. Esta es, por tanto, la práctica de la santidad.
Dueño de sí mismo se refiere a la moderación, es decir que será moderado en el comer, el beber y el sexo, y no desear la mujer ajena. Lo cumplirá en palabra y obra como se lee en 1 Corintios 9:27. Estas virtudes deben ser el fruto de la fe de los obispos.
Debe tener mano firme. Esta es la más importante de todas. Las virtudes son hermosas. A un obispo se le nombra en medio de todo el pueblo (Fil. 2:15) pero especialmente en medio de los herejes. Si alguien llega a ser pastor, en especial en un lugar prominente, y predica la Palabra, los tendrá ante él. Por ello recomienda que un obispo se mantenga siempre alerta, que tenga la paleta en una mano y la espada en la otra (Neh. 4:17). No hay muchos así. Muchos enseñan, pero pocos luchan. Se necesita una cierta tenacidad, es decir que no puede prescindir de la Biblia, prestar mucha atención a la lectura tal como instruye en la epístola a Timoteo: «Ocúpate en estas cosas» (1 Ti. 4:13, 15). La razón estriba en que debe respetar la costumbre de la lectura no sólo para los demás, sino para meditar constantemente en sí mismo, es decir, sumirse por completo en las Escrituras. Este estudio le capacitará para la lucha posterior. Alguien que lee las Escrituras con profundidad, le es imposible entrometerse en los asuntos mundanales, pero debe poseer la fortaleza del tipo de hombre que Pablo describe. Si no estudia con diligencia las Sagradas Escrituras, el resultado será una especie de enmohecimiento y negligencia en la dedicación a la Palabra. Aun cuando se conozcan bien las Escrituras, es preciso releerlas constantemente, porque la Palabra tiene el poder de estimular en todo momento. He predicado el Evangelio durante cinco años, pero siempre me impulsa una nueva llama; y he orado a Nuestro Padre durante 12 años28.
Tito 1:9 “… retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”
Retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, es decir, estar seguro de que se trata de la Palabra. Que evite disputas sofísticas sobre mitos inútiles e inconcretos, sino que se concentre en las cosas acerca de las cuales no existe la confusión. Hay cuestiones que son dudosas e inconsistentes, meras opiniones; por ejemplo, los fanáticos caen en cuestiones que ni siquiera entienden, 1 Timoteo 1:17. ¿Qué me importa lo que dicen Agustín o el Papa? No son más que palabras llenas de confusión, sin embargo, la Sagrada Escritura es cierta y «acorde con la doctrina», es decir, merecedora de instruir. Cuando se conoce bien una materia, se la enseña bien. De un contenido equivocado, no se desprende nada claro. La elocuencia va unida con la sabiduría. Dios, que concede la sabiduría, también otorga la palabra para poder explicarse. Por ello, nuestros fanáticos no pueden enseñar nada porque no hacen otra cosa que deambular sin rumbo por sus corazones y pensamientos. Los fanáticos únicamente saben balbucear, ni hablan, ni enseñan. Farfullan, pero no hablan. Sin embargo, yo, lo que he llegado a saber presidirá toda mi vida. Por ello, aquel que tiene el privilegio de enseñar debe ser un «maestro apto», es decir, no sólo debe ser diligente en la enseñanza, sino también estar capacitado.
Pero, a menos que esté seguro de sus conocimientos, le será imposible enseñar. Nunca he podido acabar ningún libro de mis contrarios, excepto la Diatriba de Erasmo29, porque eran superficiales y daban vueltas alrededor de cuestiones necias y carentes de un auténtico argumento30.
Debe ser capaz. Estas dos cualidades deben ser particularmente necesarias a un obispo, en especial en su tarea de enseñante porque ésta es su misión principal. Hay otras virtudes que le pueden adornar como persona, pero ésta es el adorno de su obra, de su ministerio. En primer lugar, ha de tener seguridad en sus palabras y en segundo lugar debe estar seguro de que predica la Palabra de Dios, como dice Pedro en 4:11; anteriormente (v. 7) habló del «administrador de Dios». Que no enseñe nada en la iglesia de Dios a menos que esté seguro de ello. Una vez se halle en posesión de la Palabra, no sólo enseñará, sino que será capaz de denunciar o convencer, porque cuando alguien está seguro de una cosa, sabe: «Yo lo digo». Pero quien no está seguro, es incapaz de enseñar y de polemizar. Así ocurre con los sectarios; charlan y charlan, pero cuando uno lee un libro suyo no le encuentra contenido. He leído a Jerónimo, pero al acabar su texto, encuentro que he perdido el tiempo porque no dice nada que consuele a la conciencia. He leído los libros que Agustín escribió antes de su conflicto con Pelagio (y se le puede aplicar lo mismo). Los fanáticos presentan argumentos sofistas irrelevantes en lo que se refiere al tema en discusión. Este pasaje significa que el obispo debe ser fuerte, sólido y versátil en su exhortación. Pablo sentó las bases e impartió la instrucción necesaria; los que construyen sobre ellas son los exhortadores que logran que, una vez la doctrina ha sido transmitida, no resulte comida por la herrumbre. Judas dice: «Contended ardientemente por la fe que ha sido transmitida» (Jud. 3). Debemos trabajar en base a esta fe y luchar por ella hasta el final. La carne es perezosa, hace que olvidemos la Palabra y nos cansemos de ella. Al obispo no debería preocuparle que siempre enseñe lo mismo. La palabra «firmeza» es familiar a Pablo cuando habla de «doctrina firme» o de «fe firme», en contraste con la pérdida de tiempo en vanas cuestiones. Se opone a la doctrina defectuosa, es decir, que la doctrina debe ser segura, estable y constante. Si alguien se deja dominar por la pereza, su cuerpo ni vive ni muere. Por ello, los que no poseen una doctrina segura y constante, no enseñan. No sólo alude al adagio griego sobre el «sano consejo»27, sino también al dicho hebreo (Sal. 119:1): «Bienaventurados los perfectos de camino», cuando en latín se dice: «Bendito el que es sano», es decir, una manera hebrea y griega de calificar a alguien de intachable. Al decir esto alude al deber de rechazar ciertas opiniones nacidas de la razón, en primer lugar, para que pueda impartir a los discípulos una doctrina intachable, y en segundo lugar para que pueda convencer a sus adversarios. Es necesario que la Palabra de Dios sea predicada por maestros en el arte de convencer. Nadie contradijo las reglas de los padres y la disciplina monástica y catedralicia; y sin embargo eran demoníacas y obra de los hombres. No obstante, se atreven a calificar así a la Palabra de Dios cuando se presenta, como ocurrió cuando Juan Hus atacó los abusos papales; Satán vigila. El obispo debe saber que sus palabras no tardarán en encontrar oposición, tanto desde el exterior, como entre sus mismos hermanos, tal como se dice en Hechos 20:29-30. Para que Cristo pudiera ser crucificado por Pilatos era preciso que existiera un Judas. De ningún modo dice esto para refrenarlos. Nunca se ha podido vencer por completo a un herético. Los judíos aún claman que, en base a las Sagradas Escrituras, es imposible demostrar que Jesús era el Mesías. Nuestros sofistas alegan que no están convencidos, también en base a la buena Escritura, de que el Papa sea el Anticristo, que los sacramentos permiten ambos y que el sistema monástico es diabólico. Pero como nuestra misión no es hacerlos callar, sus voces seguirán oyéndose. Cristo hizo callar a los saduceos y, sin embargo, ellos no sólo insistieron, sino que conspiraron para buscar la manera de matarlo. Por tanto, si un obispo es incapaz de convertir o controlar a los detractores, debe limitarse a declarar que están en un error. Así puede proteger a su rebaño de los seductores e impedir que sean comidos por los lobos. Por tanto, el pastor diligente es aquel que no sólo alimenta a su rebaño, sino que es capaz de protegerlo. Esto suele ocurrir cuando delata las herejías y los errores. Es decir, es por su denuncia, no por su victoria, que rescata a la iglesia, del mismo modo que, actualmente, protegemos a la iglesia de los sacramentistas, aunque éstos sigan siendo invencibles. Se refutó a Carlstad en base a la palabra TOÜTO, y, sin embargo, él siguió diciendo a sus partidarios que el argumento no era válido. De la misma manera, otros son incapaces de demostrar su interpretación de la palabra «representa» y «cuerpo»32. En este caso, nosotros no vencimos porque fuimos incapaces de convencerlos, ya que nuestro servicio a nuestros hermanos se realiza mediante la simplicidad de la Palabra. Hay dos cualidades gloriosas que adornan a un obispo en su tarea: cuando imparte una palabra segura y cuando es convincente. Esta es la descripción de un ministro sagrado y divino. Si carece de virtudes personales, que no carezca de virtud como obispo. Si debe escoger, es preferible que se decante por las primeras mientras conserve la pureza de la Palabra, el poder de la denuncia y la capacidad de exhortar. El Señor nos ha marcado con el desempeño de esta función. Exhortamos y denunciamos a nuestros enemigos. Puedo ser santo, recto, etc…., no son más que cualidades personales mías, pero pueden fallarme las otras. Lo más importante es que predique santamente. Dios nos lo ha concedido. Agradezcámoslo a Dios y distribuyamos este don de tal modo que nuestros hermanos mejoren gracias a ello. A través de Jesús, que está con nosotros, salvamos a muchos. Siempre habrá un número infinito de necios y, hoy día, muy poca gente edita libros piadosos. Por otra parte, escriben libros hombres insubordinados y charlatanes. Como se lee en Romanos 6:23 y 1 Corintios 12:3, saben muy bien que corrompen la fe y las conciencias.
Tito 1:10 “Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, …”
Porque hay. Aquí razona su afirmación según la cual a un obispo le es imposible evitar la oposición y a los enemigos. Además, tendrá un Satán doméstico que le sugerirá multitud de falsos pensamientos y especulaciones, a la vez que le creará enemigos externos que facilitarán la creación de sectas. Bajo el papado, párrocos y monjes mendicantes compiten por la obtención de confesiones y funerales, fuente de dinero para todos, mientras los monjes desdeñan a los sacerdotes como inferiores a ellos. Así entre los judíos, los saduceos despreciaban a los fariseos y, más tarde, un monje despreció a otro monje, como Heredes despreciaba a Pilatos. El diablo siempre es un embustero y un asesino (Jn. 8:44). Empezó en el Paraíso. «En paz está lo que posee» (Lc. 11:21).
Contumaces, rebeldes, es decir, a los que nadie puede persuadir. Se niegan a que se les repriman sus pecados; están más allá de cualquier arrepentimiento o persuasión; son «unos cabezas duras»33. Moisés dijo «Pueblo duro de cerviz» (Dt. 9:6). «Barra de hierro tu cerviz y tu frente de bronce» (Is. 48:4). Los profetas usaban metáforas para indicar la invencible tozudez del pueblo. ¡Fijaos en los sacramentistas! También los papistas son tozudos y, sin embargo, reconocen que estamos en lo cierto34, pero se niegan a reconocerlo porque «tienen la frente de bronce». Defienden una clase de sacramento con «cerviz de hierro». Se niegan a escuchar nada. La circuncisión afecta a los judíos tozudos. No importa cuánto se les predique, no hay manera. Hay que advertirles que tienen que vérselas con hombres intratables, por lo que se han de mostrar inflexibles. Por tanto, no es preciso que intenten convencer a sus contrarios, sino que deberán denunciarlos y condenarlos para que sus hermanos lo sepan. Debe hacerlo con los heréticos y los falsos cristianos. Arrio no fue únicamente un hereje, sino también un hombre terco. Se les puede calificar de inflexibles y escépticos.
Habladores de vanidades es un adjetivo muy adecuado. No podrían ser descritos con mayor exactitud. Quieren ser teólogos cuando ni siquiera saben cantar. Quien no sabe cómo hacerlo, desea conseguirlo. Los maestros de arte siempre detectan lo que falta en una obra. A esto se le llama ser genio. Meten baza impulsados por su conocimiento. Algunos a quienes se ordenó para predicar en una plaza determinada, fueron incapaces de permanecer en ella. Son gente con una segunda naturaleza. Un maestro impío es, ante todo, un hombre terco; al pensar que «lo que conocéis no vale nada si no hay nadie más que lo conozca» se dedican a embarullar. No esperan el momento oportuno y logran prestar una apariencia de santidad a sus palabras. «Has de circuncidarte» le dicen a Pablo, el apóstol más reciente. Cristo no abolió la ley (Mt. 5:17) y, sin embargo, tuvo que sufrir la charla de los necios que hablan de aquello que no comprenden. Así, nuestros fanáticos son los hombres más tercos y de charla más necia. Hablan de una cosa que jamás han experimentado: «La Palabra externa no es nada. Primero hay que recibir al Espíritu Santo», afirman vanidosamente, entre otras necedades cuando hablan del Espíritu. Nosotros poseemos la seguridad de que la Palabra es la que nos dice como obrar. «El hombre creyó la palabra» (Jn. 4:50); ver también en Romanos 10:17. La verdad reside en la Palabra cierta, no en las que sólo buscan engañar.
Engañadores, o seductores. No nos referimos a la seducción física, sino a los que descarrían a los corazones. No hacen nada, sólo engañan a las conciencias. Son asesinos y engañadores de éstas. No seducen a través de los ojos, sino que penetran en el interior, en aquello más precioso a los cristianos, en un corazón, una conciencia y una mente puros.
Son cervices de hierro, hablan necedades y son ladrones de conciencias. No sólo se niegan a admitir que lo son, sino que alardean de ser los mejores sanadores, guías espirituales y maestros de almas sumidas en el error del mundo. Poseen estas tres «virtudes»: son incorregibles, impacientes con el silencio como se lee en Job 32, y peligrosos. Si sólo tuvieran una de ellas, no resultaría tan malo porque su misma naturaleza los conduciría de camino a la cárcel o al infierno. Pero la tercera es la más peligrosa de todas: los que la poseen están esparcidos por todo el mundo y arrastran a mucha gente tras ellos.
El partido de la circuncisión no sólo eran judíos, había también muchos cristianos. Se trataba de algunos predicadores gentiles a quienes los judíos habían decepcionado. Se nota fácilmente en Hechos 15:5 cuando se oyó al consejo: «Se deben circuncidar». Es preciso no pasar por alto este texto. Venían de Jerusalén como emisarios de los apóstoles diciendo: «No podéis desobedecer». Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén y dijeron: «Debéis desobedecer». Sólo Pedro se puso al lado de Pablo y de Bernabé, los demás se opusieron a los apóstoles. Se le dijo a Pablo que los gentiles debían circuncidarse. Así se conducen nuestros fanáticos. Donde nosotros predicamos el Evangelio, ellos lo mancillan. ¿Por qué no se dirigen a los papistas? Mucha gente noble de entre los cristianos también se mostraron partidarios de la circuncisión.
El partido de la circuncisión lo tomó como un desprecio a su autoridad y ordenó: «Decid a los obispos que no se impresionen cuando les digan “somos vuestros maestros y los discípulos de los apóstoles, los que observan la ley de Moisés. ¿Sois mejores que ellos? Nuestras enseñanzas son verdaderas”». Es decir, era como si dijera: «Dirán que pertenecen al partido de la circuncisión y los gentiles pensarán: “Ellos están familiarizados con Moisés desde el principio, en cambio nosotros no sabemos nada. Pablo no tiene razón”».
Tito 1:11 “… a los cuales es necesario tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que conviene”
A los cuales es necesario tapar la boca. ¿Cómo puede lograrse cuando es imposible hacerles callar? Si ni siquiera el consejo de los apóstoles pudo lograrlo, mucho menos lo conseguiremos nosotros. Los adversarios, por tanto, no vienen de fuera, sino del interior de nuestro propio pueblo. Está claro que sus argumentos están minando el prestigio de las autoridades de la iglesia. No podemos hacerles callar, pero es posible persuadir a nuestro pueblo para que no los escuchen. Como ya hemos dicho antes, estas cosas ocurren cuando se pasa por alto quiénes son y cómo actúan.
Familias enteras, por las cuales la iglesia permanece. Si los admitimos en casa, la infectarán toda, padre, madre, hogar. Por eso, la iglesia se reunía en una casa. Los Doce se juntaban en ella para oír el Evangelio y recibir la comunión. La peligrosa doctrina logró un éxito tan grande porque, como siempre, el objetivo de sus ataques eran los débiles en las Sagradas Escrituras y, por tanto, susceptibles de ser engañados con más facilidad. Si, a pesar de todos nuestros sermones, lograra entrar un fanático, tres semanas le bastarían para subvertirlo todo. No ejercemos ninguna influencia sobre la gente común y muy pocos aceptan la Palabra, aunque en algún momento tuvieran la intención de entrar en la lucha. Sólo los que han pasado por esta experiencia serán buenos obispos predicadores. Son gente que saben refutar los argumentos y mantenerse firmes. Sin embargo, son muy pocos.
Enseñar. No indica lo que enseñan. Es como si dijera: «¿Quién puede enumerar las distintas materias que enseñan? En resumen, son cosas que no tienen el derecho a enseñar, que están prohibidas». Son necios y no predican lo que se precisa para obtener la salvación. Además, predican por la ganancia. ¿Acaso aquí, Pablo critica a los predicadores? ¿Quién le habló de ello? ¿Acaso dijeron: «Buscamos la salvación de las almas y la gloria de Dios»? Esto se dice ahora. Por tanto, resulta difícil acusarles por buscar la ganancia. Quizá alguna vez, lo vio con sus propios ojos, tal como dice en 1 Corintios 9:12: «Si otros tienen el derecho de participar en las cosas sagradas, nosotros vivimos con el producto de nuestras manos». Pero cuando menciona la ganancia básica, Pablo se refiere a la necesaria para llenar el propio estómago. Ellos vinieron para satisfacer sus propios estómagos. Romanos 16:18 cita «sus propios vientres», y Filipenses 3:19 dice «su dios es el vientre». Por ello, puedo decir: ¡Dejemos que los fanáticos juren lo que quieran! Son vanidosos y tienen el apetito de las bestias.
Llego a esta conclusión por la autoridad de las Escrituras que califican a los falsos maestros como gente que devora: «Devoran la casa de la viuda» (Mr. 7:11). Devoran como si fuera un puñado de cebada (Ez. 8:33); Isaías dice: «Y esos perros comilones son insaciables» (Is. 56:11); y Amos los llama «vacas» (Am. 4:1). Por tanto, Pablo, por la autoridad que le brindan las Sagradas Escrituras y por el Espíritu Santo y su propio parecer, concluye en que cada uno de los apóstoles falsos son unos adoradores de sus vientres. También lo dice el Espíritu. Cualquier maestro en el que se halle el Espíritu, se centra en las cosas que son del Espíritu, de la gloria de Dios y de la salvación del hombre aun a costa de su propio estómago. Por tanto, es cierto lo contrario: donde el Espíritu no vive, sólo medra la carne; y donde domina la carne sólo existe el anhelo de la propia gloria; sólo comprenden las cosas terrenales y en ellas se centran. Por tanto, Pablo no es ningún calumniador, sino un juez completamente severo. Cada maestro malvado persigue su propia gloria, la satisfacción de sus propios apetitos y la ganancia básica. A esto se refiere Pablo cuando aceptan dinero para su manutención. Es ganancia cuando se aparta de lo que es estrictamente básico porque se hallan embarcados en una doctrina malvada y en el engaño de las almas. Quiso hacerlos odiosos a los ojos de los obispos y con ello, eliminar su autoridad. Explica el término «vientres»: buscar la ganancia básica a fin de tener algo que comer.
Tito 1:12 “Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos”
Cretenses. Este es un pasaje muy inusual porque Pablo cita un texto pagano. «Edifica sobre este fundamento… plata» (1 Co. 3:12). La verdad – procede del Espíritu Santo, independientemente de quien la diga, en especial las verdades de los poetas cuando delatan nuestros pecados. La causa y el origen de esta declaración siempre es Él; se trata de una declaración enfática. Los cretenses adoraban a Júpiter al que llamaba el dios supremo. También afirmaban poseer el sepulcro de Júpiter al que alimentaban en sus cavernas35. No estoy de acuerdo. Es como si el poeta dijera: «¡En verdad, que tenemos algunos compatriotas inteligentes! Adoran aun dios vivo y muerto a la vez». En la actualidad, Grecia es una nación notablemente alegre, y aunque los griegos suelen mentir, en su historia podemos encontrar testimonios de casos de veracidad, como lo demuestra la oración de Flacus36. Sin embargo, de entre los griegos, los cretenses son los peores. El vicio predominante de esa nación era la mentira. Por otra parte, hay que confesar que, una vez convertidos, se acostumbraron a practicar más la verdad. Del mismo modo, si se encuentra un italiano sincero es porque lo es de veras. Entre los griegos, la frivolidad y la mentira es un pecado y un vicio natural. Todos los latinos así lo afirman. «A partir de una acusación, puedes aprender cómo son» dice el sexto libro de la Eneida37. Es como si dijera: «No os asombréis. Ha sido instruido en el arte de Pelasgos»38. Pablo habla así cuando menciona concretamente a los cretenses. Les atribuye tres «virtudes»: son una nación frívola, cultivan la mentira y viven de acuerdo con ella. Por eso les fue tan fácil dejar entrar a los falsos apóstoles. «Por ello, deberéis prestar a esto una atención especial.» Nuestros vicios nos hacen feroces y ebrios o glotones, por ello somos como cerdos nacidos en guerra y destinados al matadero.
Mentirosos. Por tanto, no les resulta fácil mantener su palabra, y si la dan la rompen con facilidad. Son bestias venenosas, como los animales del bosque, osos, leones y serpientes. Pablo lo confirma porque conoció por experiencia la certeza de estas afirmaciones. Aparte de su simpatía no tienen otra cosa. Son coléricos, feroces y perseguidores. Por lo tanto, a un obispo no le faltarán detractores y acusadores malignos. Por ejemplo, nuestros fanáticos que quieren dar la impresión de modestia y de no condenar el Evangelio y, sin embargo, fijaos en las muertes y daños que cometen. Griegos y cretenses, esas bestias perversas, poseen estas condiciones en el mayor de los grados. Cristo les llama víboras (Mt. 12:34). Ante los hombres se adornan con una hermosa apariencia, pero por debajo late la peor de las índoles. «Si decís esto -declara Pablo-, y os negáis a dejarlos solos con sus mentiras, atraeréis contra vosotros a leones, osos y tigres.»
Glotones. Este es un hermoso sinécdoque, una antinomia39 llamarlos glotones y perezosos, ociosos, malas bestias, que no sirven para nada excepto para el establo40. La doctrina verdadera enseña la mortificación y la negación de nuestro propio sentir.
Tito 1:13 “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe, …”
Este testimonio es verdadero. Es una confirmación. Las palabras de este verso son ciertas, aunque las haya escrito un poeta pagano. Son como trofeos que podemos llevarnos41. Sin embargo, aplicar este tipo de argumentos a los temas espirituales, requiere cierto arte. Platón y Aristóteles escribieron muy bien acerca de los temas políticos, Plinio describió las obras de la naturaleza, etc…., pero no penséis que un pagano pueda instruir las conciencias de los hermanos. Sólo Cristo, nuestro Maestro, puede hacerlo42.
Por tanto, repréndelos. Con esta frase va de lo particular a lo general. Empieza con una exhortación general dirigida no sólo contra los falsos apóstoles, sino también contra sus oyentes, es decir, dado que los cretenses son frívolos y mentirosos, es preciso rechazarlos, ya que unido a su natural diabólico está su manera de hablar descalificadora. Dos diablos se juntan en ellos: la enfermedad natural y el médico malo, un huevo podrido43. Si un maestro es malvado, sus discípulos también lo serán. Duramente en griego significa conciso y claro. Quiere decir: «Denúncialos de manera que no quede en ellos nada sin rechazar, del mismo modo que talas un árbol sin dejar una sola rama. Sea lo que sea que veas en ellos que no corresponda a la buena doctrina, córtalo de raíz para que no quede nada de la doctrina humana». El motivo es que Pablo siempre tiene presente el proverbio de «un poco de levadura» (Gá. 5:9). No se puede tomar a la ligera la importancia de la doctrina de los hombres porque tiende a crecer continuamente. El primer concilio de la Iglesia ya impuso una determinada regla concerniente a lo «estrangulado» (Hch. 15:20). Pero ni siquiera este primer concilio estuvo libre de contaminación aun cuando contaran con la ayuda del Espíritu Santo en la redacción de los decretos en los que incluyeron ciertas deferencias a los judíos. Sin embargo, sirvió para facilitar la elaboración de decretos posteriores. Más tarde, Pablo abolió aquella norma, contraria al decreto del concilio apostólico, y dice (1 Co. 8:4): «Un ídolo nada es en el mundo». En el Concilio de Nicea se dictó el decreto del celibato que ha extendido su influencia por doquier por constituir «levadura». Por tanto, es responsabilidad del pastor que nada impida el crecimiento de la planta, de lo contrario la enfermedad se apoderará de ella. Así se comporta Satán, determinado a que no exista una sola sílaba que hable contra él. Si logra que un cristiano niegue una sola cosa, no lo dejará tranquilo hasta hacérselo negar todo. Por ello Cristo quiere que ni una sola sílaba de la doctrina de Satán quede en pie. En alemán44 decimos «Da la mano a un sinvergüenza y te tomará el brazo». De forma similar «no debe pedirse al maligno que influya en los hijos de uno». Hay que rechazarlo de plano, es decir, de forma radical, absoluta, perfectamente y en redondo.
Para que sean sanos en la fe. Es decir, cuando practique el necesario rechazo, su fe no debe debilitarse -en palabras de Pablo- ni fatigarse, ni confiar en las obras, en cuyo caso el veneno entra en su corazón y el resultado es el mismo como cuando la enfermedad ataca al cuerpo. Nuestra fe depende solamente de Cristo. Sólo Él es virtuoso y yo no. Su virtud me amparará el día del juicio y contra la ira de Dios. Si a esto añado la declaración de «he hecho los tres votos», la peste se declara de inmediato porque bajo una falsa cobertura se ha introducido una justicia extraña. ¡Cortadlo por completo! Si queréis hacer buenas obras, practicadlas en beneficio de vuestro prójimo. Los que anhelan el veneno son maestros de la peste.
Tito 1:14 “… no atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad”
No atendiendo a fábulas judaicas. Aquí se combinan dos cosas en una. Este título debería inscribirse en letras grandes y doradas sobre la misma doctrina de los hombres. «Es su naturaleza -dice- rechazar la virtud. Así como las llamas del fuego consumen lo que queman, así las doctrinas de los hombres rechazan la verdad.» Hay que fijarse en el argumento de la oposición a las doctrinas de los hombres. ¿Cómo? Si yo acepto el mandato de los hombres, es imposible que mi conciencia no se sienta ofendida. Si es un mandato, es preciso cumplirlo. Si es así, es un pecado no hacerlo; si no lo es, uno es libre. El mandato de los hombres dice: «No podéis salvaros a menos que hagáis esto». Si yo digo «Os prescribo que comáis carne libremente los viernes», no es un mandato que las obras de los cristianos permitan. Por tanto, es evidente que los mandatos de los hombres crean oposición. A menos que haga algo a favor de alguien, no hay mandato como el del amor, que significa la libertad del Espíritu y no rechaza la verdad. En base a esto, se deduce que los mandatos de los hombres y la doctrina verdadera, son diametralmente opuestos. Si el abad me permite ponerme voluntariamente la capucha, un acto como éste no entra en conflicto con la fe, pero él dice: «Si no te la pones, te condenarás». En ese caso, todo se altera porque entra en conflicto con la verdadera fe. Los cristianos virtuosos dicen: «No conozco nada excepto a Jesucristo» (1 Co. 2:2). Sirvo a mi hermano a través del amor, pero no deseo ser salvado a través de él. Lo hago por libre deferencia a él, pero no seré condenado, salvado o perdido a cuenta de ello. Hay que pisotear los mandatos de los maestros que sólo buscan cegar a las conciencias. Por tanto, el Papa es el Anticristo porque afirma: «Nuestros mandatos son órdenes estrictas. Si alguien, etc….»45. Establece por su cuenta la ira de Dios y de los santos, y amenazan al desobediente con la condenación y promesa de la salvación a los obedientes. Debéis denunciarlo enérgicamente porque cosas como esta son intolerables. Firme significa que saben que sólo en Cristo están justificados y que las obras nacidas del amor son de libre ejecución. Por tanto, también los mandatos de los hombres deberían ser de libre elección. Si amar a vuestro prójimo como a vosotros mismos no justifica si antes no se ha justificado en Cristo, os justificaréis mucho menos si vivís de acuerdo con los mandatos de los hombres. Prefiero considerar a la frase «no atendiendo a fábulas judaicas» referida no sólo a las genealogías judías, sino a la misma Ley, incluyendo la precedente de sus ancianos y apóstoles. Dice: «Cuando predican la circuncisión, los sacrificios y otras ceremonias legales, alegan los precedentes de sus ancianos y de los apóstoles». Así, por extensión, llama a la Ley mitos, pero a las tradiciones de los ancianos mandatos de los hombres, prescritos aparte y por encima de la Ley. Así se lee en el Evangelio (Mt. 15:4-5). El resumen de todo esto y que debemos dar por cierto es que, ya se trate de los mandatos de los hombres o de la Ley, ninguna virtud prevalece, sino la de Cristo. Por tanto, mediante la fe se abroga la Ley de tal modo que, si dejo de observar las ceremonias de la Ley y viceversa, no peco. Ved que no hay enseñanza de ningún falso apóstol que no imponga una necesidad diciendo: «Requerimos por orden estricta». Una Misa no es un mandato, sino una ceremonia voluntaria condicionada por nuestro deseo y voluntad. Pero en el papado no hay más que mandatos y órdenes tales como «un seglar no podrá tocar el cáliz».
O para decirlo con toda claridad, los mitos judíos casi sobrepasan los de los griegos. Sin embargo, creo que por «mitos», se refiere exactamente a la tradición de la Ley tal como ellos la aceptaban. Deberían enseñar que «Por medio de la ley, es el conocimiento del pecado» (Ro. 3:20). Este es el motivo de rechazar su tradición.
Quien rechaza la verdad se refiere a los hombres. En la iglesia primitiva abundaban muchos de éstos. Así Espiridión, presente en la historia de la iglesia, vivía una vida de libertad41. Pero las mejores palabras y ejemplos han perecido con el paso del tiempo y sólo se recuerdan los peores. En los Decretales no se lee ninguna reflexión acerca de las Sagradas Escrituras, sino a quién debe ordenar un obispo, quién posee alguna jurisdicción, cómo ha de gobernarse determinada iglesia, cuántos ingresos ha de percibir otra, o como ha de utilizarse el palio. De estos escritos se han conservado los peores mientras los mejores desaparecieron. Espiridión, obispo de Chipre, en una ocasión tuvo un huésped. A la hora de comer, encargó a su hija que le sirviera unos alimentos. Ella dijo que le daría cerdo y así lo hizo. Esto ocurría durante la Cuaresma. El huésped repuso «soy cristiano» convencido que, como era cuaresma, no podía comer. El obispo le respondió con toda razón: «Debido a que eres cristiano, mayor razón para que comas porque todas las cosas son puras». Creo que había muy pocos hombres como él. Este ejemplo registrado por escrito, merece ser celebrado en elogio de alguien que, en conciencia, se atreve a comer diferente de los otros. Asimismo, es de alabar la respuesta del obispo. Posiblemente hubo otros como él, pero su historia no se ha recogido. Si ahora decís a un monje: «Quítate la capucha, cásate con una mujer», os replicará: «Yo soy cristiano». ¡Cuán cautivas están aún las conciencias y cuan rara es todavía la auténtica doctrina!
Tito 1:15 “Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas”
Todas las cosas son puras. Estoy seguro de que con esta frase comprendo perfectamente por qué Pablo llama despectivamente mitos a la Ley: mitos eran todo lo relativo a la comida, a la ropa o la bebida. Por tanto, hay mandatos de los hombres y mitos judíos. Las prescripciones que encontramos en la ley de Moisés acerca de animales puros e impuros, también las llama mitos. En verdad, esto es lo que son. No deben imponerse a los hombres. Ni tampoco las regulaciones concernientes al lavado de la ropa, o a las cosas que no deben ser tocadas o a los distintos utensilios. Los mandatos de los hombres se apartan de la verdad, pero la auténtica doctrina torna las cosas puras. Esto último debería estar escrito en letras de oro. Constituye una auténtica tormenta disgregadora de las tradiciones humanas, de la ley del Papa y de los decretos de los concilios que declararon que el matrimonio era impuro para los sacerdotes. Como ellos mismos son impuros, dice Pablo, por eso rechazan la verdad. El matrimonio puro, es puro. El Papa dice que durante la Cuaresma hay que abstenerse de alimentos preparados con leche, queso y mantequilla. Para los papistas y sus seguidores, estos alimentos son impuros porque se prepararon a partir de un alimento impuro, pero como dijo Espiridión, no lo son. He leído un decreto del Papa que dice: «No nos abstenemos de la leche y de la carne, porque las criaturas de Dios sean malas, sino porque sirven para frenar la carne a efectos de la piedad y la templanza».47 Se equivoca. Los mandatos se emiten por dos motivos principales: para que los que los observan puedan considerarse virtuosos y, por lo contrario. Pero han dejado de existir. Si se habla de justicia a los ojos de Dios, nada la obtiene si no es Cristo que es el Mediador. Su justicia es la nuestra tal como declara Pablo en 1 Corintios 1:30. En este aspecto, no vale ninguna ley, ni la de Moisés ni la del Papa. No tolero que el Papa me presente como virtuoso a los ojos de Dios sólo porque observo sus mandatos. Nadie puede hacerlo porque no es lo que Él nos exige. Mis tres votos no pueden presentarse por sí mismos a los ojos de Dios porque significaría que estoy pisoteando la sangre de Cristo. El único mandamiento que hay es el del amor. Hago las cosas por deferencia a ti y te obedeceré, pero no porque a causa de ello pueda salvarme o condenarme. Una manera de predicar es contraria a la fe y la otra está de acuerdo con el principio del amor; hay que rechazar la primera y aceptar la segunda. Ninguno de los falsos apóstoles lo aceptará porque ellos suelen conducirse en base a las leyes. Dicen los iconoclastas: «Destruyo justificadamente las imágenes, no hacerlo es signo de impiedad». Como nosotros, esto significa que ellos no admiten la verdad a menos que sea espiritual, pero en la libertad del amor nadie precisa de justificación porque nadie somos mejores que los demás. Pero es en ausencia del Espíritu, que deciden si hay que justificarse o condenar. Nosotros no concedemos esta prerrogativa ni al mismo amor. El hecho de practicar todos los actos de amor que existan, no me justifica a los ojos de Dios, sólo me justifica a mí ante los ojos del mundo. Dejemos el texto tal cual es. Son puros los que tienen una fe firme, quienes creen en Cristo, quienes saben que no pueden ser profanados por nada. La fe en Cristo no tarda en producir amor, un amor que crea deferencia respecto al hermano, pero que no sirve de justificación para nadie. Pablo mismo explica lo que quiere decir cuando habla de incredulidad; por tanto, los puros son aquellos que creen. No necesito entrar en ninguna disputa. Quien no cree no es puro. Es la pura verdad. El Libro de los Hechos dice (Hch. 15:9): «Y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones». Se purifican a través de la fe. «Bienaventurados los de corazón limpio porque ellos verán a Dios» (Mt. 5:8); quienes creen verán. Por tanto, para aquellos que saben que están justificados sólo en Cristo, todo es puro, sea pescado o carne. Esto trastoca todas las tradiciones y leyes de los concilios. ¿Qué hicieron nuestros monjes y obispos cuando leyeron sin comprenderlo: «para los puros, todas las cosas son puras» y declaraban impuros alimentos y ropas? Son gente sin fe. Por tanto, ordenan a los hombres rechazar la verdad. Pablo lo demuestra cuando dice: los impuros e impíos, es decir, alguien ha hecho algo impuro, han de saber que son impíos, que son gente que rechaza la verdad y, por tanto, no tienen fe. Por ello, concluimos que el reino del Papa y de los monjes son reinos impíos; son paganos porque viven completamente sin fe y sin virtud, y hacen impuras las cosas que son puras a los ojos de Dios.
A los corrompidos. En este caso nada es puro porque para quien ha perdido la fe, todo es impuro; para él Dios es impuro como lo son la justicia y su propio corazón. ¿Cómo se produce esto? Para una conciencia sin fe, todo es corrupto. Aunque un monje se confiese, vaya a Misa y atienda a ella con la mayor devoción, actúe y obedezca su regla y se tonsure, al final su conciencia debe decirle: «Ignoro si complazco a Dios». Todo es impuro porque a los ojos de Dios no es virtuoso. Siente que no complace a Dios y, por tanto, las cosas que hace son impuras. Lo son la Misa, los hábitos, las lágrimas y las oraciones. Así cuando observa la castidad, la pobreza y la obediencia; no es más que un moribundo porque ha de reconocer: «No sé si complazco a Dios». Al estar vacíos de fe, sus votos son impuros. No está convencido de complacer a Dios. Así, si yo me dedico a especular acerca de si es cierto que Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre y que vendrá a juzgarnos, en lugar de ver como lo presenta en Romanos 8:34, Cristo y Dios son impuros para esa persona48. Y de esta manera, el uso de toda criatura también es impuro. Cuando toma el sol no cree complacer a Dios. Todo cuanto hay le provoca dudas, como la luz, el alimento, la bebida y hasta la misma vida se le aparece como impura. Una conciencia es impura cuando duda que usar una criatura pueda complacer a Dios. ¿Qué sacerdote se atreve a creer que su Misa complace a Dios? Como no posee la Palabra, sólo puede decir: «Me parece». Al revés que él, yo llego a la conclusión de que cuando la Palabra no está presente en la conciencia, es imposible confiar. Como se pregunta en Romanos 10:14: «¿Cómo?» Si celebras la Misa sin la Palabra, la celebras sin fe. Así, pregunto yo aún monje: «¿Al tomar tus votos, posees la Palabra?»; y ningún monje puede afirmar «La vida de religión agrada a Dios» porque es incapaz de manifestar la Palabra de Dios que le diría: «Todo cuanto conduce a la vida, complace a Dios». En un hombre puro, la conciencia alberga la fe y viceversa. Por tanto, la fe es la pureza de conciencia que cree firmemente que complace a Dios en Cristo. Por otra parte, una conciencia que busca agradar a Dios y lo hace sin la Palabra, cae en la incertidumbre y en la contaminación. En el Último Día, sus obras, votos y creaciones lo acusarán49.
En este pasaje hemos oído cómo Pablo condena con palabras muy graves las doctrinas de los hombres, palabras que deberían llenarnos de temor a menos de ser obstinados y ciegos, es decir, las que dicen que para los puros todas las cosas son puras. Como ya he dicho, los impuros y aquellos cuyas mejores obras carecen de fe, no son puros, sino impuros, porque no pueden afirmar en conciencia que complazcan a Dios. Así, hoy, los sacramentistas tiene una fe impura y una doctrina perversa50. Cuando disputan sobre la muerte y resurrección de Cristo, todo cuanto dicen es impuro porque en conciencia saben perfectamente que no enseñan estas doctrinas correctamente. Por consiguiente, a causa de la incertidumbre y las dudas que embargan su conciencia, nada hacen bien.
Mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Ambas cosas son impuras. No lo reconocen porque su impureza les ciega. El ojo de su corazón lo llena la impureza de la misma manera que el ojo corporal es incapaz de ver adecuadamente cuando las venillas rotas lo llenan de sangre o un agua sucia los ha infectado. Así, dice, su mente es impura y por tanto también su conciencia. La mente es el origen de los juicios sobre las cosas, como dice en 1 Corintios 14:19: «con mi mente más que con mi lengua». Se refiere a la mente del espíritu, al poder cognitivo del hombre que acepta51 la instrucción. Su pensamiento, mente y opinión están contaminados; por tanto, de ello se deriva una conciencia también impura dado que ésta hace lo que la mente enjuicia. La mente dice: «Si comes carne en viernes, pecas», la conciencia concluye: «Por tanto, no hay que comer carne». La conciencia extrae las conclusiones, pero las premisas las pone la mente. Que comer carne en viernes es pecado es la premisa mayor establecida por la mente que impele a la conciencia a adoptar una conclusión. La premisa mayor siempre es cierta porque no contradice al sentido común de los hombres. Así, el fanático dice: «Debemos enseñar la fe en Cristo, el amor y el rechazo a las tradiciones humanas». Esta premisa mayor es compartida por toda la raza humana, pero tropiezan en cuanto se hallan ante la premisa menor, la que proclamaban los falsos apóstoles del tiempo de Pablo: «Hay que evitar lo malo; es malo no estar circuncidado». No es malo obedecer a Dios, pero si te abstienes de carne haces bien. A una premisa menor válida le sigue la conclusión. Es deber hacer todo lo bueno; es bueno desechar la vida monástica. Aquí reside el conflicto. El Papa lo niega y nosotros lo afirmamos. Los que poseen una mente firme, tienen una conciencia veraz. La idea que tienen ellos de las cosas sagradas es impura, por tanto, su conciencia también será impura. Pero, en primer lugar, el conflicto no debe centrarse sólo en la conciencia, también hay que determinar todo cuanto pertenezca a la mente. Si yo convenzo al Papa de que hay que desechar la vida monástica, la conclusión se sigue de inmediato. De una conciencia y mente impuras, no puede derivarse nada puro. Por ello, las disputas acerca de la gracia no son puras. Quienes niegan a Cristo en una cosa, le niegan en todo.
Tito 1:16 “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”
Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan. Estas palabras son realmente impresionantes. Quien se equivoca en mente y conciencia, no puede producir buenas obras. Deberían saberlo todos aquellos que se aferran tercamente a las tradiciones humanas. Tampoco pueden producir buenas obras los que carecen de una mente pura y de una fe firme. Sin embargo, afirma, consiguen aparentar una pureza de religión mucho mejor que la nuestra. Emiten aseveraciones profundas, alardean de conocer a Dios, sus bocas nunca callan. Pablo les reconoce una gran elocuencia y ostentación en lo que se refiere a la doctrina cristiana, al conocimiento de Dios y a la afirmación de que están en posesión de él. No es más que mera apariencia y presunción. Fijaos en nuestros fanáticos. Abarrotan sus libros con grandes palabras sobre la gloria de Dios y el amor a los hermanos o la rectitud de la fe. Pero hablan impuramente porque lo hacen con la intención de contaminar el sacramento. Hablar de la pureza de las doctrinas relativas a la fe, etc. con una mente impura es una tarea vacía porque contaminan la Eucaristía, el Bautismo y la Palabra externa sólo para confirmar sus desvaríos. Son hombres de corazón deshonesto porque persiguen utilizar estas palabras con un propósito contrario a la gloria de Dios, a la Palabra de Dios y a los sacramentos. Hablan de la gloria de Dios y, sin embargo, la alejan de Él. Por tanto, alejan las palabras, los dogmas, las sentencias más sublimes sólo para combatir la gracia de Dios. Sus sermones y torrentes de palabras son incesantes, mucho más que los nuestros; pero le niegan a través de sus hechos: «Debéis circuncidaros». Afirman conocer a Dios. Predican la justicia, pero al hacerlo, la combaten junto a las buenas obras; y sustituir las buenas obras por la justicia es luchar contra ésta. Estamos de acuerdo en la premisa mayor: «Deben hacerse buenas obras». Lo afirmamos, pero al llevarlo a cabo lo negamos. La gloria de Cristo es creer en sus Palabras. Según las palabras de la Cena del Señor, se nos instruye a comer su carne. Dicen: «Es la gloria de Dios y de Cristo que se sienta a la diestra de Dios Padre y por la gloria de Cristo, la contaminamos». Así los judíos colocan la justicia en la ley y con esto, atacan a Dios. Es decir, niegan a Dios y todo lo que Dios gobierna bajo el pretexto de glorificarlo.
Siendo abominables. Realiza tres aseveraciones y en verdad que son dignas de ser estudiadas. En primer lugar, indica que son auténticos idólatras, identificados con las doctrinas antiguas. Con la abominación se refiere a los idólatras. En su corazón albergan una mente anómala y una conciencia impura alejada de Dios. No utilizan correctamente ninguna de las palabras y obras de Dios, por tanto, las extravían y se extravían ellos aun cuando su apariencia tenga el aire de la legitimidad. Cuando alguien presenta a Dios de una forma distinta de la que es, está fabricando un ídolo, por ejemplo, cuando alguien afirma: «Como conservo mi castidad, Dios me mira con benevolencia y me premiará en mayor medida que a los demás cristianos. Gracias a la castidad del cuerpo, se es uno con Cristo, por eso no debe condenarse a las vírgenes paganas»52. Una forma de pensar como ésta crea un ídolo en el interior de su corazón. No describe al verdadero Dios, sino que bajo el nombre de Éste inventa y describe una enorme mentira. Y, sin embargo, vemos que la Iglesia expresa y publica estas afirmaciones idólatras y abominables. Abominable. Es decir, al seguir las abominaciones, son abominables a los ojos de Dios. Son idólatras tal como lo eran los judíos de aquel tiempo que decían: «La circuncisión os salvará». Sólo salva la justicia de Cristo, es decir, la auténtica justicia que es absolutamente contraria a la idolatría y a la abominación. Y no hablamos sólo de las ceremonias, como afirma Erasmo”, sino de las leyes que impulsan a los hombres a creer en sus obras a cuenta de la abominación espiritual y la idolatría que anida en sus corazones.
Rebeldes, incapaces de creer y ser convencidos. Según Pablo, ésta es una característica singular. En primer lugar, su mente está cegada al Espíritu Santo y a la comprensión verdadera. En segundo lugar, al profesar una terquedad profunda y al alimentar con persistencia un corazón testarudo, se hallan más allá de cualquier persuasión. Se niegan a escuchar. Si un maestro les ataca diciendo: «Estáis en un error. La justicia es la gracia de Dios en Cristo», rehúyen ver u oír. A esto se le llama estar alienado de la justicia e incluso negarse a atender a sus sentidos. Es como si dijera: «Lo he probado muchas veces. Quería hacerles reflexionar, pero no ha servido de nada». Pero, aunque los fanáticos sean incapaces de replicar a los argumentos que se les presentan en contra, no callan. Y, en tercer lugar, no sólo son detestables y tercos, sino que su vida carece de utilidad.
Reprobados en cuanto a toda buena obra, y, sin embargo, conservan una notable apariencia externa. Llevan a cabo obras de misericordia y sufren mucho. ¿Por qué? Pablo afirma que están incapacitados para cualquier buena obra. Del mismo modo que la apariencia de sus palabras hace pensar que conocen a Dios, la apariencia de sus obras les presta el halo de la santidad. Nadie parece menos capaz para las buenas obras que ellos. Afirmamos que mientras su mente y su conciencia se hallen sumidas en el error serán incapaces, no sólo de hacer nada a la gloria de Dios, sino ni siquiera en beneficio de su propia gloria. El árbol es malo, por tanto, sus frutos también lo serán. Es malo porque sus mentes son impuras y para los impuros nada es puro. Al ser su corazón impuro también lo son sus palabras, así que es inevitable que resulten incapaces. Todo cuanto realicen tendrá por base el error. Aunque vayan a parar a la cárcel o mueran, todo será impuro. Una obra no es pura a menos que surja de un corazón y una conciencia puros. No sólo sus esfuerzos son vanos, también son defectuosos y perversos, incluso aunque se presenten bajo una hermosa apariencia y parezcan la obra de unos buenos cristianos. Sufren, llevan a cabo actos de misericordia, mueren, imitan las obras de los cristianos, pero insistimos en decirles que poseen una mente impura, un convencimiento que para nosotros es consolador y nos hace fuertes frente a su engañosa apariencia. Si su doctrina es impura, también lo serán su conciencia y sus obras por sobresalientes que sean. Pablo dice a los Calatas (Gá. 3:4): ¿Tantas cosas habéis padecido en vano, si es que fue en vano?» Por ello, procuremos ser precavidos y no aceptar ciertas doctrinas con demasiada precipitación. Cuando se pierde la Palabra, la pérdida es irremediable. Por esta razón, les pido que me demuestren que el «ser» significa «representar». Es Satán quien los dirige y los lleva a donde le place. Resumiendo, las tres características, esas virtudes especiales que ostentan, son: que poseen un corazón impuro, una conciencia impura y que hablan de Dios del modo que lo hacen.
En cuanto a toda buena obra. Y, sin embargo, llevan a cabo grandes obras, efectivamente, más que los fieles, pero como dice el Salmo 16 «pero ellos» refiriéndose a los baalitas y a Acor54. Y en el Salmo 14:1 se dice: «hacen obras abominables» no por sus pecados, «sino por sus actos». Por tanto, es cierto esto: (Sal. 14:2): es la forma de vida juzgada por Dios
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NOTAS
Capítulo 1
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Capítulo 2
En el primer capítulo se ha establecido la antítesis entre los ministros de la Palabra píos e impíos. Este segundo capítulo se centra en los deberes de todos los estratos de la sociedad. Dice: «Conducíos de acuerdo al modelo y no prestéis atención a los cuestionamientos y mitos judíos. Permaneced en el seno de la sana doctrina e instruid en ella a los demás».
Tito 2:1 “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”
La sana doctrina es pura y para la cual todas las cosas son puras. Quien la enseña ha de poseer una mente y una conciencia puras que hacen a los hombres buenos, llenos de fe y caritativos. Alerta con los ancianos, así como con los demás estratos de la sociedad.
Tito 2:2 “Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia”
Sobrio significa estar alerta, ni perezoso ni dormilón. Deben ser activo y no amar el lecho. Los beodos duermen mucho, pero los sobrios se levantan prestos y alerta.
Serio quiere decir digno, honorable y muy distinto de los frívolos. Expresa tener una conducta respetable y seria, no tomarse las cosas a la ligera, a la manera de los burlones que provocan risas necias y sugieren significados licenciosos; es decir, ha de ser digno en la palabra y en la conducta. Ζειϑ/ϖ⌠ρνγ, dignidad. Es evidente que un anciano debe conducirse, hablar y vestir de forma seria, sin frivolidad. No debe actuar como si creyera que sigue siendo un adolescente, o bailar, o comportarse de forma inapropiada para su edad. Lo mismo se aplica a la comida. ικοχποχοϖ: modesto, razonable, educado, ecuánime, alguien que no permite que le dominen sus propias pasiones u opiniones. Ya he citado el ejemplo de nuestro príncipe Federico que no era jactancioso ni obstinado. Estas condiciones son aplicables a la conducta externa y a todos los momentos de la vida activa. Entonces es: sano en la fe, en el amor y en la paciencia, es decir, los ecuánimes, los no falsos o perezosos en la demostración de su fe. Una buena pieza de oro es una moneda honesta; lo mismo ocurre con un vino honesto o con cualquier cosa que no ha sido adulterada. Es decir, deben poseer una fe pura y auténtica dado que tienen la obligación de enseñar moralidad.
En amor, esto es, deben mostrar amor sin afectación, ser sinceros, honestos y auténticos, de manera que amen a amigos y enemigos por igual. Un amor que discrimina a las personas es un amor inactivo, no activo, un amor falso, no un amor auténtico. En Romanos 12:9 se dice: «El amor sea sin fingimiento». Y, sin embargo, no hay nada en el mundo en que se finja más que en el amor que no debería engañar a nadie y más cuando la afectación lo delata. Con paciencia. Una vida cristiana consta de tres partes. La primera es ser moderado y serio, que, sin embargo, sigue siendo una cualidad pagana porque pertenece a lo externo de la persona y depende de la conducta de uno mismo sin implicar al corazón. El creyente, por el contrario, posee rectitud. Una persona justa ama a su prójimo y practica el amor. A ello le sigue la cruz, la cárcel y la animosidad de los otros. De ahí que podáis distinguir a los auténticos cristianos: son los que creen de veras y aman pacientemente. La gente dice: «¡Si Judas me hiciera algún daño lo soportaría sin problemas, pero en este caso se trata de alguien querido a quien hice tantos favores!» Este no es un amor veraz y válido. El amor ha de ser auténtico.
Tito 2:3 “Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; …”
Alerta con las ancianas. Instruye a los hombres para que vivan adecuadamente y con la palabra «sano» indica que los desea alejados de las cosas profanas. Desea que sus esposas, las ancianas sean reverentes en su porte, es decir con el comportamiento adecuado para aquello que es sagrado. La seriedad masculina debe ir aparejada con la seriedad femenina.
Reverentes en su porte dice en oposición a las que se adornan como si fueran muchachas de quince años y que dan muestras de frivolidad y lujuria. Los adornos, no desvergonzados ni profanos, deben dejarse para el joven o la muchacha. En suma, ambos deben ser serios y su adorno debe ser la dignidad de su comportamiento. Significa, por tanto, que no deben hablar con frivolidad, un vicio especialmente femenino. Por naturaleza, la mujer es proclive a la charla calumniadora, en especial las viejas que se dedican a enjuiciar a las demás mujeres hasta el punto que, según ellas, ninguna es casta ni hermosa.
Se considera a una mujer anciana cuando ha pasado de los cuarenta1. Además, su manera de hablar debe ser un ejemplo de comportamiento y sensatez. Esto se aplica en especial a las que son criticonas, calumniadoras y difamadoras, vicios todos estos de los que las mujeres son especialmente culpables. Una matrona libre de ellos, merece los mejores elogios. Hay que predicar que se abstengan de estos vicios.
No esclavas del vino. En aquel país existía la costumbre de beber mucho vino. Era un vicio muy común entre la gente de edad avanzada, en especial entre las viejas. Hay que luchar contra este vicio.
Maestras del bien. «Maestras» son las instruidas, aptas y diestras en la manera de enseñar, imbuidas de doctrina y principios sanos, recomienda, ya que encarga a las ancianas que oficien de maestras de las mujeres jóvenes. ¿Para qué?
Tito 2:4 “… que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, …”
Para que enseñen a las mujeres jóvenes. Deben hacerlo con el ejemplo y la palabra para hacerlas seres modestos, es decir, prácticas en el ejercicio de la modestia de la sensatez, no vocingleras ni chillonas, sino silenciosas y amables. La que peque de inmodestia debe ser instruida por una anciana para que se concentre en amar a su esposo y cuidar a los hijos. Deben asegurarse de que lo cumplirán (hemos consultado los Decretales y hemos encontrado más cosas)2. Así deberán comportarse. Es su deber. La mujer fue creada para el hombre y para tener hijos. Este texto ataca a todos los monjes y monjas. No amará caprichosamente porque Satán siempre vigila, la carne se cansa en menos de un año y viene la tentación de mirar a otro hombre. Por ello, disfruta del don más grande de Dios cuando se complace en su esposo y no en otro y cuando no centra su atención en nadie más que en su propio marido.
Amar a sus maridos y a sus hijos. ¿No es esta recomendación superflua cuando son las jóvenes las que aman más? En realidad, va dirigida contra los que afirman que el amor físico es pagano. Quienes lo dicen son gente negativa, no enseñan nada. El sentido de las palabras citadas es que ellas deben obtener placer de los cuerpos de sus maridos y cuidar de ellos1.
Por tanto, instruye a las matronas a enseñar debidamente a las jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos. Ya he mencionado lo que significa amar al propio esposo, es decir, no limitarse sólo a cohabitar con él, sino a considerarlo como a su señor en todas las cosas sin pretensión alguna de dominio. Esta es una cualidad muy rara en la mujer ya que, por naturaleza, el sexo femenino se inclina hacia todo aquello que está prohibido y ambiciona dominar, gobernar y dictar. Todo ello desemboca en la discordia marital, las peleas, los gritos y las palizas. Amar a los hijos significa no sólo educarlos para el mundo, sino procurar el mantenimiento de sus cuerpos y de su alma. Dicha tarea precisa de la vara y de la disciplina tal como se dice en Proverbios 3:11 y23:13 y en Eclesiástico 30:1: «Él lo azotará con frecuencia» a causa de su estupidez. También este es un amor poco frecuente. En general, la gente ama a sus hijos por vanidad, por las pompas mundanas, y no enriquecen sus almas con el estudio de las artes, la buena literatura o el estudio en general. Es deber de los buenos padres instruir a sus hijos desde la infancia en el temor de Dios con la ayuda de una sana literatura de mujeres cristianas. Un cerdo atraerá a otro cerdo, pero hay padres humanos que pueden ser peores. No son ni siquiera paganos, son bestias.
Pablo quiere decir que las matronas no deben dedicarse a tareas egoístas y necias. Tienen suficiente trabajo en casa como para mantenerlas ocupadas, pero algunas prefieren salir a la calle y cosas parecidas. Se ha dicho en verdad que un padre hallará la vida eterna en su progenie. Es decir, un padre tiene oportunidades de sobra de practicar la piedad en su casa y sólo si sobra algo, puede distribuirlo entre el prójimo. Es necesario no ser negligente en el propio hogar.
Tito 2:5 “… a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”
Prudentes, es decir, modestas. En casa deben conducirse de forma sensata, no necia ni vanidosamente. Han de dirigirlo todo con discreción, tanto en lo que se refiere a los amigos, como a los enemigos, sus maridos o sus hijos.
Castas. En el quinto capítulo de Timoteo (1 Ti. 5:2) se menciona: «A las ancianas… a las jovencitas… con toda pureza». Guardar la castidad marital, sin palabras, gestos o actos lascivos dirigidos a otros hombres en presencia de la gente y en especial, de la propia familia. Las Escrituras hablan con grandes alabanzas de la castidad marital como por ejemplo en Hebreos 13:4. El matrimonio es también de gran valor en lo que se refiere a la castidad porque su premio es la ausencia de la loca lascivia. Los devotos a sus propias esposas, no miran lascivamente a ninguna otra. No hay lascivia entre los merecedores de las bendiciones que Dios otorga al matrimonio. Esto es, están satisfechos con su matrimonio y sus dones, de manera que jamás se cansan de sus esposas ni desaparece su deseo por ellas. He visto a muchos disgustados con sus relaciones maritales. Para resistir a Satán, las relaciones íntimas deben estar presididas por la moderación.
Cuidadoras de su casa. Según Erasmo, los antiguos representaban a Venus sentada sobre una tortuga4. Con esto los paganos indicaban que el mayor elogio de una mujer era estar dedicada a su hogar porque la tortuga simbolizaba la casa, por ello Venus aparece sentada encima de una de ellas. El apóstol también recoge dicha alabanza a la mujer. Hay algunas que «andan de casa en casa» como lo dice el quinto capítulo de Timoteo (1 Ti. 5:13). Y así que el marido trae a casa un denario ella se lo gasta, le impide el crecimiento de la hacienda familiar. Un hombre así tiene en su casa un portero que huye por la puerta trasera. Quienquiera que tenga una mujer tan frívola, que no se interese por la economía familiar, caerá en una situación desesperada. Por otra parte, peligran la decencia y la disciplina del hogar dado que los hijos, al aprender con el ejemplo, también quedarán arruinados como seres humanos. Estas tres condiciones, por tanto, conducen al mismo punto: su dicha es estar en casa, ser previsora5, le alegra dedicarse a la cocina y no anda saliendo, ni le gusta perder su tiempo charlando con los demás. Una mujer así ayudará a su esposo a mantener la disciplina, a aumentar la hacienda familiar y a conservar las buenas costumbres. Aunque estas son ocupaciones de la vida diaria, hay que hacerlas resaltar en contraste con la vida que llevan las monjas. Las Sagradas Escrituras ensalzan estas condiciones y por ello, han de ser cantadas en la iglesia. Cuando una mujer se ocupa en la cocina o cuida un fresal, lleva a cabo una tarea diaria. No molesta al Espíritu Santo. Estas mujeres son diez veces mejores que si hubieran vivido en un convento en que, aunque no están ociosas, su mente está llena de pensamientos lascivos y diabólicos. Una esposa se dedica a tareas al parecer muy corrientes a la vista de la gente, pero sin embargo son extremadamente preciosas a la vista de Dios. Por ello, al ser testimonio del Espíritu Santo, son preferibles a todas las que se realizan en el interior de un convento.
Buenas. Deberíamos decir «gütig», es decir siempre dispuestas a ayudar a otro, a trabajar, a perdonar. Esta palabra indica e incluye todas las virtudes con las que debería brillar ante el prójimo, aparte de las anteriormente mencionadas que pertenecen al ámbito familiar. Todas se refieren al hogar, pero si algo queda, ha de ser la amabilidad y la generosidad hacia los demás.
Sujetas a sus maridos. Con esta ley concluye. Las mujeres son del sexo débil y sujetas a la autoridad, de otro modo podrían sufrir terriblemente. Así deben vivir. La regla es perfecta pero la vida no lo es y por ello se producen descuidos y transgresiones6. Existe la otra regla acerca del «navío débil» (1 P. 3:7): por débil que sea físicamente, aún lo es más emocionalmente. Las mujeres varoniles son escasas. Suelen ser débiles, miedosas, susceptibles, irritables y desconfiadas. Por tanto, un hombre ha de tener paciencia; es fácil hallar más bondad que maldad en ellas. Todos desearíamos que todo en la mujer fuera perfecto. ¿Por qué se incluyen estas recomendaciones aquí?
Que la palabra de Dios no sea blasfemada. Las enseñanzas deben impartirse en voz alta para que el Señor sea glorificado. Como dice Mateo 5:16: «que vean». Este pasaje refleja la causa final de todas las buenas obras. Nos justificamos a través de la fe y glorificamos a Dios a través de las buenas obras. Dejad que resplandezca entre vosotros porque os halláis en medio de los malvados (Fil. 2:15). Dios desea utilizar vuestra vida para convertir a las demás naciones, para ampliar el reino de Cristo. Para que no se deshonre la Palabra de Dios. Se precisa una vida de bondad para eliminar las ofensas y edificar a los demás, «así alumbre vuestra luz» (Mt. 5:16). Dios lo da todo sin pedir nada, sólo demanda no ofender a los que han de ser convertidos y no separarlos de nuestra doctrina. Si nuestra vida es malvada, alejamos a muchos ya que a los paganos les es imposible advertir en nosotros fe alguna. Para poder convertirse, precisan ver nuestras obras y oír nuestra doctrina. Por esto habla por doquier de «adornar la doctrina para que los enemigos no tengan motivo de queja». Es decir: «Vivid vidas virtuosas para que los hombres no se alejen de vuestra doctrina». Debemos ser un buen ejemplo para los demás «para que nuestro ministerio no sea desacreditado» tal como se dice en 2 Corintios 6:3. De ahí que ofende a los demás que un cristiano sea avaricioso, lascivo o usurero. «¿Así son los cristianos? ¿Qué hay de bueno en su doctrina?» La ofensa que provoca la derogación de la Misa es totalmente farisaica, debería buscarse en lugar de evitarse. Cristo dijo (Mt. 9:13): «Misericordia quiero y no sacrificio». Condenó la virtud centrada en el lavado de manos, la caridad y el ayuno. Dijo (Mt. 15:13): «Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial, será desarraigada». Son ofensas que han de pasarse por alto. «Son ciegos guías de ciegos» dice (Mt. 15:14). Las ofensas que hay que tener en cuenta son las que nacen de las acusaciones de nuestra propia conciencia, Calatas 5:19. La alabanza a Dios nace de nuestras vidas rectas y hermosas. Yo veo que entre los cristianos se castiga el adulterio y que las mujeres obran de forma reservada. Cuando se acusó a los cristianos ante Trajano, Plinio declaró no hallar culpa alguna entre ellos; se reunían antes del amanecer y se oponían al adulterio y a la violencia7. Tan impresionado quedó el pagano de la vida casta y sobria de los cristianos que aconsejó a Trajano que no los castigara. Luciano, por su parte, afirma que los cristianos son buenos, que confían en los demás, que son tranquilos y que reconocen sus propios errores; por tanto, quienquiera ser rico, que se dirija a los cristianos8. Esta es la mala conciencia que impele a los malvados a opinar sobre los cristianos. ¿Qué acusación podrían tener contra nosotros? De este modo, Münzer y nuestros fanáticos justificarían su separación en nombre de Dios diciendo: «Porque no dará por inocente Jehová a quien toma su nombre en vano» (Ex. 20:7).
Tito 2:6 “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes; …”
Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes, jóvenes o adolescentes. Hace una distinción entre ancianos y jóvenes. Recomienda la misma virtud a jóvenes y hombres maduros. Zcócpocov: sed comprensivos con los que se hallan en la edad ardiente. Dice lo mismo acerca de las ancianas y de las jóvenes. No hay época vital para la que no deba mostrarse compasión. Si son compasivos son virtuosos.
Tito 2:7 “… presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, …”
Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras, un modelo, un ejemplo. Tito debería ser un rújtog9. Vosotros que os halláis colocados en medio de la escena, debéis ser un ejemplo puro. Un obispo está expuesto a las miradas del público. Cualquier aspecto deseable en los demás, debe darse en él. ¿En qué aspecto?
En la enseñanza. Aquí, el texto es confuso. Ni los griegos ni los latinos se ponen de acuerdo en la distinción que hay que hacer10. La cualidad principal de un obispo es la de preparar correctamente la Palabra porque su tarea primordial es la enseñanza y por encima de todo ha de estar dedicado a la conservación de la doctrina.
Mostrando, esto es, en vuestra doctrina mostraréis integridad, seriedad, palabra clara y seréis irreprochables. Así es como yo los distingo. El texto griego lo hace del siguiente modo: Al enseñar conservaréis y demostraréis integridad e incorruptibilidad a fin de no adulterar la Palabra con lo que la doctrina resultaría confusa o diluida. Y no sólo ha de ser así con la Palabra, sino con vosotros mismos, de manera que podáis ser un buen maestro, un hombre intachable, que no vicia la doctrina con sus propias opiniones, sino que presenta la Palabra en toda su integridad, tal como le ha sido confiada.
Seriedad. Sed corteses y honrados. No impartáis enseñanza con frivolidad como hacen aquellos que, echando mano de su elocuencia y retórica, sólo buscan provocar la hilaridad y confundir los oídos (2 Ti. 4:3) como en Pascua”. Hay que enseñar la Palabra seriamente como recomienda en Romanos 16:18 y sólo cosas serias. Quien predica a Cristo con un corazón veraz posee una Palabra salvadora, agradable al Espíritu, aunque no lo sea a la carne y no basada en ningún mito. Del mismo modo que hay que preservar la doctrina en toda su integridad sin mezcla espuria alguna, también hay que hacerlo con seriedad, es decir recta y honradamente para impedir el surgimiento de cuestiones que sólo sirven para provocar disensiones y peleas. Así ocurre ahora. Mientras se centra la atención en dichas cuestiones, se pierde la Buena Nueva.
Tito 2:8 “… palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros”
Palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros. A pesar de todo y a causa de la verdad, aún sigue siendo necesario defenderse. Yo no he dicho nada ni enseñado nada, el Espíritu Santo es quien lo ha hecho. Nuestro objetivo es que vuestra palabra resulte irreprochable. ¿Por qué? ¿Podremos justificarnos por ello? No, a condición de que los paganos sean personas íntegras. Así, cuando prediquéis de la forma en que os he instruido, vuestra doctrina los conmoverá y se convertirán. Si, por otra parte, vuestra doctrina no es sana y ellos la incorporan, tendréis ante vosotros numerosos oponentes-paganos armados con su filosofía particular, judíos con su circuncisión y su Ley y sabihondos que os crearán conflictos. Por tanto, dado que estáis «en medio de una generación tortuosa y perversa» (Fil. 2:15) que no sólo se ofenden, sino que buscan cualquier oportunidad para ofenderse, debéis conduciros de modo que les sea imposible hallar ocasiones para ello. Ocurre que cuando asisten a la publicación de nuestros libros, desearían que nuestra doctrina pereciera. Por ello debemos cuidar de que nuestra doctrina sea irreprochable y adaptar nuestra vida a los cuatro requisitos12.
Tito 2:9 “Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; …”
Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo. Estos esclavos merecen su aprobación. Confirma que vive bien, independientemente de lo censurable que pueda parecer a los ojos de sabios y consagrados. Los clérigos los desprecian, pero a los ojos de Dios son sumamente aceptables. Cuando impartíamos nuestra enseñanza de acuerdo con los dictados del Papa, omitíamos lo pío y saludable ya que no existía nada más piadoso en la vida que ser un monje, a pesar de las diversas exhortaciones de las Escrituras que recomiendan el mayor aprecio a los ancianos, las matronas, esposas e incluso esclavos. Habla de los esclavos de la antigüedad, propiedad de sus amos como lo son rebaños en la actualidad, capturados en una guerra o comprados en el mercado. Sin embargo, califica de buena la vida de estos y lo conveniente de vivirla en buena conciencia. ¡Cuán mejor no es la vida de un hombre que sirve a otro prometiéndole fidelidad y cumplimiento de los deberes de un criado! En este caso, la fidelidad por la que estos sirvientes prometen cumplir con su servicio es voluntaria. Como dice a los corintios (1 Co. 7:21) «no te dé cuidado». Constituye un gran consuelo ser consciente de vivir una vida agradable a Dios. Ningún clérigo puede atreverse a decir algo parecido. «Que se sometan a sus amos en todo, que les complazcan sin contradecir.» Dice lo mismo a los efesios (Ef. 6:5-8 y Col. 3:22-24). Deben obedecer debidamente, centrarse en lo que es bueno y soportar su servidumbre con paciencia, y considerar que se trata de la voluntad de Dios, y que su esclavitud place a su Divina Majestad. Del mismo modo, ha de complacernos a nosotros los últimos entre los últimos; es decir, hemos de aceptarlo con buena voluntad. En segundo lugar, han de llevar a cabo sus deberes de manera de no ofender a sus amos, y hacer todo cuanto pueda complacer a éstos. Este anhelo de complacer debe ser perfecto, es decir no han de dedicarse sólo a aquellas tareas que prefieran o que consideren mejores. Esta clase de virtud es escasa, en especial entre aquellos cuya servidumbre abarca la propia vida. La carne se indigna cuando está cautiva. Si leéis las comedias13 podréis comprobar lo que opinan los poetas de los esclavos: inútiles y negligentes en lo que se refiere a sus deberes para con sus amos. Para aquellos que sirven voluntariamente, como nuestros criados, la situación dista mucho de ser peor. Disfrutan de la libertad de marcharse si no les gusta el lugar donde están. Los únicos cautivos auténticos son los encarcelados o los ingresados en campos de trabajo forzado. El nuestro no es un servicio como éste, es gratuito. Sin embargo, suelen haber bastantes quejas porque no hay predicaciones acerca del servicio. En la actualidad nunca he oído decir que el servicio de casa deba servir a sus amos y que se trate de lo mejor que pueden hacer. Si los criados supieran que cuando prestan atención a todo lo que atañe a su servicio, Dios los mira con complacencia, actuarían de forma distinta. Pero no lo hacen porque ignoran que se hallan en un estadio de vida beneficioso para ellos. Dice a los colosenses (Col. 3:23): «Como para el Señor y no para los hombres» ya que es Él quien ha determinado su actual nivel de vida. Si un criado efectúa con satisfacción sus variados deberes y cumple con exactitud los deseos de su amo, se salva. No es necesario ir a Jerusalén. No has de pensar: «Soy un pobre criado. ¿Cómo puedo aspirar a hacer las buenas obras que hace un monje?» Dejemos que otro funde iglesias. Quédate como criado y procura hacer todo aquello que satisfaga a tu amo. Vivirás seguro y esperarás la revelación de Cristo, como dice más abajo (v. 13). ¿Por qué has de perder el tiempo mirando lo que hacen los demás cuando tus propias obras te hacen extremadamente rico? Quédate en casa y mantente bajo las órdenes de tu amo. Hay quien desprecia las sencillas y comunes tareas de cada día y quien dice: «No quiero seguir siendo un criado. Seré un monje». Con ello despreciamos la piedad que se halla por doquier. La virtud más suprema es aquella que procura la satisfacción del amo de cada uno. Esto es lo que compete a los cristianos.
Que agraden en todo, que no sean respondones. Para ellos resulta fácil gruñir. Es el vicio de los que sirven. Preguntad a los campesinos por los problemas que tienen con los braceros que alquilan para cuidar de los campos o del ganado. Hoy día, los criados viven como si ellos fueran los amos. Sus obras se rigen por la fuerza y la violencia. Los criados son tiranos. El Señor no puede tolerarlo y por ello, les envía la peste. Se niegan a ser instruidos y si lo son, no escuchan. Si el siervo es un cristiano, es un miembro noble del reino de Cristo. «Si tienes un buen siervo, trátale como a tu propia alma», Eclesiástico 33:31. Sara era santa y Agar era santa, pero ésta, que no era más que una criada, quiso ser como su dueña.
Tito 2:10 “… no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador”
No defraudando. No malversar. Esta especie de latrocinio puede adoptar distintas caras, desde el descuido de las posibles pérdidas de los bienes domésticos hasta un pecado que puede ser evitado. Se callan, pero roban. Su deber es cuidar de la propiedad de su dueño. Si no lo hacen por negligencia o por descuido, son culpables. Si hurtan no son más que rateros y ladrones. En la actualidad suele oírse: «Los criados no son leales. Roban. Y cuando perjudican lo que pertenece a sus dueños, no se preocupan porque no se trata de nada suyo». Por eso no se bendice a ninguno de ellos. Veréis muy pocos campesinos que prosperen porque han merecido el modo como les tratan. Pero Dios los recompensa y obtienen el premio que merecen. En todas partes continúan habiendo mendigos, estafadores y chapuceros. Nadie les ha dicho que la fe, es decir la fidelidad, la lealtad, o la buena fe está clasificada en los Galatas 5:23 como los frutos del Espíritu. Como dice más adelante: «No les hace ningún efecto».
Fieles en este caso no significa confianza en Cristo, sino fidelidad, que sean fieles y demuestren buena fe en todo; que cuiden fielmente de la hacienda de sus dueños, aunque se dediquen a asuntos corrientes como cuidar la vaca o lavar los platos. Los clérigos, en cambio, están imbuidos por el orgullo de sus obras. Pero el Espíritu Santo replica: «Eres un sacerdote sagrado, pero ante mí tus obras no tienen importancia. Sin embargo, una sirvienta que lava la vajilla me sirve a mí, independientemente de lo sucio que te parezca su tarea. Y los mismos ángeles la contemplan y se regocijan».
En todo se refiere nuevamente a todas las formas particulares de servicio. A algunos les gusta cuidar del jardín y de las plantas. Si se lo toleran, perfecto. Él no dice «haced esto o lo otro», sino «actúa fielmente en todo». No hace falta leer a Santo Tomás para comprender estas sencillas palabras. Aunque tuviéramos diez manos, continuaríamos teniendo trabajo para ocuparlas. Sin embargo, nos la pasamos prestando atención a otras cosas. Tenemos el mandamiento de amar a nuestros semejantes y sin embargo corremos a Santiago14. ¿Por qué? No os concedo ningún mérito por esto, sólo os recomiendo ser buenos y fieles y dedicaros a las buenas obras porque ya sois justos. Conducíos a la mayor gloria de Dios. Poseéis vuestra salvación y vuestro alimento. Actuad de modo que Dios pueda ser glorificado a través vuestro. Esto es lo que nos dice Pablo. Es un orador que expresa el mismo pensamiento de varias maneras. Antes denomina la Palabra de Dios «nuestro ministerio», ahora dice que deben adornar la doctrina. El significado es el mismo porque si soy como él recomienda, yo adorno la Palabra. Un pagano no podrá protestar si su sirviente cristiano se esfuerza en darle satisfacción en todos los aspectos, y no tendrá más remedio que confesar: «tengo un sirviente perfecto». Pero si el criado es infiel, el dueño dice: «Prefiero a cualquier criado antes que a un cristiano». Así queda mancillada la doctrina de la salvación. Esto es lo que Pablo intenta comunicar cuando dice (v. 5) «Cuida que la Palabra no resulte desacreditada», y hace una distinción entre la Palabra y nuestra vida. «La Palabra te ha glorificado a ti y a nosotros. Así nuestra vida es sana y la Palabra será glorificada.» Debemos gratitud a la Palabra oída y glorificada a los ojos de los hombres, de Dios y de los ángeles. Es glorificada a los ojos de los hombres no sólo a través de las buenas obras, y no sólo por el beneficio de la Palabra, sino porque favorece la conversión de los otros. Por tanto, nuestra vida debe ser buena no porque nos conquiste nuestra salvación, sino porque servirá para la conversión de otros. Los responsables del descrédito de la Palabra tendrán que rendir cuentas. Pablo lo expresa perfectamente: «que adornen», es decir que sea alegre y gozosa, no despreciable porque es la doctrina de Dios nuestro Salvador. Cuando habla de los esclavos utiliza adjetivos superlativos que no usa en otros casos, porque la vida de los esclavos no es agradable y necesita palabras de mayor aliento que otras profesiones. Es legítimo que la nobleza los avergüence de forma ocasional, pero no es conveniente que los golpeen. Por tanto, dado que hay un modo de vida malo y otro de magnífico, es necesario atraer a los paganos con términos óptimos. La clerecía despreciaba el matrimonio y lo creía indigno de su estilo de vida, por consiguiente, cayeron en el lodazal. Así ocurre con los criados que no creen que su tarea agrade a Dios. En ese caso, Dios castiga su ingratitud como si fueran los amos. Sólo si ganaran cien mil «groschen» 5 se convencerían de que disfrutan de una vida agradable a Dios. Pero no lo creen porque sus obras, sus deberes y sus personas son mezquinos. Y, sin embargo, Dios mismo les habla cuando dice: «A través de tu trabajo me sirves a mí». Renunciar a una esposa y servir a Dios, es servir al diablo. No es una doctrina evidente, dice, sino la que ningún hombre, salvo Dios, ha establecido. Él, nuestro Salvador, cuyas intenciones para con nosotros son la bondad misma, es quien lo ha dispuesto todo para que pudiéramos ser salvados. Si esto no os impresiona, vosotros los que coméis suficiente, dejad que os impresione Cristo cuando os considera como esclavos. «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt. 25:21).
Tito 2:11 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, …”
Porque la gracia de Dios se ha manifestado. Desde el momento en que se refiere a «la doctrina de nuestro Salvador», es lógico que continúe con este discurso. Hemos oído muchas veces que la venida de Cristo al mundo se produjo por un doble motivo: primero como ejemplo y segundo como don. Tenemos la doctrina de la salvación y de la piedad que nos enseña cómo actuar. Dios mismo estableció ambas, enseñándolas y demostrándolas en la práctica. Primero cuando explica que Cristo la enseñó y la demostró con su propio don, «se dio a Sí mismo» (v. 14). Si estas llamas no os inspiran, es que sois más fríos que el hielo. Ha aparecido a través del Evangelio, esto es, se ha revelado al mundo a través del Evangelio. Para la salvación, es decir, nos salva. De todos los hombres de toda clase, ancianos, mujeres, maridos, esposas, esclavos, hombres libres. A todos ellos se recomienda que realicen buenas obras porque el Evangelio se ha revelado a todos, como se lee en el último capítulo de Marcos (Mr. 16:15). No se excusa a nadie.
Tito 2:12 “… enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobrio, justa y piadosamente, …”
Enseñándonos. Es una doctrina promulgada por la gracia para castigarnos cuando nos apartamos de la vía recta, del mismo modo que se castiga y se disciplina a los niños. Es una doctrina excepcional.
Renunciando a la impiedad, es decir, a la falta de fe en Dios y, en segundo lugar, a los deseos mundanos. Estos son los dos componentes de la vida: la impiedad del espíritu y las pasiones mundanas de la carne. Son los frutos del árbol cuyas raíces las constituyen todos los vicios. Las pasiones conviven con la impiedad. Si eres un impío, desearás la riqueza, la popularidad y el poder. Hay que cerrar el paso a estos deseos, no sólo a sus obras. Ambos vicios, la impiedad y las pasiones no cesan de luchar contra los cristianos. Hemos de aprender a creer, porque la impiedad lucha a diario contra nosotros por lo que, a diario, también hemos de resistirnos a ella. Como se dice en Romanos 7:23 nuestros deseos no están muertos. La carne no cesa de reclamar los halagos del mundo y teme a las asperezas, a la muerte y a la cruz. Hemos de luchar contra ello con sobriedad; moderación y decencia. En primer lugar, hemos de controlar modestamente nuestra propia persona; a continuación, practicar el amor para con nuestro prójimo, obedecer al magistrado, pagar los tributos, es decir no estafar a nadie. Ser honrado.
Piadosamente, es decir, servir a Dios. Cuando alguien se dice: «Sirvo al gobierno no para mi propio provecho, sino para el de Dios», hace bien. Sirvo a mi hermano no para su provecho sino para el de Dios. Amo a mi esposa, a mi familia y me conduzco en la vida sólo por Dios. Este es el significado de piadoso. «Y para Él sólo», porque ser piadoso quiere decir dedicar todos nuestros servicios a Dios, porque, como dijo antes (v. 5) deben vivir justa y piadosamente.
2:13 “… aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, …”
Aguardando la esperanza. La modestia debe regir nuestra vida en relación con nosotros mismos, con nuestro prójimo y para con Dios para que podamos esperar confiadamente presentarnos ante nuestro Señor. ¿No es éste el mejor de los consuelos? Si un esclavo cree en Cristo y obedece a su amo, puede esperar confiadamente la aparición de Cristo. Si un marido cumple con su deber y una esposa ama a su esposo y cuida de la casa, también pueden esperarlo porque saben con certeza que complacen a Dios. Así, un maestro que lleva a cabo su tarea con perfección, puede esperarlo porque está completamente seguro de que sirve a Dios y realiza lo que Éste desea, aunque tenga que sufrir los ataques de Satán. A un clérigo, en cambio, le es imposible sentir de este modo. Podemos esperar a la aparición de Cristo con confianza porque creemos en Cristo y adornamos su doctrina a despecho de cualquier monje o sacerdote. Éstos pueden decir «he rezado siete horas», pero no pueden añadir «espero una esperanza bendecida», porque no pueden afirmar «estoy seguro que mis obras complacen a Dios». Una criada puede decir «he fregado los potes de cocina, he encendido el horno y he tendido las camas» y confiadamente espera la aparición de Cristo porque ha llevado a cabo estas tareas en Cristo y sabe que le complacen. Así ocurre con un hijo que obedece a su padre. Si le ordenan que vaya a estudiar sus lecciones, piensa: «es una orden de mi padre y place a Dios». Es inevitable que Satán, como enemigo vuestro que es, os ataque cuando obedecéis a vuestro padre o amáis a vuestro hermano o a vuestro cónyuge. Así la doctrina de Dios se adorna con vuestra vida, pero no en el sentido de justificarnos. Es magnífico que nos garantice la vida eterna por cumplir con nuestra obligación, pero sólo lo consigue aquel que ha vivido conforme a sus mandatos. «No temáis, manada pequeña» (Le. 12:32). Hay que magnificar la pasión y muerte de Cristo, son infinitos porque creemos en su sangre. Creer y vivir de acuerdo con ello es un ejemplo para los demás; esperamos confiadamente en Cristo. Así espera un cristiano. Estas son palabras magníficas y no una mera esperanza temporal que crucifica en lugar de aportar bendiciones. Entonces Él será revelado en su gloria, grandeza y divina majestad. Cristo es Dios. Esta es la primera parte. La segunda es que Él ha concedido y administrado sus dones. Cristo fortalece la conciencia, para que no desesperemos de la vida eterna16.
Empezaremos exponiendo la aparición de Cristo de dos maneras. La primera es un ejemplo según el cual la gracia de Dios que nos trae la salvación, se ha mostrado a través del Evangelio para que pueda castigar a todos los hombres y nosotros podamos imitar su ejemplo. Cristo fue serio y lleno de buenas obras, por tanto, debemos vivir de acuerdo con ello. La segunda, presenta la aparición de Cristo como un don de Dios, por el cual los sufrimientos y las obras de Cristo no son meramente un ejemplo, sino un don que nos ha concedido. Y por ello dice:
Tito 2:14 “… quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”
Quien se dio a sí mismo. Éstas son palabras muy importantes. El ejemplo de Cristo no debería ser en vano porque nadie puede seguirlo a menos que nos transformemos en un nuevo hombre. A veces, un anciano se niega a cumplir con la prescripción de alguna buena ley, aunque esté más dispuesto a seguir la ley que el Evangelio, porque se cree con suficiente sabiduría para hacer su voluntad; pero cuando el Evangelio le anuncia lo contrario, cede. Sin embargo, mientras el anciano no ceda, no conseguiréis nada, no importa cuánto insistáis. Dice: no sólo nos ha precedido con su ejemplo, sino que se ha convertido en nuestro don para que su justicia sea la nuestra. ¿Para qué? Una cosa es precedernos con su ejemplo y otra muy distinta es entregársenos como un don. Nos castiga con su vida y ejemplo y nosotros debemos cumplir con nuestras obras. Pero lo que no conseguimos con nuestras obras sólo por creer en Cristo, según 1 Corintios 1:30, es nuestra justicia; el pecado y la muerte nos tiene cautivos y por tanto es inútil que la Ley nos ordene hacer buenas obras dado que quien es cautivo del pecado le es imposible hacer nada.
Y purificar para sí un pueblo de su propiedad. Así es como el apóstol traduce la palabra hebrea repjo, propiedad privada, lo suyo. En Éxodo (Ex. 19:5) «Vosotros seréis mi especial tesoro», nosotros decimos «lo mío» y Pedro dice (1 P. 2:9): «Pueblo adquirido para posesión de Dios». Virgilio habla de peculium17. Esto es, se trata de un pueblo propiedad de Cristo entre los cuales mora, que le es devoto, a quien cuida y que es el rebaño al cual ha dado la vida. No sólo lo ha rescatado, sino que a diario purifica cualquier vicio que haya en él. De forma parecida es celoso de buenas obras que, con celo y en competición, se apresuran a llevarlas a cabo. Él fue celoso, por tanto, hemos de comportarnos de acuerdo con ello por haber sido redimidos y purificados. Se ha de hacer una cuidadosa distinción entre ambos. Así Pedro dice (1 P. 2:24): «Quien llevó Él mismo nuestros pecados…vivamos para la justicia». Y si Cristo ha sufrido en su carne «como Él ha hecho, hemos de hacer nosotros». Así Juan dice (1 Jn. 2:9): «El que dice que está en la luz». Está hablando de la imitación de Cristo, pero, por otra parte, también dice (1 Jn. 2:2): «Y no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo». En este caso se refiere al don. Por eso debéis considerar cuidadosamente ambos aspectos. Hasta ahora hemos enseñado en las escuelas que Cristo es un ejemplo y un legislador, pero del otro aspecto, el de darse a nosotros, no se dijo nada. Y, sin embargo, es la parte más importante y el resumen de lo que debería enseñarse y conocerse de Cristo. Si no se hace así, la fe perecerá por ausencia de justicia en la enseñanza de la primera parte’8.
Tito 2:15 “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”
Esto habla y exhorta. El énfasis se pone en el pronombre «esto». Se refiere a su anterior referencia a las fábulas (1:14) donde dice: «que se apartan de la verdad». Hemos de prescindir de dichas fábulas. Sólo con estos dos aspectos, el de la enseñanza de la fe y el de Cristo como un don, tenemos suficientes dificultades. Satán, en cambio, se esfuerza en persuadirles de que es fácil. Los apóstoles nunca lo consideraron una cosa fácil. Aunque todos nosotros nos reuniéramos para redactar un sermón, no lograríamos componer un texto como el de Pablo. Afirmo que la fe y el amor nunca son suficientemente enseñados. En esta empresa, Satán emplea todo su poder para envilecer la doctrina, como se dice en 1 Corintios 8:2: «Si alguno se imagina que sabe algo, etc.…». Es este principio lo que hace inútiles las fábulas. Hay dos clases de doctrina. La doctrina cristiana debe enseñarse siempre porque siempre hay oyentes y niños en periodo de crecimiento que precisan de ser instruidos en aquello que ignoran. Hay que recomendar continuamente la misma cosa, repetirla, inculcarla y escucharla. Ellos la desprecian y se inclinan por doctrinas nunca oídas como por ejemplo «si el pecado original es un defecto». Hay que presentar siempre la misma doctrina y en la misma forma. Creen que el diablo está muerto e ignoran al demonio interno que sigue latente. Por tanto, la carne se hace sentir a diario. Ofrece nuevas leyes contrarias a la fe y al amor. Por ello, no hay que desmayar y enseñar y exhortar con la Palabra porque el maligno nos hiere cada día con sus dardos encendidos (Ef. 6:16). Los que no son heridos son poseídos. Por ello cada cristiano se enfrenta a diario a pruebas diversas. Su fe, su esperanza y su castidad19 son sometidas a prueba. ¿Qué hay que hacer? Enseñar, explicar, inculcar, exhortar la Palabra. Las Sagradas Escrituras poseen esta gracia, la de no enseñar en vano. Con sólo abrir el Libro con atención, uno no lo cierra sin haber obtenido el fruto y la semilla que hacen recto al hombre y le purgan de sus malos pensamientos, convirtiéndolos en buenos. Si los pensamientos malignos vuelven, abramos de nuevo el Libro. Por eso se llama a las Escrituras el libro de la paciencia (Ro. 15:4). No se apresuran a orar a nuestro Padre aun sabiendo que su Palabra nos limpia el corazón y ataca el fuego del maligno. De ahí que en todo momento nos hallemos sometidos a las pruebas del mundo y de Satán, por tanto, es provechoso enseñar como él dice: «enseñando lo bueno y útil».
Reprende con toda autoridad. ¿Acaso se propone que Tito se comporte de forma dominante, contrariamente a lo que se ha dicho en el quinto capítulo de Pedro (1 P. 5:3) y en 2 Corintios 4:5? Se dice a los Corintios (2 Co. 1:24): «No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe» y nuevamente (1 Co. 4:8): «¡Y ojalá reinaseis!» Significa que debe inculcar la doctrina con firmeza, no con una autoridad tendente al dominio personal, sino a favor de la doctrina. Es decir, debéis hablar de forma que la autoridad impregne vuestra doctrina, de un modo que, al inculcarla, provoque reverencia y prive a la contraria de todo prestigio y poder. Con autoridad, que vuestra doctrina posea fuerza y provoque reverencia.
Nadie te menosprecie, se dirige al que quiere instruir a los orgullosos y poderosos. Arriba (1:7) usó la palabra «Condúcete de forma irreprensible. Sigue las cuatro condiciones indicadas arriba.» Es evidente que los falsos profetas desprecian todo esto con absoluta arrogancia. Tienen «egoísmo»; pero nuestros maestros son justos y sabios. Él desea que su doctrina sea impartida e impresa de un modo que impida a sus adversarios menospreciarla y, en caso de hacerlo, caerán en las redes de su propio orgullo. Es decir, no permitáis que os desprecien por vuestras enseñanzas y exhortaciones, como dice Mateo 10:14. En resumen, sé convincente y diligente al impartir tus enseñanzas. El apóstol percibió con toda claridad que para preservar su palabra en la iglesia se necesitaban buenos predicadores.
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NOTAS Capítulo 2
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Capítulo 3
Tito 3:1 “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra”
Recuérdales. Aquí, finalmente, les recuerda las buenas obras. Hasta ahora ha descrito el resumen de la vida cristiana, en especial cómo han de vivir los cristianos entre sí y en oposición a los falsos profetas que se la pasan sembrando cizaña, pero nunca se presentan en lugares no susceptibles de recibirla. De forma parecida, nuestra gente ha de atacar al Papa y a su poder. Les instruye en las buenas obras que deben llevar a cabo, no las domésticas o del interior de la casa, sino las de fuera, en especial las de los magistrados. Los cristianos deben vivir de modo que la gente de fuera se vea forzada a dar testimonio de nosotros y, de ahí, a ser impulsados hacia la fe, tal como dice Pedro al hablar de las esposas cristianas (1 P. 3:1). Hay que someterse al magistrado a fin de demostrar la bondad de su doctrina. Este es un notable pasaje que deberían aplicarse los clérigos desobedientes no sujetos a la jurisdicción externa de los magistrados cristianos1 a pesar de que Pablo se somete, él mismo y todos los cristianos, al poder de los magistrados profanos. Cuando opinaron que no estaban sujetos a las leyes del emperador, una buena parte de la vida cristiana desapareció. Es una gran conquista saber que lo que hace uno, por sencillo que sea, complace a Dios. Incluso en el caso de que los magistrados fueran mezquinos y crueles, si no les obedeciera, yo cometería un pecado. Debería obedecerles como si el mandato viniera de un ángel. Ellos eligen para sí mismos sus propias formas de obediencia que nada tienen que ver con ninguna Palabra. Hay que enseñar a todos los hombres a obedecer con diligencia. El motivo es porque deben estar seguros de que no obedecen a los hombres sino a Dios. Incluso cuando un amo malvado ordena algo a su campesino, la leña que éste le lleva con alegría le hace mejor que a un monje con todas sus obras, porque lo único que ha de preocuparle es la voluntad de Dios al cual debe complacer. Entre los clérigos, este tipo de forma de hacer no existe. En lugar de ello, desprecian a Dios, hacen su voluntad y obedecen al diablo. Los conceptos señalados han de inculcarse a campesinos y criados enseñándoles que se trata de buenas obras. De otro modo, estarán convencidos que están a la misma altura que el rebaño o los burros de carga y se irritarán, protestarán y no servirán con un corazón puro. La culpa es de los maestros porque si un siervo supiera que en realidad está sirviendo a Dios, habría muchos que se alistarían voluntariamente. Uno arrastraría a otros y les enseñaría. Se trata, por tanto, de un trabajo digno de alabanza, que place a los cielos y está bajo la vista de los ángeles. Antes de la aparición de esta doctrina, conocí a muchos príncipes que pensaban que estaban gobernando una oficina profana. Cuando se enteraron de que el gobierno es una ordenanza divina, adquirieron una buena conciencia y gobernaron como es debido. De otro modo, uno se carga de presunciones y se comporta como un tirano o se desespera y no hace nada. Federico tenía un monje que huía de todo cuanto tenía que ver con el oficio del príncipe, en especial de los juicios, hasta el punto que no hacía otra cosa que asistir a misas y vigilias2. Pero si se le enseña: «Tu trabajo es sumamente complaciente a los ojos de Dios, en especial para proteger a las viudas y huérfanos, tal como se dice en Romanos 13:3 para saber y entender (Sal. 82:5)», puede desarrollar una buena conciencia y convertirse en un rey piadoso o firme, según la necesidad. Si la conciencia de uno es buena, administrará bien, o al menos se mostrará clemente en su gobierno, lo cual beneficiará al pueblo. Insisto en que deberían inculcarse todas estas cosas. Sería sumamente valioso. La Palabra rige el gobierno y, por tanto, todas las obras que se llevan a cabo son sagradas y aceptables a Dios. Un monje no puede decir: «Es una regla instituida por Dios», con ello, arruina su vida.
A los gobernantes significa a todos los poderes de cualquier clase como, por ejemplo, los magistrados de las ciudades sujetos a los gobernantes. En esto tenéis una señal divina: cuando estás sujeto a un gobernante, estás sujeto a Cristo, tu Señor y Dios quien, por ti, fue obediente hasta la muerte, como se dice en Filipenses 2:8. ¿No deberíamos aceptarlo agradecidos? Estás seguro que él es un príncipe, que su tarea ha sido ordenada por Dios y que tu obediencia ha sido ordenada por Dios. Por tanto, te sujetas a él libremente. Hay que enseñarlo. El Señor debe convertir a los clérigos que han elevado sus propias obras al sumo sitial y desprecian las otras. Que se sometan, es decir, permanezcamos siempre en nuestro lugar de sujeción, no provoquemos sectas. Que obedezcan a cualquier orden. Cuando una orden emana de un magistrado o de un gobernante, he de ir diligente al trabajo, en paz o en guerra. Si me manda allanar un terraplén, lo haré. ¡A ver si los clérigos también lo hacen! Se solía decir: «mientras tú plantas, cavas y labras, nosotros oramos a Dios por ti. Tú no puedes hacerlo porque tienes otros deberes». Sin embargo, cuando te dedicas a tu oficio3 llevas a cabo un trabajo mejor que el mío a menos que me halle enseñando y orando con fe. Los trabajos son distintos y numerosos, pero el trabajo es otra cosa. Así es como se instruye a los asesinos de mala conciencia. Un monje debería instruir a un ciudadano bueno y honesto en hacer todo aquello que favorece una buena conciencia. Diría: «Príncipe, vuestra Gracia, me habéis confiado un trabajo honorable, un trabajo real». Antaño los estudiantes, incluso los menores, caían en la fornicación y la truhanería4. Si mato en la guerra es obra de Dios. Y cuando un juez sentado en su sillón dicta sentencia ¿no está bien matar con la autorización del príncipe? Hemos estado impartiendo enseñanzas vanas, fábulas y estupideces. Todas las tareas de un gobierno deberían ser realizadas por personas honorables de buena conciencia siendo adecuado que acepten una recompensa por ello. Un verdugo o un carcelero es un hombre mejor que un prior o un abate ya que su función le ha sido encomendada por Dios.
Preparado para una buena obra. Explica lo que significa ser obediente: atender a lo que ordena el gobierno en la medida en que sean órdenes correctas, porque puede suceder que algunos hombres administren injustamente las tareas del gobierno. Un cristiano distingue entre una orden del príncipe buena o mala, como el caso de la legión que comandaba Aureliano para matar a los cristianos. Ellos replicaron: «Lucharemos siempre que sea contra los enemigos de tu reino, pero no iremos más lejos»15. Estaban dispuestos sólo a llevar a cabo una buena obra porque significaba obedecer a Dios (Herí 5:29). Con esta condición, todas las obras son buenas.
Tito 3:2 “Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres”
Que a nadie difamen. Este es el vicio del pueblo ignorante. ¿Acaso no sabéis que las obras pertenecen al gobierno? ¡Ojalá truenos y relámpagos incendien su casa porque son la peste! Son como las bestias ignorantes del campo. Imaginan que servir a Dios significa hablar maldades del gobierno. No es esto lo que Pablo quiere. Desea que se den gracias a Dios y se le alabe por habernos puesto en estos trabajos. Así sería si así se enseñara. Una característica del pueblo bajo es hablar mal del gobierno.
Que no sean pendencieros; es decir, que no peleen, ni sean rebeldes ni sediciosos; que obedezcan a los magistrados. Que se convenzan de que todo cuando ordena el príncipe debe ser obedecido, de lo contrario, lo ponen contra el gobierno. Y debe prohibirse todo cuanto facilite que los campesinos se armen y maten a alguien6. Los dos vicios principales son jurar y alzarse en rebeldía. Esta es una palabra que en griego suele tener un papel predominante. Erasmo asegura que se refiere a la amabilidad o equidad7. En su propio lenguaje y de acuerdo con sus usos, los abogados la definen como equidad8. Sin embargo, para ser aplicada en otros campos, no suele ser suficiente. Como ejemplos podríamos tomar lo que Pablo comenta en 2 Corintios 10:1, «la mansedumbre y la clemencia» (de Cristo); y Tértulo (Hch. 24:4) menciona «por tu prudencia», es decir, amabilidad, humanidad, gentileza9.
Empezamos hablando de esta palabra, amable, un término muy famoso entre los griegos, pero muy poco entre los romanos. Ya he hablado de ello en el ejemplo de los Hechos cuando Tértulo dice «que nos oigas». Los juristas definen como equidad aquello que, con ocasión de un caso controvertido, suaviza el rigor de la ley. Aristóteles lo menciona en el quinto libro de su Ética en que dice que cuando un legislador elabora una ley hace una distinción: la ley es imposible porque las cuestiones morales conciernen a la persona como tal10. Por tanto, la ley sólo puede versar sobre situaciones generales. Un padre decide que su familia ha de levantarse a las tres de la madrugada. Esta es la ley general. Pero el caso especial surge cuando alguien de la familia tiene dolor de cabeza y no puede levantarse. Si es un intolerante le obliga a hacerlo y no observa la equidad, no suaviza el rigor de la ley. Esto es lo que se entiende por equidad, la ley moral. La regla de los cartujos les ordena no comer carne. Aquí un sabio moderador diría: La regla no debe aplicarse. La regla sólo es para los fuertes, no para los débiles. Otro ejemplo (Fil. 4:4-5): «Regocijaos en el Señor», es decir, «sé indulgente». Hallamos el significado de la palabra si comparamos varios pasajes, por ejemplo 2 Corintios 10:1 y, anteriormente, en el capítulo 2, versículo 2, habla de sabiduría cuya virtud es que un cristiano sea apacible, flexible, amable y tierno con los malvados, los débiles y los desafortunados. En suma, mientras nosotros los cristianos hayamos de morar en el mundo, en el reino del diablo, es necesario tomar ciertas decisiones, pero cuando éstas resulten inadecuadas, uno debe apelar al coraje y cantar: «¡Qué remedio!» Yo no pienso lamentarme todos los días de mi vida tal como hacen a veces algunos nuevos gobernantes. Hay que disimular, ignorar y no ver, virtud ésta muy necearía. Quien no sabe disimular, no sabe gobernar ni sabe vivir con el pueblo. El emperador Federico III no tenía moderación”. Esta virtud va ligada con la gentileza y la amabilidad, aunque esta última no depende de nuestra capacidad de disimular si nuestro hermano ha injuriado a otro, en cuyo caso sufrimos, pero hacemos lo mejor para solucionarlo. Esta es la virtud más apreciada, es el tesoro con el que el Señor nos premia y cuya consecuencia es la moderación. Una persona apacible no se enfurece, es decir, disimula. ¿Qué pasaría si Dios se propusiera tratarnos de acuerdo con la aplicación estricta de la ley? No importa cuánto disimule, no retira su mano. ¿Acaso hace ver que no ve las cosas y las deja tal cual?
Mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres, esto es, amabilidad y disimulo. Todo el Eclesiastés no enseña otra cosa que la moderación12. Deberíamos sentirnos felices de poder brindar nuestro consejo y nuestra ayuda. Disimular o pasar por alto, también significa hacer lo máximo para componer algo como si no se hubiera visto. Se aplica en especial a los inconvenientes que uno sufre, a la paciencia o moderación que se precisa para soportar las malignidades que ocurren diario. Es decir, paciencia para las malignidades públicas y paciencia y tolerancia para las privadas. El que, en este caso, es capaz de mostrarse apacible y suavizar el rigor de la ley y de la justicia, es decir, prudente. Por tanto, cuando aquellos que están bajo las órdenes de los magistrados y advierten aspectos de la cosa pública que nos ofenden y que deben cambiarse, si queréis ser un buen ejemplo para los paganos, soportadlos y dejadlos, aunque os molesten y os ocasionen problemas. Siempre habrá cosas que no funcionan como deben. Es por esto que se trata de una virtud necesaria para los que viven en medio de los asuntos públicos o entre los que los administran.
Cortesía. Se trata de una virtud superior. Para con todos los hombres. Debo mostrar cortesía, es la más noble de las virtudes opuesta a la ira. Él nos la presenta como absoluta y perfecta, fuera de tiempo y del lugar y adecuada en todo tiempo y para todos los hombres. No tiene nada de extraordinario mostrarse cortés con los amigos, pero es virtud sobresaliente practicarla con un pagano o con alguien hostil a uno, o en el caso que te enfades conmigo o con un amigo. Es la virtud típica de los administradores porque quien trata con el público es inevitable que se vea sometido a ofensas e insultos. Además, somos desconfiados y débiles. Sufrimos y repartimos insultos. No podría evitarse, aunque se colocara un policía en cada esquina. Dado que Satán insulta de continuo, no intentéis reprimirlos por la fuerza o acudiendo a la ley. Ni Salomón lo logró. Sólo habrá paz si sois emeixrig es decir, prudentes y corteses, si no os tomáis las cosas como ofensa personal, si no perdéis la mesura incluso cuando os ocurre algo malo o si la ira no consigue atenazaros. La gente comida por la envidia, vive consumida por los pensamientos más malignos que son a la vez su propia y peor cruz. Los clérigos gozan de la ventaja de no mezclarse con los asuntos públicos.
Tito 3:3 “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”
Porque nosotros también éramos. Aquí hace la lista de algunos vicios a los que se contraponen las virtudes en base de lo cual comprenderéis lo que significan la moderación y la cortesía. Debemos soportar, dice, la malicia de los actos de los demás. ¿Por qué? Mirad a vuestro alrededor. Si veis en qué medida se tolera vuestra envidia y la forma en que los demás soportan las consecuencias de ella, os sentiréis impulsados a actuar del mismo modo con ellos.
En otro tiempo, antes de Cristo. Insensatos. Encontraréis muchos de éstos en el gobierno. No os ofendáis. Tened moderación y decíos: «El príncipe está descarriado. Recuerdo cuando yo también lo estaba». En el sector público, así como en el privado, veréis algunos que no obedecen al gobierno, o a sus padres o maestros. Os irritaréis, pero hubo un tiempo en que vosotros tampoco obedecíais e ignorabais que las ordenanzas del gobierno son de carácter divino. Si ahora os tropezarais con gente semejante, los toleraríais. Mirad vuestro propio libro de récords, y veréis que también vosotros habéis sido desobedientes a vuestros padres y a los magistrados. Bajo Maximiliano los príncipes tampoco obedecieron13 aunque no fue pecado hasta la llegada de los campesinos; no hicieron caso del anuncio del lobo hasta que éste llegó. Ahora los nobles han olvidado su nobleza y no hacen penitencia.
Extraviados, ignorantes de las cosas concernientes a la fe, desencaminados por las diversas opiniones circundantes. Adoraban a Júpiter. No hay ninguno de nosotros que no haya errado en la fe, porque fuera de Cristo reina el error. «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas» como dice Isaías (Is. 53:6).
Esclavos de concupiscencias y deleites diversos. Nosotros también fuimos aquellos «hijos buenos» y nosotros mismos nos consideramos santos y sabios. Para servir al placer y caer en los placeres y la concupiscencia no es preciso odiarlos, basta con ser esclavizados por ellos. Sin embargo, es meritorio luchar contra ellos.
Viviendo en malicia y envidia, al dedicar todo nuestro tiempo a la malicia. Aquel que persigue los placeres y el cumplimiento de todos los deseos, cae en la malicia y la envidia porque Satán no le permite gozar de los primeros sin provocar rivalidades. Son como dos perros que luchan por el mismo hueso. Es el momento de ¡manos arriba! La malicia implica mi deseo de hacer daño a alguien y desearlo, incluso sin intervención de la malicia, es envidia, una actitud despreciable que persigue hacer daño, aunque no pueda, en cuyo caso surge la ira que revierte en daño a uno mismo. A ella le siguen los frutos que Salomón denomina la carcoma de los huesos (Pr. 14:30). A la envidia le sigue el odio que provoca el afán de hacer daño al prójimo. Esto se aplica especialmente contra los magistrados que cuando pueden hacer daño, lo hacen. Dios dice (Ex. 23:9): «Y no angustiarás al extranjero porque vosotros fuisteis extranjeros en Egipto». Así nosotros decimos: «Recuerda». El ejemplo de Cristo y de nosotros mismos tiene un gran poder.
Aborreciéndonos unos a otros: «Tiene un agravio en contra nuestra, se lo vamos a devolver». Si él dice una palabra, el otro le responde con diez. Una vez más expone el ejemplo de Cristo porque el nuestro no tiene valor.
Tito 3:4 “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, …”
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador. Un texto precioso. Pablo es «el instrumento elegido» (Hch. 9:15) en preferencia a los demás apóstoles. Le hace feliz explicar la doctrina del don de Cristo, la forma como nos fue dado y la manera con que nos fue impartida su justicia. Nadie explicó su doctrina tan extensamente. Cuando yo era un joven teólogo, la primera parte de las epístolas de Pablo me parecían una charla insatisfactoria y vacía; no sabía que aquellos eran los principios de la doctrina cristiana a la que nos introducía a través de sus exhortaciones. No percibía que la doctrina acerca de cómo se nos había dado Cristo, era lo más importante de la epístola, se dice en Filipenses 4:4-5, es la dulzura aplicada a la vida, y no sólo la bondad, sino también la gentileza. Un hombre es gentil o amable cuando es amigable y bien dispuesto, fácilmente asequible, no arisco, sino agradable y alegre. Se esfuerza en que la gente que lo rodea sea feliz. Oírle hablar provoca la felicidad de los que le escuchan. Es un compañero afable y abierto para los que se le acercan. Es el hermano de todo hombre. Sus modales son suaves. Este texto asevera que Cristo era uno de los que tenían la dulzura de la dorada virtud y de la deidad. Dios moraba en Cristo. Estaba en Cristo. Las «palabras de vida» (Jn. 6:68), esto es, «tú tienes palabras de vida eterna». Cuando Pedro recordaba la dulzura de Cristo, lloraba de tal forma que el rostro se le desfiguraba14.
Bondad, el tratamiento más precioso dado a Cristo por parte nuestra. Quienquiera que estaba con Él, prefería su compañía a la de los fariseos. No ha de entenderse como referente a la sustancia de la naturaleza humana, tal como ellos explican al aplicarlo a la encarnación15. Aquí habla de la actividad de Cristo. Significa el amor hacia los seres humanos; esto es, Él vivía entre nosotros de la forma más amorosa, sin ofender a nadie y tolerando a todos. Su dulzura no era para su propio servicio, sino para demostrar su amor y los efectos de éste para con los ciegos otorgándoles la vista, como relata Mateo 11:5; éste fue el objetivo y los resultados, es decir, servir a los hombres con generosidad y afecto. Son virtudes que vemos en Cristo y en Dios. La gentileza no está muerta, sino que sigue evidente y revelada en las Sagradas Escrituras y es a través de sus efectos que Cristo es y que Dios se halla tan entregado en Cristo. Él, quien nos trata con tanta dulzura, que hace todo para ayudarnos, quien nos regala sus dones, quien facilita maestros para enseñar a los hermanos y para ayudarnos a resistir al maligno, siempre presente en el momento de la muerte para recibir nuestras almas, en resumen, quien nos ama. De Dios nuestro Salvador. No sólo hemos de referirnos a la humanidad de Cristo sino a Dios que mora en Cristo.
Tito 3:5 “… nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, …”
Nos salvó ¿Qué diremos de este texto?
Decimos: «Dios, que es misericordioso y amoroso, no nos salva; nuestras obras lo hacen». Como hace con los filipenses (Fil. 3:9), aquí señala las obras de la Ley que son las de la justicia. Estas son cualidades de Pablo y, sin embargo, las rechaza de plano. Practicábamos obras justas, pero no fuimos salvados por ellas, sino por su propia misericordia. Este ejemplo nos conduce a la moderación. Deseáis que el gobierno tenga todo ordenado y adecuado a fin de que nada os moleste. Limitaos a recordar y a mirar a vuestro alrededor y recordad lo que fuisteis. Establece una oposición entre misericordia por una parte y justicia y todo el mérito por la otra. Se trata de la gracia, no justicia ni mérito nuestro16.
Lo que hemos dicho anteriormente tiene que ver con la redención o la justicia. Pablo la explica detenidamente y suele inculcarla porque esta doctrina es la única y la necesaria. Lo hace para edificación de santos despectivos y frívolos, atrapados en sus propias especulaciones que persiguen algún elevado sentido espiritual pero que, entretanto, pierden aquella confianza en la que deberían perseverar. Si leéis a Jerónimo, Orígenes y Crisóstomo y os fijáis en ciertos juegos y alegorías, vuestra conciencia, que no está preparada para ellos, queda sin instrucción ni defensas. Así cuando caigo en prisión y veo acercarse al carcelero, ignoro el porqué. Referente a las alegorías, no hay un solo verso en Jerónimo que ayude a nadie a luchar contra ello. Pero si alguien se siente turbado, debe saber que Jesucristo es el Rey que perdona los pecados; entonces aguanta firme. John Hus desestimó cualquier figura alegórica excepto la de Jesucristo, la Palabra viva de Dios. Extrajo la doctrina principal del Nuevo Testamento.
Incluso entre nuestros hermanos, son escasos los que observan la doctrina de la redención; se decantan por nuestras especulaciones. Pablo se dedica en especial a este tema. Por ello, debéis leer y meditar sobre estos pasajes. No os canséis de hacerlo porque llegará un día en que sabréis que hicisteis bien en estudiarlos y que nadie puede presumir de comprender enteramente estos pasajes. Si Dios no me hubiera protegido contra las especulaciones que tanto placer me ocasionaban, me hubiera convertido en el campeón del mundo. Es necesario enseñar a los jóvenes e ignorantes teólogos a desprenderse de las alegorías que llenan e impresionan en las obras de Jerónimo y de Orígenes. Nuestros teólogos solían considerarlos los mejores, pero ahora somos capaces de establecer la diferencia. No importa cuán triviales u ordinarias parezcan las cosas que se narran en las Sagradas Escrituras, nunca fueron fáciles para nadie, incluso cuando parecen más corrientes, tienen un significado completamente oculto al reflejar una profunda experiencia de la vida, no tratan de ninguna especulación. «Santificado sea tu nombre» (Mt. 6:9) es una frase muy común y es posible explicarla de forma erudita, pero nadie es capaz exponerla con el suficiente ardor y significado, y menos expresar lo que siente en su interior. Otros son meros charlatanes como más tarde nos previene Pablo (vv. 9 -11).
Nuestro corazón se inflama y construye su conocimiento y fe en Dios el Salvador sobre una sólida roca que se sostiene firme en la hora de la angustia y la muerte, en prisión o ante un tribunal. Entonces, uno puede decir: «Jesús es mi Salvador y Él es amor» de manera que el corazón no teme ni se siente confundido en Su presencia. Por eso Esteban se mantuvo ante el Sanedrín con un rostro «como la cara de un ángel» (Hch. 6:15), pero habrá quien no pueda hacerlo. Son cosas sólidas, pero si no insistimos en practicarlas, nuestro recitado será como el de los loros. El don de Dios no es el mérito por el cual nos salvaremos, sino que nos salvaremos gracias a su misericordia firme ante nosotros, desapareciendo los ejemplos de la rabia y la ira de Dios. En mi corazón no debería albergar otra cosa que el sentido de la misericordia de Dios; si la seguridad de esta misericordia llena nuestro corazón, nos bastará para luchar contra el pecado, el infierno, la ira de Dios y la amenaza del Diluvio17. Satán y el poder del pecado. La debilidad del pecado lucha contra el espíritu. Dardos incontables (Ef. 6:16) son lanzados contra este sentimiento. Por tanto, no seáis negligentes y abandonad la especulación.
No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo. Aquí tenemos una condena del bautismo18 tan enérgica como no se encuentra otra en el Nuevo Testamento. Los enemigos de la gracia de Dios, bajo el pretexto del amor, nos han precedido y han distorsionado los otros pasajes19. Por la misericordia, dice, nos salvamos. Pero ¿cómo viene la misericordia a nosotros? Por el lavamiento. Dicen: «El lavamiento puede referirse a la Palabra, al Evangelio, principalmente al Espíritu Santo, puesto que somos bautizados en el Espíritu, Si Él se nos otorga, entonces el lavamiento es una regeneración, es decir, un signo de los que son regenerados a través del Espíritu Santo». Si nosotros decimos: «¿Bajo qué autoridad afirmáis todo esto?», nadie responde. Sin embargo, dicen que nada exterior justifica o beneficia a una persona. El Bautismo con agua es parecido, y, sin embargo, donde se dice que el Bautismo justifica, ellos añaden un sentido ficticio, como por ejemplo en el pasaje de Pedro del que dicen que significa (1 Pedro 3:21): «Adquirís un sello que queda impreso en vosotros indicando que habéis sido bautizados a través del Espíritu Santo». Yo también puedo practicar este arte, mejor que ellos, pero les pido que lo demuestren. Yo podría decir: «La sangre de Cristo no nos beneficia porque es una cosa externa. Tal como se dice en nuestras oraciones, Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, por tanto, no nos beneficia». Exactamente esta es la estupidez que ellos predican. Nosotros también decimos que lo externo no es válido, pero nos referimos a la cosa en sí, que como tal no tiene provecho. Pero si es producto de la voluntad divina, aprovecha gracias a esta voluntad. Es imposible convencer a los sectarios que no responden, permanecen en silencio, excepto para repetir la frase acerca de «lo externo». ¿Por qué lo enseñan? Lo sabemos perfectamente. Si Dios une su Palabra a un árbol, éste deja de ser una cosa externa para, a través de la Palabra, convertirse en la presencia, voluntad y misericordia. Así en el Bautismo no se trata sólo de agua, sino que está presente el nombre, o el poder divino unido al Bautismo a través de la Palabra, siendo Dios mismo el que bautiza. Tomad nota de esto. Pero ellos no escuchan, se limitan a repetir tozudamente lo mismo: «Una cosa externa no lo hace». Cuidado con su locura. Cuando una cosa externa se une a la Palabra de Dios, sirve de salvación. Si la humanidad de Cristo estuviera desprovista de la Palabra, sería vana. Nos hemos salvado a través de su sangre y de su cuerpo porque la Palabra va unida a ello. El Bautismo trae consigo la Palabra de Dios por la cual el agua se santifica y con ella, nosotros también somos santificados.
Si demostráis que una cosa externa no es beneficiosa por ella misma, sino que ha de ir acompañada con la Palabra y la voluntad de Dios, habréis destruido a la vez sus argumentos y sus interpretaciones ficticias. Es el mismo espíritu de Münzer20. Pensaba que uno debe recluirse en uno mismo, no leer las Escrituras ni escuchar la palabra externa, sino mirar a los cielos y recibir de allí al Espíritu Santo. Después, puede mirar al libro y puede escuchar. Desean recibir directamente al Espíritu Santo sin intermediación, es decir, que Dios hable con ellos aparte de la Palabra y del Bautismo. Esta es la fuente donde beben estas sectas, los seguidores de Münzer, los que quieren recibir al Espíritu Santo en medio de la soledad del corazón. No esperan nada externo. Por eso os pongo en guardia contra ellos. Se obliga a esos miserables a admitir que nunca han oído nada acerca de Cristo o de los sacramentos, excepto la Palabra y que nunca deben prestar atención a nada, excepto a la Palabra. Sin embargo, está claro lo que han recibido en su espíritu: la negación de la humanidad de Cristo21. Pero nosotros únicamente llegamos a Dios a través de Cristo como medio. Él es a quien Dios envió al mundo para nuestra salvación, como dice Isaías en 62:11. Si hubiéramos podido entrar en los cielos sin la ayuda de nada externo, no hubiera habido necesidad de que Dios mandara a su Hijo. Sin embargo, lo mandó en carne humana al pesebre y cuando hubo abolido el pecado y a la muerte, le presentó a través de su Palabra en el Bautismo y en el Sacramento. Así obtuvimos la certeza de la venida del Espíritu Santo a través de su Palabra. No busquéis al Espíritu a través de la soledad o de la plegaria, leed las Escrituras. Demos gracias cuando un hombre descubre que le complace lo que lee porque recibe los primeros frutos del Espíritu. No os puede complacer si el Espíritu Santo no lo ha hecho posible. Es diferente la persona que le gusta oír; es así gracias al Espíritu Santo. Entonces es el momento de orar: «Señor Jesús, me has dado el conocimiento y la alegría de Ti. Auméntalo, consérvalo y fortalécelo». De momento ignoramos que hemos sido salvados por la misericordia, pero sale a la luz con el lavamiento, un baño que regenera y renueva, aunque a causa de la104 flaqueza de nuestra carne, no lo sintamos como mínimo perfectamente. No importa. En la fe, siento que mi actitud hacia el Señor Jesús ha cambiado y que amo la Palabra. Si me impone alguna cruz, la soporto con agradecimiento y orgullo, incluso aunque la carne se queje. Por tanto, el agua de la regeneración es buena porque trae consigo un nuevo nacimiento un nuevo sentido, en especial el que dice: «Aunque antiguamente odiaba la Ley, a Dios y a Cristo, ahora empiezo a amarlos. Antes consideraba una cosa mala creer en un solo Dios, pero ahora creo que los mandamientos de Dios son buenos, justos y sagrados, y desprecio la malignidad, la lujuria, el robo y el adulterio». De ahí que se crea una nueva conciencia perfecta a través de la consideración de la bondad de todas estas cosas y de la resistencia a la carne, como se dice en Romanos 7.
Por ello nos gloriamos en las tribulaciones como se lee en Romanos 5:3. Solíamos temerlas y buscar nuestro propio interés (1 Co. 13:5). Pero ahora suma una cosa a la otra y se crea un hombre nuevo de camino hacia la renovación. Palabras que se dirigen contra la justicia de las obras. Si entráis en un monasterio encontráis la novedad del traje, del hábito y de la forma de conducirse, os ponen una corona, cambiáis de alimentos y de obras externa, pero nada de esto toca a nuestra esencia, no hay regeneración del espíritu. Con nosotros no se producen este tipo de novedades. Hay una regeneración del ser, nuestra naturaleza cambia y nos convertimos en una criatura nueva. Antiguamente os dominaba la lujuria y erais incapaces de mantener la continencia durante cinco días, pero ahora ni os dais cuenta. No podíais perdonar una ofensa a un hermano, pero ahora si os sentís agraviados, le perdonáis de inmediato y de buen corazón. Antes considerabais a Cristo como un juez e invocabais a María, pero ahora albergáis un sentimiento dulce por Cristo, vuestro Mediador, Obispo y Abogado, que ofrece su bondad y su sangre por vosotros. Este sentimiento transformado y ese corazón renovado no pueden conseguirlo las obras de ningún tipo. Ninguna capucha monástica puede lograrlo. Puede que os hayan imbuido con la idea de que sois más perfecto que aquellos que se casan. Sin embargo, en vosotros no se produce ningún cambio en relación con Dios ni con vuestro prójimo, más bien al revés. Con el lavamiento, uno se limpia, no como se limpia una mesa, sino de tal manera que se convierte en un hombre nuevo. Este es el lavado del Espíritu Santo, el que te lava lavándote con Él. Es una gloriosa creencia saber que se halla presente en el Bautismo, pero también se produce la calidez que transforma el corazón, lo inflama, lo consagra, lo renueva completamente. Son palabras sencillas. Nuestros enemigos lo llaman «un baño de perro»22 y blasfeman al negar la renovación con la presencia del Espíritu Santo. Según ellos la regeneración por el Espíritu Santo es un símbolo, pero el texto es claro, se refiere a la posibilidad de renovación de todo el mundo. No conseguiréis probar la certeza de vuestros argumentos ficticios hasta no haber probado que «son cosas externas sin provecho». El Espíritu Santo se llama así porque convierte a la gente en espiritual y santa, porque a través de su acción hace que las cosas mundanas que antiguamente les atraían, ahora se conviertan en desagradables y dignas de rechazo, despreciando a la carne y a sus obras23.
Tito 3:6 “… el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, …”
El cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador. ¡Con qué certeza y excelencia habla Pablo! Añade la palabra abundantemente. ¿Qué significa? ¿Por qué hizo hincapié en que el Espíritu Santo no sólo derrama, sino que lo hace con abundancia, aunque no lo sintamos así? Es la fe. El Espíritu Santo se da sin mesura; sus dones no se sienten cuando Él mismo lo hace con tanta abundancia si no es a través de la misericordia, la gracia, la gracia eterna y todo cuanto es sustancia en el Espíritu Santo. Todo sin medida y más allá de cualquier estimación, algo increíble si no contamos con el Espíritu Santo. Lo aceptas a través de la fe, como se dice en Romanos 8:32: «El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» En todo momento y en todo caso, sus dones son evidentes. Cuando el Espíritu Santo se da, lo hace sin mesura, es decir, se da todo aquello que es innumerable y estimable con lo que queda abolida toda la justificación de las obras, cuanto, a la ley, no es más que un formulismo porque apenas logra impedir que la gente cometa adulterio. Aquí tenemos una fuente de riquezas inefables y eternas, pero sólo por la fe, sólo por ella, todo será verdad. No lo logramos a través de ninguna obra, porque dice que lo ha dado abundantemente. ¿A través de quién? De Jesús que se halla en presencia del Padre e intercede por nosotros y la bondad sale de su boca. Si le escuchamos y creemos en Él, los dones se nos darán abundantemente. Estos pasajes niegan la justicia de las obras del hombre. Han de unirse en Cristo y demostrar que todo lo tenemos a través de Él.
Tito 3:7 “… para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”
Para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. Con cada una de estas palabras se le bendice. Herederos. Significa la riqueza y la plenitud de todo bienestar, en primer lugar, porque somos justificados sin la necesidad de las obras y, en segundo lugar, porque, habiendo sido así redimidos del pecado, finalmente nos libramos de la muerte ya que somos herederos. ¿Herederos de qué? De la vida eterna. Esto es lo que somos. Los que creen en Cristo están vivos, pero en la esperanza, como se dice en Romanos 8:24. La riqueza por la cual nos salvamos y justificamos no es visible, ha de ser creída. Debo creer que, como hijo de la misericordia, estoy sin pecado, aunque albergue pensamientos contrarios, la muerte y el pecado. Para combatirlos la Palabra anida en vuestro corazón y gracias a ella, en la oscura noche de la fe, me siento feliz. Sin embargo, esta riqueza se halla oculta bajo una apariencia contradictoria: al parecer estoy destinado a tener la salvación y la vida eterna y lo único que veo ante mí es muerte y condena. Por tanto, únicamente puedo aprenderlo por la Palabra y la fe. Si se preserva, permanece en la Palabra y se tiene a través de las palabras; al poseerla seréis preservados. La Palabra dice: «Estoy aquí». La Palabra acabará con todos los pecados y ficciones del mismo modo que el sol aparta las nubes. Es imposible exponer e inculcar todo esto con claridad, se ha de experimentar. Entonces lo comprenderéis mejor que cuando lo intentáis en base a la fábula de Orígenes y los árboles del Paraíso24. Quien está imbuido de estas cosas, hasta en prisión se siente mejor y soporta la inminencia de la muerte. Este tipo de hombres son los victoriosos de la Palabra, incluso antes de la muerte.
Tito 3:8 “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres”
Palabra fiel es esta. Completamente cierto. Es la confirmación y el testimonio de la fe de Pablo, como si él mismo estuviera diciendo’ «¿Quién ha de temer armado con estas seguridades? Son ciertas y firmes. Uno puede confiar en ellas, puede asumirlas, porque le preservarán en la angustia y la tribulación». Nos han salvado.
Quiero que insistas con firmeza. Así debería predicarse, y quiero que os preocupe, tanto que insistáis en ellas. Pablo habla seriamente: «Y en estas cosas quiero que insistas con firmeza para que los que han creído en Dios, procuren ocuparse en buenas obras». No dice: «Quiero que lo digas y lo hagas». No. Dice: «Insiste, como uno clava un poste firmemente en el suelo, habla constantemente de ello para que quede grabado en el corazón». Nosotros también nos esforzamos en enseñarlo, pero apenas logramos rozar la superficie. «Que instes a tiempo y fuera de tiempo» (2 Ti. 4:2) porque no basta con haberlo enseñado o leído sólo una vez. No se ha grabado, no ha entrado con la suficiente profundidad. Si hay quien se harta de oíros, dejadlos. Los que desean la salvación, escuchan con alegría y el hecho de habérselo repetido cada día, les crea una fe más firme para cuando llega el momento de la prueba.
Para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Del mismo modo que quien es superior a los demás les excede en todo, así yo quisiera que fueran superiores en la doctrina de Cristo. Y si los primeros destacan por sus obras, así yo quisiera que destacaran por sus buenas obras cuando, alegremente, se proponen o deben hacer alguna cosa. Así, los que destacan son los que llevan a cabo obras buenas. Cuanto más sólida es su fe, mejores son sus obras25. Y a la inversa, los que se cansan y no soportan la carga, producen obras malas. Por eso, insiste en los dos aspectos: que crean firmemente y que se apliquen en destacar por sus buenas obras. Son útiles, es decir buenas y excelentes. Son buenas y agradables a la vista de Dios y útiles a los hombres. En el reino del papado, nadie lo sabe ni lo hace. En lugar de ello, se supone que hay que leer los escritos de las Sentencias que, como abejas, han succionado los mejores aspectos de la Biblia26. El diablo se lo inspiró para impedirles leer las Sagradas Escrituras27.
Tito 3:10 “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, …”
Acabamos de oír al apóstol completar su instrucción a los verdaderos cristianos en especial en aquello que se refiere a los heréticos. Es imposible evitar que Satán organice sectas en el interior de la Iglesia de Dios porque nunca deja de estar presente entre los hijos de Dios (Job 1:6); por tanto, un cristiano debe amonestar una vez o dos. Si comprueba que tiene éxito, demos gracias a Dios, si no lo logra, hay que desecharlo. Siguen recomendaciones particulares sobre temas privados. Encarga Zenas a Tito, de forma parecida cuando habla a Timoteo sobre unos objetos (2 Ti. 4:13). Se trata de temas internos que nada tienen que ver con el común bienestar de la iglesia, pero agradezcamos al Espíritu Santo que lo hiciera porque así quedaron registrados en las Escrituras. Son de utilidad en el sentido de que se refieren a las obligaciones que se deben entre ellos. Los monjes y los sacerdotes creen que las únicas buenas obras que han de llevar a cabo son la oración, etc. En este ejemplo, vemos que Pablo se encarga de las cosas corrientes, como cuando yo me dedico a encender la estufa. Parecen cosas sin valor, pero independientemente de lo domésticas o particulares que sean, son valiosas si se hacen guiadas por la fe. Un religioso no se la pasa hablando de los pergaminos, sin embargo, el Espíritu Santo considera preciosas estas obras de cada día. Toda la vida humana y las obras humanas se hacen en nombre del Señor. Un niño puede estar sucio, comido por la roña o los piojos, pero sigue siendo una cosa preciosa. Así, cuando un cristiano lleva a cabo acciones buenas, morales y teológicas, es tan bueno como los pergaminos. Según los teólogos de París28, ir a Necópolis es una obra neutral, pero según los cristianos es positiva. Y, sin embargo, son menos apreciadas que las comunes obras del amor.
Tito 3:12 “Cuando envíe a ti a Artemas o a Tíquico, apresúrate a venir a mí en Nicópolis, porque allí he determinado pasar el invierno”
Cuando envíe a ti a Artemas o a Tíquico, apresúrate a venir a mí en Nicópolis, porque he determinado pasar el invierno. Le avisa con tiempo para que pueda estar preparado cuando le llame. Tíquico estaba en Corinto. Nicópolis está en Ambracia, Iliria, donde Augusto derrotó a Antonio29.
Tito 3:13 “A Zenas, intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte”
A Zenas, intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte. Es el empobrecido apóstol que no tiene nada de lo que dice en 1 Corintios (4:11) «tenemos sed», el que se preocupa del cuidado de los otros. Si un hermano conversa con otro hermano, o lleva a cabo alguna obra, se trata de un valioso acto de amor a los ojos de Dios.110
Tito 3:14 “Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto”
Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras. Se lo recuerda. Pablo dice a Timoteo: «Me preocupan las necesidades de aquellos a los que te envío. ¿De dónde puedo sacar dinero? Mi bolsa está vacía». La generosidad de los cristianos es poca. Replica: los nuestros, es decir los de casa, los hermanos, no sólo los que asisten a la iglesia. Excederse significa ir más allá de lo habitual.
Atender a una necesidad urgente. Una necesidad urgente que reclama un acto de generosidad es el motivo de enviar a Artemas, aunque estos sean temas domésticos, también para mí son urgentes. No me gusta molestar a los hermanos si no es necesario, pero cuando lo es, ha de ser urgente. Urgente, es decir, que lo que se entregue ha de ser íntegramente utilizado, nada superfino. Se trata una necesidad urgente.
Para que no sean sin fruto. Si no ayudan cuando hay necesidades urgentes, se trata de gente sin fruto. Entonces el diablo no tardará en aparecer y se verán obligados a darle en abundancia. Si rehusamos dar por caridad, no tardará el Papa en pedirnos para la iglesia de San Pedro. Así ha sido desde los tiempos de Hus, hace 115 años30. El Papa y los pontífices, impulsados por propósitos malignos, se sirvieron de excusas para desencadenar una guerra contra los turcos. Aquello que se niega a Dios, es devorado por el diablo; lo que se le quita al honor, cae en la vergüenza.
Tito 3:15 “Todos los que están conmigo te saludan. Saluda a los que nos aman en la fe.
La gracia sea con todos vosotros. Amén”
En la fe. Aquí se oculta una pulla. Dado que la entera epístola está dedicada a preservar a los píos31 cristianos contra los lobos rapaces (Mt. 7:15), hace cierta distinción. Todos nos aman, dice, pero algunos sólo de palabra. No queremos ser amados por los que desprecian a Jesús, en quién y por quien deseamos ser amados, independientemente de los halagos y del falso amor32 de los fanáticos. No quiero su amor. En realidad, no aman, sólo odian ardientemente. Por ello no nos han de preocupar porque tratan a nuestro Señor con desprecio. Debería ser amado por encima de todo y luego nosotros en Cristo y por El. Disponemos de esta epístola que, aunque breve, rebosa de instrucciones y admoniciones excelentes hasta el extremo de que casi no hay nada de la iglesia que no se trate en ella. Procuremos que todos adviertan el mensaje33 que Cristo nos ha dado y sus extraordinarias obras de amor. Pedro dice (2 P. 1:15, 13): «También yo procuraré con diligencia que después de mi partida, vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el estimularlos con este recuerdo». Y Cristo cuando instituyó la Santa Cena dijo (1 Co. 11:24): «Haced esto en memoria de mí» para que pueda ser conocido y proclamado hasta que Él venga. En Calatas (4:19): «vuelvo a sufrir dolores de parto». Por el sufrimiento de esta prueba de la cual habla 1 Pedro 5:8, con una carne y una razón inclinados por naturaleza a la vanidad y tentados para apartarnos de Cristo, estamos más que dispuestos a dejamos dominar por nuestras propias ideas. Es a través de nuestra razón que Satán batalla en contra nuestra. En suma, los tiranos sólo consiguen sus propósitos con ayuda de la fuerza; no pueden dañar a un cristiano porque, aun cuando tenga que negar la fe, lo hace insinceramente. No veréis a un solo apóstol escribir contra los tiranos, sino contra los falsos maestros. Ocurre lo mismo con las advertencias de Cristo. En el caso de los tiranos, se limita a la exhortación, pero cuando se trata de los falsos maestros, indica la necesidad de la instrucción además de las advertencias pertinentes. Satán, nuestra razón y sus fanáticos. Quien desee ser un buen cristiano debe exigir que se predique a Cristo en toda su pureza. Después la fiesta34 y al final, una epístola de amor.
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NOTAS
Capítulo 3