Reforma Familiar

En el pulpito

Sean todos nuestros hermanos y hermanas bienvenidos.

"Reforma Familiar"

Reforma Familiar – O La Segunda Visita de Jacob a Bet-el

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES H. SPURGEON EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES. (1884)

“Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí.” Génesis 35:1.

En la mayoría de las familias hay tiempos críticos: tiempos en los que se requerirá mucha decisión de carácter de parte del padre para dirigir las cosas acertadamente. Dicen que hay un esqueleto en cada casa, y, si es así, yo agregaría que ocasionalmente el espíritu inquieto se dedica a perturbar el hogar y necesita ser encerrado. Hay tiempos cuando el mal en los corazones de los hijos y en la naturaleza de los padres cobra especial vigor y provoca dificultades y perplejidades, de tal manera que si se siguiera una dirección equivocada sobrevendría el más terrible mal; y sin embargo, si hubiese gracia en los corazones de algunos o de todos los miembros de la familia, una mano fuerte y agraciada al timón del barco puede gobernarlo muy valerosamente a través de las aguas embravecidas y llevarlo a salvo de sus peligros para seguir su viaje mucho más felizmente en el futuro. Ahora una crisis parecida había venido a la familia de Jacob: las cosas habían llegado a un triste estado y algo debía hacerse; todo parecía desquiciado y las cosas no podían seguir más como estaban. Todo funcionaba mal y amenazaba con empeorar mucho más. Aun los paganos comenzaron a percibir a la distancia el hedor de la desorganizada familia de Jacob y la única alternativa era: enmendar o terminar.  La cabeza del hogar tiene que tomar cartas en el asunto. Tiene que haber una reforma en la casa y un avivamiento de la religión en toda la familia. Si se fijan, Jacob mismo andaba mal. Su deber era quedarse en Canaán como un mero forastero, morando en tiendas; no debía ser como uno del pueblo, sino que debía desplazarse entre ellos testificando que esperaba “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.” Él esperaba heredar la tierra, pero por el momento debía ser un extraño y un forastero como sus padres Abraham e Isaac lo habían sido. Sin embargo, leemos que en Sucot edificó cabañas.

Difícilmente se les podría llamar casas, pero eran algo más que tiendas. Eso fue transigir, y transigir es peor a menudo que una directa y abierta desobediencia al mandamiento. No se atreve a edificar una casa, pero construye una cabaña y así muestra su deseo por una vida establecida; y aunque no nos corresponde a nosotros juzgar la compra de la tierra en Siquem, aparenta obedecer a la misma intención. Jacob está esforzándose por encontrar un lugar donde quedarse allí donde Abraham e Isaac no tuvieron ninguno. No voy a hablar demasiado positivamente, pero los actos del patriarca se perciben como si deseara encontrar una casa para él donde pudiera quedarse y tener amigables relaciones con los habitantes de la tierra. Ahora bien, el Señor su Dios no lo quiso así. La familia escogida estaba destinada por el propósito divino a morar sola y a mantener un peculiar comportamiento de separación. La simiente de Abraham estaba ordenada para ser en el sentido más elevado una tribu disconforme, una raza de separatistas. Su Dios tenía la intención de que fueran un pueblo distinto, enteramente separado de toda la nación en medio de la cual moraban; y así debían ser, pero la inclinación a ser como sus vecinos era muy manifiesta en la familia de Jacob.

El deslumbramiento de la grandeza de Esaú había afectado sin duda al clan de Jacob; desde el patriarca mismo hasta el hijo más joven habían rendido una muy servicial pleitesía ante “mi señor Esaú,” y el homenaje dado no se quedó sin efecto. Esa pleitesía era un acto que desde algunos puntos de vista no podemos condenar, pero era algo que no era apropiado en uno que era un príncipe con Dios, un elegido del Altísimo, y su efecto no podía haber sido edificante. Los hijos parecen haberse inclinado fácilmente a rendir homenaje al profano Esaú, aunque no eran niñitos, sino unos jóvenes varones; se postraron delante de su tío de noble aspecto con su grandiosa banda de guerreros, y tal vez quedaron fascinados por los encantos de un miembro de la familia de aspecto tan guerrero, cuyos hijos eran duques y los grandes de la tierra. Sentir que estaban relacionados con un gran capitán les aportaba importancia a los pastores. Ahora que habían venido a Siquem, y su padre había comprado un pedazo de tierra allí y había construido cabañas, ellos mismos se sentían de alguna importancia y tenían que salir de visita, pues todo el mundo ama la compañía. Y ahora viene lo malo de eso. La única hija de Jacob tiene que visitar al príncipe del pueblo. La hija de Israel es invitada a los bailes y a las reuniones de los más altos círculos de la tierra. El padre le hizo un guiño y los hermanos ayudaron y participaron. Ella se va con frecuencia a la residencia de Siquem, el refinado joven príncipe heveo, un caballero muy respetable ciertamente, con mansión y propiedades; pero surge de eso algo muy abominable que no ha de ser mencionado. Luego los hermanos de ella, en el ardor de su ira cometen un pecado que era tan malo como el crimen de Siquem; para vengar la deshonra de su hermana ellos matan con cobarde alevosía a todos los siquemitas, y así hacen recaer la culpa de asesinato sobre la familia que debía haber sido santa a Jehová. 

Los hijos de Dios no pueden mezclarse con el mundo sin sufrir mal. El mundo nos hace daño y nosotros a él una vez que comenzamos a ser del mundo y semejantes a él. Es una alianza mal avenida.

El fuego y el agua nunca estuvieron destinados a mezclarse. La simiente de la mujer no debe juntarse con la simiente de la serpiente. Fue cuando los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron de ellas como les plugo, que vino el diluvio y arrasó con la población de la tierra. Abundante mal proviene de juntar lo que Dios ha separado. Los cadáveres de los siquemitas y la indignación de todos los que oyeron acerca del detestable hecho fueron el resultado directo del intento de mezclar a Israel con Canaán. Y ahora la casa de Jacob está llena de miedo, y el anciano mismo—un gran hombre y un creyente, pero alguien que estaba lejos de ser perfecto—da voces a sus hijos, en gran angustia, diciendo: “Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el fariseo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa.” A esto sus hijos sólo respondieron: “¿Había él de tratar a nuestra hermana como una ramera?,” tomando su reprensión de una manera ruda sin mostrar de ninguna manera ningún sentido de vergüenza. No dan la impresión de haber sido los peores de sus hijos, y, sin embargo, su ira y crueldad fueron sobremanera terribles; y cuando fueron acusados de su crimen ellos lo justificaron. ¡Calamitosa en verdad era la condición de la casa de Jacob! 

Esa familia estuvo malamente organizada desde el propio principio. La poligamia no necesitaba ser denunciada en demasiadas palabras en la Escritura, porque los ejemplos dados de ella son todos tan completamente malos que nadie puede dudar de que la cosa es radicalmente nociva en su forma más benigna. Obró de manera espantosa en el caso de Jacob. Me temo que su esposa Raquel, a quien él amaba tanto, fuera la causa de la introducción en la familia de la idolatría en la forma de los serafines, o la adoración de símbolos. Ella la había aprendido de su padre Labán y la había practicado en secreto; y si Jacob estaba casi consciente de ello, no le gustaba decirle nada a ella, su amada, la reina de su alma. ¿Cómo podía empañar con lágrimas esos ojos brillantes que le habían encantado hacía años? Los hijos de Lea adoptaron la causa de su madre, y los hijos de las siervas tomaron partido por cada una de ellas y esto causó problemas. Las muchas madres en la familia crearon dificultades y complicaciones de todo tipo, de tal manera que la casa era difícil de administrar y de ser mantenida en un buen orden de funcionamiento. No era lo que un hogar creyente debería ser, y no es sorprendente que las cosas salieran tan mal que parecía como que incluso la sal estaba perdiendo su sabor, y la buena simiente estaba muriendo antes de que pudiera ser sembrada en la tierra para que produjera fruto. Había que hacerle frente. Conviene que se haga algo y Jacob tiene que hacerlo. El Señor interviene y habla con Jacob, y puesto que el corazón del buen hombre era íntegro para con los estatutos de Dios, el Señor sólo tuvo que hablarle y él obedeció. Fue detenido abruptamente y conducido a mirar las cosas, y a poner su casa en orden, y él lo hizo con esa resolución de carácter que se manifiesta en Jacob cuando se ve en apuros pero que en otros momentos no es perceptible. 

Vamos a tomar este incidente en este momento, y que Dios nos conceda que podamos encontrar en él una enseñanza práctica para nosotros mismos y para nuestras familias, con la guía de Su misericordioso Espíritu. 

Noten, primero, que, habiendo aparecido Dios a Jacob, ¿qué debía hacerse? En segundo lugar, ¿qué sucedió cuando se hizo? Y, en tercer lugar, lo que siguió. 

  1. I. Primero, entonces, ¿QUÉ DEBÍA HACERSE?

Lo primero que debía hacerse era un movimiento decidido. Dijo Dios a Jacob: “Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí.” Tienes que apresurarte a salir de Siquem, con sus fértiles llanuras, y realizar un viaje a las montañas hasta Bet-el, y quedarte allí. Ya has pasado mucho tiempo cerca de estos siquemitas; tu intimidad con el mundo ha generado un mal. Tienen que cavar una trinchera entre ustedes y las asociaciones que han formado, y tienen que subir a Bet-el y quedarse allí un tiempo. Cada vez y cuando, amados hermanos y hermanas, encontraremos necesario decirnos a nosotros mismos y a nuestra familia: “Debemos salir de entre los mundanos, tenemos que separarnos. Estamos formando vínculos que son dañinos para nosotros y tenemos que romper las ligas engañosas. Estamos siendo guiados a adoptar hábitos y costumbres en la administración del hogar que no son los que Dios aprobaría. Estamos haciendo esto para conseguir el favor de uno, y haciendo aquello para escapar de la desaprobación de otro, y no estamos caminando rectamente con el Señor, y, por tanto, para regresar a nuestras prácticas establecidas tenemos que salir e ir a Bet-el, al lugar donde Dios se reunió con nosotros al principio. Tenemos que ir al lugar de nuestra primera cita y reunirnos con nuestro Señor de nuevo, sin importar lo que cueste el viaje: aunque algunos pudieran sentir que es una cruz, tenemos que comenzar de nuevo y tenemos que trabajar sobre la antigua línea de conducta. Tenemos que regresar a nuestro puritanismo y observancia antiguos y renovar nuestros votos. Salgamos de inmediato de la mundanalidad y lleguemos al Bet-el de la separación, y acerquémonos a Dios de nuevo.” ¿No han encontrado nunca, amados, cuando han estado muy metidos en el negocio y mucho en el mundo, que comienzan a sentirse abatidos y claman diciendo: “no conviene, tengo que salirme de esto; debo retirarme a una santa soledad, y disfrutar de una apacible comunión con Dios” ¿No han sentido con respecto a su familia algunas veces lo siguiente? “No estamos sirviendo al Señor rectamente, ni nos estamos volviendo más santos o devotos, antes bien todo pareciera ir cuesta abajo. Tenemos que timonear en la otra dirección. En el nombre de Dios tenemos que alterar nuestro presente estado de deterioro o de lo contrario no podemos esperar recibir Su bendición.” Yo sé que ustedes han llegado a esa condición y han resuelto dar un paso decidido. Que el Señor nos ayude a todos nosotros cuando veamos claramente que algo debe hacerse. Que recibamos gracia para poner fin a la indecisión pecaminosa y nos dediquemos a la enmienda al riesgo que sea. 

Ahora ellos tienen que revivir viejos recuerdos. “Sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú.” Un avivamiento de viejos recuerdos es a menudo sumamente útil para nosotros, especialmente revivir el recuerdo de nuestra conversión. El recuerdo del amor de nuestros esponsales, cuando íbamos al desierto en pos del Señor, y estábamos muy satisfechos de que todos nos negaran y nos desconocieran en tanto que pudiéramos quedarnos cerca de Él. Ese recuerdo es muy bueno para nosotros. Es bueno recordar aquella santa hora cuando por primera vez erigimos un altar familiar y nos postramos con nuestros seres queridos delante del Señor; entonces sentimos que el lugar separado era muy dulce y estábamos sumamente contentos con alejarnos del mundo y vivir con Cristo, y en Cristo, y para Cristo, y como Cristo. No podemos evitar sonrojarnos al recordar aquellos días iniciales. No pensamos que habríamos de quedarnos tan demasiado cortos de nuestro ideal. Que el recuerdo de Bet-el, entonces, venga sobre nosotros para hacernos recordar la misericordia del Señor, y lamentar nuestro propio deterioro espiritual. ¿Estás cantando esto? —

 “Qué horas apacibles disfruté una vez,

Cuán dulce es su recuerdo todavía,

Pero han dejado un doloroso vacío

Que el mundo no puede llenar jamás.”

Entonces tienes que regresar a tus primeras horas de comunión. Encontrarás tu gozo allí donde lo perdiste, pues sigue estando donde lo dejaste. Si has descuidado la oración en tu aposento, si has cesado de escudriñar la palabra de Dios, si te has apartado de un cercano caminar con Cristo, y si tú y tu familia han caído en una condición muy baja de manera que los extraños que miran difícilmente sabrían si la tuya es una casa piadosa o no, si es así, entonces regresa a Bet-el lamentando y suspirando y ruega porque los antiguos sentimientos revivan en ti. Que Dios te conceda que puedas. Y que adicionalmente seas conducido a clamar: ¿cómo pude apartarme tanto del Dios viviente? ¿Cómo pude haber hecho el papel de tonto y haber deambulado tanto cuando pude haber descansado todavía en paz si hubiera vivido cerca de Dios? Esto, entonces, era lo que Jacob debía realizar, primero, hacer un movimiento decidido, y, en segundo lugar, revivir viejos recuerdos. ¿Tienes tú algún llamado a un curso parecido de acción? Si es así, asegúrate de seguirlo. 

Pero ahora, además, Jacob tiene que cumplir un viejo voto. No recuerdo exactamente cuál era la antigüedad de ese voto, pero yo supongo que databa de unos treinta años más o menos; sin embargo, no lo había cumplido. Jacob era mucho más joven cuando se arrodilló y dijo: “Si fuere Dios conmigo”—etcétera—“esta piedra… será casa de Dios,” y él ha olvidado ese voto, o al menos no lo ha cumplido en todos estos años. Tómense su tiempo para hacer votos, hermanos, tómense su tiempo. Deberían ser presentados muy raramente, porque todo lo que puedan hacer por Dios están obligados a hacerlo tal como es, y un voto es con frecuencia una superfluidad de la superstición. Pero si se hace el voto, que no espere más allá de su tiempo y se queje de ti ante Dios. Un voto antiguo y olvidado se pudrirá y engendrará una muy solemne molestia en tu corazón; al principio roerá tu conciencia, y si tu conciencia por fin se endurece para eso, otros de tus poderes sufrirán el mismo proceso petrificante. Es más, un voto olvidado traerá un castigo sobre ti, y tal vez la vara caiga sobre tu familia. La conexión entre el hecho de que Jacob no fuera a Bet-el y el mal que ocurrió a su hija Dina y el pecado de sus hijos Leví y Simeón, pudiera no ser rastreable claramente, pero yo estoy convencido de que hubo una tal conexión: el pecado de omisión en el padre condujo a pecados de comisión en los hijos. El Señor disciplinó a Jacob con el pecado de sus hijos por el incumplimiento de la promesa. Noten que el Señor no le recuerda a Jacob su mal proceder, ni lo reprende por eso, sino que lo pone en una posición en la que él mismo se acordará de ella. Es tan benévolo, iba yo a decir tan cortés, de parte de nuestro Dios; Él es tan benévolo, tan tierno, que prefiere que Su siervo recuerde el voto a tener que decírselo claramente en tantas palabras. Entonces Jacob está obligado a ir para cumplir con su solemne compromiso. Ahora, querido amigo, pudiera ser que parte de la tarea que tú y yo tengamos que hacer para enderezar a nuestras familias sea recordar algo que dijimos que haríamos hace años pero que no hemos hecho. Hemos tenido la capacidad durante mucho tiempo, pero no hemos tenido la disposición; actuemos ahora y limpiemos nuestras conciencias al respecto de eso. Sólo Dios sabe de eso: no dejemos que esta cosa secreta se encone en nuestros corazones y contristemos al Espíritu Santo. Yo hablo, así lo creo, de algo muy conocido para algunos de mis oyentes. Tal vez el mensaje es lo suficientemente claro y sea mejor que no diga nada, pero dejen que sus propios corazones recuerden sus promesas olvidadas. 

A continuación, vio Jacob que si había de cumplir su voto era necesario reformar a toda su casa, pues no podía servir al Señor y adorar a otros dioses. Les dijo a todos los que estaban con él, a sus hijos primero y luego a todos sus siervos asalariados y a los demás: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros.” Sí, tiene que llegarse a eso. Si he de regresar a mi antigua posición con Dios tengo que romper mis ídolos—

“El ídolo más querido que he conocido,

Cualquiera que ese ídolo sea,

Ayúdame a derribarlo de su trono

Y que te adore únicamente a Ti.”

Los ídolos de la familia: los actos y las acciones de la gente joven que contristarían a Dios, los hechos de los mayores que son inconsistentes con una profesión de fe en Jesús, el mal carácter al que se han entregado, las divisiones de corazón que han surgido en la familia junto con todo lo que es pecaminoso e indebido deben irse, si es que vamos a ser rectos otra vez. Tiene que haber un rompimiento general y un entierro de los ídolos o no podemos adorar al Dios de Bet-el. 

Y a continuación él dijo: “Y limpiaos.” Yo supongo que tenía que darse un lavamiento general, indicativo de la purificación del carácter por ir a Dios con arrepentimiento y en busca del perdón. Jacob dijo también: “Y mudad vuestros vestidos.” Esto era simbólico de una entera renovación de vida, aunque me temo que no todos ellos habían sido renovados. De todos modos, esto es lo que era simbolizado por “Mudad vuestros vestidos.” Ay, es más fácil decirle esto a nuestras familias que lograr que lo hagan. ¿Y acaso nos sorprendemos ya que para nosotros mismos es mucho más fácil decir que hacer? Con todo, amados, si su caminar ha de ser cercano con Dios, si han de tener comunión con el Dios de Bet-el, tienen que ser limpiados. El Señor no puede tener comunión con nosotros mientras nos revolcamos en el pecado. “¿Y qué concordia tiene Cristo con Belial?” El pecado tiene que ser quitado. El mejor creyente vivo tiene que lavar sus pies si es que va a acercarse a Dios como lo ha hecho anteriormente. Jacob tenía que emprender todo esto, y para él, que se había vuelto tan poco exigente con su familia, no era una pequeña tarea armarse de ánimo y decirle a Raquel y a todos ellos: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos.” 

Bien, entonces, lo siguiente y lo último que debían hacer era celebrar un culto especial de adoración. “Levantémonos, y subamos a Bet-el; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he andado.” Cuando andamos mal y sentimos que debe haber un cambio decidido, tenemos que apartar tiempos especiales de devoción. Tenemos que decirle a nuestra alma: “Alma, alma, tú te has alimentado muy poco últimamente. Esta flacura tuya proviene de descuidar el banquete espiritual. Ven, tienes que humillarte; tienes que postrarte delante de Dios, y tienes que acercarte al Señor con humilde reverencia y pedir ser refrescado con Su presencia. Tienes que apartar más tiempo para alimentarte de Cristo y de Su palabra, y no estar nunca tranquila hasta que vuelvas otra vez a estar llena de gracia y del Espíritu Santo.” Cuando ves que las cosas andan mal en las familias, es bueno a menudo simplemente reunir a los de casa y decirles: “Tenemos que acercarnos a Dios con singular denuedo, pues nos estamos descarriando. No hemos renunciado a la oración familiar pero ahora tenemos que hacerla especial, y acercarnos a Dios con doble celo.” Me temo que algunos de ustedes descuidan la oración familiar. Si lo hacen yo estoy seguro que obrará un mal en sus hogares. La práctica de la oración familiar es el castillo del protestantismo. Es la gran defensa contra todos los ataques perpetrados por la casta sacerdotal, que erigen sus templos y nos dicen que oremos allí y que oremos por mediación suya. No, sino que nuestras casas son templos y cada hombre es un sacerdote en su propia casa. Esta es una pared de cobre de defensa contra la superstición y el clericalismo. La oración familiar es el nutrimento de la piedad familiar, y ay de aquellos que permiten que cese.

Leí el otro día acerca de unos padres que decían que no podían tener oración familiar, y alguien hizo estas preguntas: “¿Si supieras que tus hijos se enfermarían por culpa del descuido de la oración familiar, no la tendrías? ¿Si un niño cayera con fiebre cada mañana que tú descuidaras la oración, qué pues?” Oh, entonces ellos la tendrían. “¿Y si hubiera una ley de que vas a ser multado con cinco chelines si no te reunieras para orar, encontrarías tiempo para la oración?” Sí. “¿Y si les dieran cinco libras esterlinas a todos los que tuvieran oración familiar, no arreglarías por algún medio tenerla?” Sí. Y así el interrogador prosiguió con muchas preguntas, y terminó con esta: “¿Entonces no es sino una excusa ociosa cuando tú, que profesas ser un siervo de Dios, dices que no tienes ningún tiempo ni oportunidad para la oración familiar?” ¿Deberían las excusas ociosas robarle a Dios Su adoración y a nuestras familias una bendición? Comienza a orar en tu familia, y especialmente si las cosas van mal, enderézalas acercándote a Dios más claramente. ¿Oí que dijiste: “No queremos ser formalistas”? No, no tengo miedo de que lo seas. Tengo miedo de que descuides cualquier cosa que tienda al bien de tu hogar y de tu propio crecimiento espiritual, y por tanto te ruego que actúes de inmediato para ponerte al corriente con Dios y estar en paz. Acércate al Señor de nuevo, más completamente de lo que lo has hecho antes, pues es la única manera por la cual la rebelión de las personas y de las familias tiene la probabilidad de ser corregida. Que Dios conceda una bendición con estas palabras por el poder del Espíritu Santo. 

  1. Y ahora llego a mi segundo punto: ¿QUÉ SUCEDIÓ CUANDO LO HIZO?

Bien, varias cosas pasaron y una o dos de ellas fueron más bien sorprendentes. La primera fue que todos entraron de corazón en una obra reformadora. Estoy seguro de que lo hicieron porque el cuarto versículo dice: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos”—todos ellos—“y los zarcillos que estaban en sus orejas.” Él no había dicho nada acerca de sus zarcillos. ¿Había algo malo en los zarcillos? Que una mujer use zarcillos no es una cosa terrible, ¿no es cierto? Tal vez no, pero yo supongo que estos zarcillos eran talismanes que eran usados en ciertos conjuros y costumbres paganas. Debe de haber sido un descubrimiento muy triste para Jacob, quien él mismo no podía haberlo tolerado, descubrir que supersticiones perversas habían entrado en sus tiendas a través de su flirteo con los serafines. El mal había continuado en secreto, y aunque sospechaba de él, no estaba realmente bajo la mirada de Jacob. Yo me atrevo a decir que no estaba muy seguro de que los serafines estuvieran en la tienda, y no quería estar muy seguro, porque era Raquel, ustedes saben, quien los tenía, y ella—bien, ella era Raquel—y ella había sido educada de manera diferente de Jacob mismo, de manera que Jacob pensó que no debía presionarla demasiado severamente sobre ese punto. Tal vez se dijera: “Cuando hablo con ella no pareciera ser idólatra del todo; yo creo que es una buena mujer, y tengo que recordar su formación, y como ella viene de una familia de una iglesia ritualista tengo que dejarla tener sus pequeños símbolos; no me consta que tenga serafines; nunca los he visto en absoluto”; pero allí estaban y eran el núcleo de la superstición. Ella y quienes la rodeaban se habían corrompido con las supersticiones de los paganos, y esos zarcillos eran la indicación del sentimiento supersticioso de ellos, si es que no eran los instrumentos de adivinación.

Ahora bien, tan pronto como habla Jacob, todos ellos renuncian a sus ídolos y a sus zarcillos. Me gusta esto. Es algo bendito cuando un hombre de Dios toma una posición, y habla, y encuentra que toda su familia está dispuesta a seguirle. Tal vez fuera el miedo que les había sobrevenido justo entonces, el miedo de las naciones alrededor lo que los hacía tan obedientes. No estoy seguro de que haya sido una obra de gracia; pero, aun así, en cuanto a la apariencia externa, hubo una renuncia voluntaria a todo lo que pudiera haber contristado al Señor. Y algunas veces a ustedes les complacerá, amigos cristianos, cuando las cosas andan mal y ustedes deciden enderezarlas, ver cómo otros se someten a su determinación. Tienen que cobrar ánimo por esto. Tal vez la propia persona que más temen será la más dispuesta a ceder y la más ávida de ayudar. Han tenido miedo a Raquel, pero ella siente tal amor que hará lo que sea por ustedes y renunciará a sus serafines de inmediato. Los hijos que fueron tan rudos al hablarles cuando ustedes hablaron a nombre propio y hablaron de ustedes mismos, y dijeron: “Me habéis turbado con hacerme abominable,” etcétera, responderán de manera muy diferente cuando hablen en nombre de Dios. Habrá tal poder acompañando a la palabra de Dios que cederán libremente y de todo corazón. Eso hicieron en el caso de Jacob. Todos ellos renunciaron a sus ídolos y los enterraron debajo de la encina. Quiera Dios que llegue el día a la vieja Inglaterra cuando todos los crucifijos y las vestimentas sacerdotales, y la multitud entera de los símbolos y emblemas de la superstición puedan ser enterrados bajo una gran encina evangélica, para no ser desenterrados nunca más. Si no vemos esto en la nación al menos lo lograremos en nuestras propias casas. 

Otra circunstancia sucedió, es decir, que le fue proporcionada protección, inmediata y completa. “Y salieron, y el terror de Dios estuvo sobre las ciudades que había en sus alrededores, y no persiguieron a los hijos de Jacob.” En su camino abundaban las ciudades que por decirlo así los cercaban, y la gente pudo haberse presentado y haber destrozado a la pequeña tribu de Israel, pero de parte del Señor de los ejércitos había salido un mensaje diciendo: “No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas”; y así viajaron a salvo. “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él,” y ahora que Jacob ha resuelto enderezar las cosas camina incólume. Tú no sabes cuántos problemas personales que ahora estás enfrentando se desvanecerán tan pronto como resuelvas permanecer firme por el Señor. No sabes cuánto de la dificultad familiar que ahora te cubre con terror, se desvanecerá cuando tú mismo hayas temido al Señor y hayas salido decidida y resueltamente para hacer lo recto. Ningún peligro sobrevendrá al hombre que camina con Dios, pues con tal compañero la malaria exhala salud y las maldiciones se convierten en bendiciones; pero una vez que abandonas al Señor y caminas en sentido contrario a Su mente, no sabes adónde vas ni en qué densos bosques te estás metiendo. El Señor tu Dios es un Dios celoso, y si tú no respetas su celo y no caminas delante de Él con santo temor, serás conducido a sentir Su ira. Como a ti solamente ha conocido de todas las familias de la tierra, por esa misma razón Él te castigará por tus iniquidades. Esta plaga de males se detendrá cuando te deshagas de tus ídolos, pero no hasta entonces. 

En seguida el voto fue cumplido. Llegaron a Bet-el, y puedo casi ver el agradecido deleite de Jacob cuando contempló esas grandes piedras en medio de las cuales se había acostado a dormir como un hombre solitario. Tal vez buscara la piedra que había sido su almohada; probablemente permanecía alzada como parte del pilar que había levantado en recuerdo de la bondad de Dios y de la visión que había visto. Había muchos remordimientos, muchas confesiones, muchas acciones de gracias en Bet-el. “Con mi cayado vine a este lugar, pero ahora me he convertido en dos campamentos. ¡Miren, hijos míos! ¡Mira, Raquel! Miren todos ustedes: este es el lugar donde me acosté cuando huía de Esaú sin nada excepto mi cayado y mi morral, y el Señor se me apareció y Él me ha guardado toda mi vida. Vengan, ayúdenme mientras junto las piedras sin labrar para hacer un altar; y sobre esta gran piedra, he aquí vamos a derramar aceite, y juntos vamos a cantar las alabanzas de El-bet-el: el Dios de la casa de Dios, el Dios que es una casa para Su pueblo, el Dios que tiene una familia de la cual formamos parte, el Dios bajo cuyas alas buscamos refugio.” Yo no tengo ninguna duda de que Jacob y su casa pasaron un tiempo muy feliz en Bet-el, donde el agradecimiento reblandeció el luto, y el gozo endulzó la penitencia, donde cada sagrada pasión en el alma del patriarca encontró salida y se derramó delante del Señor. Pensó en el pasado, se regocijó en el presente, y esperó en el futuro, pues ahora había venido para estar con Dios y acercarse a Él. 

¿Pero qué más sucedió? Pues bien, ahora acontecieron una muerte y un funeral. Débora, ama de Rebeca, murió. Su nombre significa una abeja. Y nosotros mismos hemos tenido ancianas amas que han sido como hacendosas abejas en nuestro hogar, ¿no es cierto? La buena anciana Débora cuidó a nuestra madre y nos cuidó a nosotros, y está dispuesta todavía a cuidar a nuestros hijos. No producimos ese tipo de gente ahora, me dicen. No producimos, me temo, el mismo tipo de señores y señoras de la casa que solía haber en años idos. No estoy seguro al respecto, pero yo creo que si hubiese más Rebecas habría más Déboras. De alguna manera pienso que somos tratados generalmente como tratamos a los demás, y que la medida que darán en nuestro regazo es en mucho la que nosotros mismos damos. Pudiera haber excepciones, y las hay, pero esa es la regla general. Bien, la buena anciana Débora había salido de la casa de Labán y había ido con la señorita Rebeca cuando se fue al país lejano para casarse, y ella había cuidado a los dos hijos de su señora, Jacob y Esaú, y había puesto su corazón en el mismo muchacho que la madre amaba tanto, y se había afligido con Rebeca cuando él, habiendo crecido, se había visto obligado a huir de la casa de su padre para salvar su vida. No puedo decir cuándo vino a vivir con Jacob. Tal vez Rebeca la envió a vivir con su hijo favorito porque pensaba que había tantos en la familia que se necesitaba a alguien que los cuidara a todos, una persona de edad avanzada y discreta que interviniera entre Jacob y las perpetuas discordias de la familia. Sin duda Jacob encontró a menudo que era placentero convertir a esa buena alma anciana en una confidente de sus problemas. Y ahora ella muere, y la entierran bajo la encina que ellos llaman la encina del llanto: Alón-bacut.

¿No es extraño que cuando estás tratando de enderezarte viene una gran aflicción? No, no es extraño, pues estás tratando de eliminar la vieja levadura y el Señor va a ayudarte. Tú estás intentando enderezar todo con Él, y Él viene y quita a una de las mejores personas en la casa que te ayudó más que nadie, una de las personas cristianas más incondicionales que hayas conocido jamás, quien querrías que viviera para siempre, y Él lo hace, no para obstaculizar sino para ayudarte en tu labor. Él sabe lo que es lo mejor: un corte de la podadora se necesitaba en la viña de Israel para que pudiera producir más fruto. La buena ama murió cuando parecían necesitarla más, pero era mejor que ella muriera entonces a que hubiera partido cuando la vergüenza de Dina y el crimen de Simeón habían oscurecido la casa. Era mejor que viviera para verlos purificados de los ídolos y en camino hacia su antiguo señor Isaac, pues entonces sentiría como si pudiera decir: “Ahora, Señor, despides a tu sierva en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación.” La moraleja del incidente es que el Señor puede calentar más el fuego cuando ve el proceso refinador en acción, y tenemos que recibir la prueba adicional como una señal de amor y no de ira si Él nos golpea pesadamente cuando nos estamos esforzando honestamente por buscar Su rostro. 

III. Esto es lo que sucedió mientras lo estaban haciendo. Ahora concluimos con el tercer encabezado, es decir, QUÉ FUE LO QUE SIGUIÓ. 

¿Salió algo de todo este proceso de quitar los ídolos y de ir a Bet-el? Sí. Primero, hubo una nueva aparición de Dios. Lean el versículo nueve. Dios apareció otra vez a Jacob cuando había vuelto de Padan-aram, y le bendijo.” Esta fue una nueva aparición de Dios. Algunos de ustedes no entenderán lo que digo, pero lo dejo con aquellos que conocen al Señor: hay momentos cuando Dios está muy cerca de nosotros. Yo desearía que siempre fuera así; pero algunos de nosotros podemos identificar épocas en nuestra historia espiritual cuando estábamos maravillosamente conscientes de que Dios se acercaba a nosotros. Sentíamos esa tremenda presencia, y nos alegraba. El Señor parecía ponernos en la hendidura de la roca y hacer que Su gloria pasara delante de nosotros. Yo he conocido tales momentos. ¡Quiera Dios que los conozca más a menudo! Vale la pena haber sido purificado y limpiado, y haber hecho cualquier cosa para ser favorecido con una de esas visitas divinas en las que casi gritamos con Pablo: “(Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe).” Una clara visión de Dios en Cristo Jesús y un vívido sentido del amor de Jesús son una dulce recompensa por los ídolos rotos y las reformas de Bet-el. 

Lo siguiente que resultó de ello fue una confirmación del título de príncipe para Jacob, que confirió una dignidad sobre toda la familia. Que un padre sea un príncipe ennoblece a todo el clan. Dios pone ahora sobre ellos otra dignidad y nobleza que no habían conocido antes, pues un pueblo santo es un pueblo noble. Ustedes que viven en la presencia de Dios están con los pares de los cielos. “Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo.” Primero los hace príncipes, y luego para coronarlo los hace príncipes de príncipes, porque si todos los miembros de Su pueblo son príncipes, se sigue que aquellos que son príncipes entre Su pueblo son príncipes en medio de príncipes. El Señor tiene una forma de conferir altas dignidades espirituales sobre aquellos que buscan ordenar sus casas rectamente y guardar sus corazones limpios y castos delante de Él. Tal honor, tienen todos los santos que siguen al Señor íntegramente. Que Dios nos ayude a mantenernos cerca de Jesús y a gozar de comunión con Él diariamente. 

Y luego, a continuación, se le dio a Jacob y a su familia una vasta promesa, que fue, en algún grado, una ampliación de una promesa hecha a Isaac y a Abraham anteriormente. “Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y un conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos.” Yo no recuerdo que se le dijera nada a Abraham respecto a un conjunto de naciones, o acerca de reyes que salieran de sus lomos, pero de los lomos de Israel, un príncipe, saldrán príncipes. Dios pone en Su promesa una cierta frescura de vastedad y de infinitud ahora que Jacob se ha acercado a Él. Hermanos, Dios no nos dará ninguna nueva promesa, pero hará que las antiguas promesas se miren maravillosamente nuevas. Él ampliará nuestra visión de manera que veremos lo que nunca antes vimos. ¿Han tenido alguna pintura que colgaba abandonada en un cuarto trasero? ¿Se les ocurrió un día que la darían a enmarcar y que la pondrían bajo una buena luz? Cuando la vieron debidamente colgada sobre la pared ¿no exclamaron: “¡Caramba!, nunca antes noté ese cuadro? Cuán maravillosamente se ve ahora.” Y muchísimas promesas en la palabra de Dios no serán nunca notadas por ti hasta que sean puestas en un nuevo marco de experiencia. Entonces, cuando sean colgadas delante de ti, te perderás en la admiración de ellas. El pecado hace que la promesa se vea como los viejos cuadros cubiertos de suciedad. Tiene que haber una limpieza de nosotros mismos y entonces será como una limpieza cuidadosa del cuadro, por la cual ningún tinte sufre, sino que todos reciben una nueva floración. Dios hará que Su Biblia parezca un libro nuevo para ustedes. Encontrarán gozo en cada página, y su alma danzará de dicha al ver las grandes cosas que Dios ha preparado para ustedes, sí, y para sus hijos también si ellos están caminando en la verdad, pues “para nosotros es la promesa, y para nuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” Con la nueva aparición del Señor a Jacob fue confirmada la herencia, pues así reza la Escritura: “La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra.” Así, queridos amigos, todo el bendito pacto de gracia con todos sus anexos serán hechos clara y cristalinamente propios cuando hayan ido a Bet-el y con santa decisión se hayan acercado al Señor su Dios. 

No voy a detenerlos excepto para decir que pueden esperar también una muy familiar comunión. Noten el versículo trece: “Y se fue de él Dios, del lugar en donde había hablado con él.” ¡Había hablado con él! ¡Había hablado con él! Es una palabra tan familiar. Dios hablando con el hombre. Nosotros decimos “conversando” cuando estamos hablando de una manera dignificada; pero “¡hablando!” Oh, esa bendita condescendencia de Dios cuando nos habla en los tonos familiares de Su gran amor en Cristo Jesús. Hay una manera de conversación con Dios que ninguna lengua puede explicar: sólo la conocen los que la han disfrutado. Hermanos, hay comuniones con Dios a ser gozadas de las cuales un gran número de cristianos no tiene ninguna idea. El que se humilla para contemplar las cosas que están en el cielo y que están en la tierra mora con los humildes. Si se rompen ídolos y se cambian vestidos, si se edifican altares y el alma es guardada cerca de Dios, entonces, “la comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto.” Esta es una bendición tan inestimablemente preciosa que yo los exhorto a que la busquen, y yo mismo me exhorto sobre todo a hacerlo.

El capítulo concluye con la muerte de Raquel, y así, tal vez, cuando más nos acerquemos a Dios pudiera haber otra prueba. La antigua tradición era que nadie podía ver el rostro de Dios y vivir. No era cierto, pero contenía una verdad, pues difícilmente uno puede entrar en el lugar secreto del trueno y tener comunión con Dios sin una prueba especial. Sí, así es, pues “nuestro Dios es fuego consumidor.” Él hace la pregunta: “¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?,” y la respuesta es: “El limpio de manos y puro de corazón… el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias,” y así sucesivamente, “éste habitará en las alturas.” Cuando llegamos a morar con Aquel que es fuego, el fuego tiene que quemar, y tenemos que sentirlo. Esa llama sagrada consumirá mucho de lo que nuestra carne profana quisiera conservar y no habrá una quemadura sin que soportemos un dolor y un escozor agudos. El horno de Dios está en Sion, y Su fuego está en Jerusalén. Él purificará a los hijos de Leví como es purificada la plata. “¿Quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.” Con todo si estamos en un estado recto eso es exactamente lo que necesitamos. ¡Oh, que nuestra pecaminosidad fuera quemada enteramente! La tribulación es bienvenida si el pecado puede ser conquistado. Aun Raquel puede morir si Jesús vive más en nosotros. Señor, danos gracia y Tu presencia, aun si pasamos mil veces a través del horno como consecuencia de eso. Óyenos, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.